viernes, 8 de febrero de 2019

Guarda el mar en los bolsillos


Cojo el abrigo del armario. Noto más peso de la cuenta. Meto la mano en el bolsillo y encuentro una concha y una piedra blanca. Acuden raudos todos los recuerdos del fin de semana anterior. Tú y yo paseando por el paseo marítimo Antonio Banderas de Málaga. Aquella pequeña mesa para dos al fondo. Tú dejándome el asiento con mejores vistas al mar y mirando la playa en mis ojos, y que eso te bastase. Yo, feliz de ser tu espejo marinero.


Recuerdo en el paladar la textura del pulpo a la brasa que compartimos. El sabor de nuestro acierto a la carta, a pesar de haber sido un delicioso despiste creyendo que habíamos pedido calamar. Aquella suerte de gambas que sustituyeron al espeto agotado. Aquel café con tarta cuando el bullicio ya se había marchado a casa. 

El flequillo blanco de un turista rezagado al viento, el olor a humo de la barca cercana. Todos aquellos instantes en uno solo paseando luego por la orilla, donde recogí aquellas piezas de la arena. Las olas no me dejaron escribir tu nombre pero allí estabas, pidiendo que nos fuéramos porque hacía frío y a la vez deseando que aquel momento no acabara nunca.


La misma sensación que sentimos cuando estamos frente al mar. Que no acabe nunca este instante de felicidad.

“Para finales de siglo, gran parte del mar habrá cambiado de color”, leo en un artículo de El País. Y, antes de nada, busco explicación en el pie de foto para esa bella nube turquesa que muestra la ilustración y que me recuerda al Caribe, aunque nunca haya estado bajo aquellas palmeras. Es un vídeo y lo pongo en marcha. En verdad es una imagen aérea de una explosión de algas en el Golfo de Vizcaya.  

Buscando titulares sobre el mar para inspirar mi idílica historia, la reproducción me pone los pies en el suelo. El cambio climático está alterando la vida marina que hace posible que el mar sea azul al contacto con la luz. “Cambiará de tonalidad, pero seguirá siendo azul”, dicen los expertos.


Los investigadores aseguran que “el calentamiento global lo están absorbiendo los océanos”, que los microorganismos siguen necesitando la luz de las profundidades y que si no hacemos nada con las emisiones de CO2 nos cargaremos el ciclo de la vida oceánica.


El ojo humano apenas se dará cuenta que el CALOR está matando la vida marina. Otros recuerdos menos agradables le dan la patada a los del pasado fin de semana. Pasear por la orilla y ver los restos de un botellón, nadar y encontrarte flotando una bolsa de plástico, descubrir latas oxidadas entre las piedras, las imágenes de animales muertos o atrapados por nuestra irresponsabilidad.


Pero, tranquilos, que el mar seguirá siendo de color azul.

Ahora mis recuerdos se alejan de la orilla y se sumergen. Se enredan con las plantas marinas, se posan en la base arenosa. En ese viaje circulatorio oceánico acabo sintiéndome como un submarinista que, de repente, se queda sin oxígeno. La bombona sin aire se ha llenado de incomprensión, temo que el aleteo de mis pies no regrese a ninguna superficie o que ésta no esté como la recordaba.

“Todo empezará con un cambio en el tono azul del mar”, dice un biólogo marino. “De hecho, ya está empezando a cambiar”, asegura otro. Pero el mar seguirá siendo azul. Cuando me siente frente al mar y me mires, en mis ojos seguirá siendo azul. De seguir así, en el año 2100 más de la mitad de la superficie marina se verá distinta, pero, las siguientes generaciones apenas se darán cuenta. Porque el mar seguirá siendo azul.


La idílica panorámica a salvo para nuestro egoísta regocijo, para hacer la foto de rigor, para quedarnos en la superficie. Y lo repetimos como un mandamiento para esquivar la conciencia: el mar seguirá siendo azul. Lo que nos hace sentirnos seguros: el azul del mar visto desde la orilla, llevarnos arena para casa, alguna que otra concha, un recuerdo de horizonte en línea recta y hasta el infinito. 
Y al corazón de la mar ¿Quién le da seguridad? Quién lo resucitará.  

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