domingo, 1 de febrero de 2015

Fecha de caducidad



Una y otra vez. Ya perdí la cuenta de las veces que he borrado la primera frase. Éstas que lees son las que están sobreviviendo en el tiempo, por ¿suerte? todo tiene fecha de caducidad, ni tan siquiera este post permanecerá por siempre en el recuerdo aunque esté subido a este "mounstruo" llamado Internet. Reescribo mil veces lo que voy a decir porque no sé continuar. Lo que podrían haber sido historias increíbles o bazofia incapaz de entretener a alguien, ya no lo serán. No pasa nada, borro las palabras y comienzo otra vez, así de simple. 

Del mismo modo que reciclo lo escrito, las ruinas que un día yacían en aquel descampado, algún día se convertirán en un edificio de pisos o en un centro comercial. Todo se reinventa, florece, vuelve a ser útil y a ofrecer refugio, son los lugares que la vida va intercambiando para avanzar, en un ciclo aparentemente lógico y social. Luchar en contra de todas esas cosas parece de idiotas, porque todo debe seguir un curso. Y es que, por mucho que me empeñe en seguir escribiendo, y en no borrar la frase, ahí siguen las ideas estancadas. No sirve de nada luchar contra lo inevitable. A veces basta solo con ser capaz de reiniciar.

No es que me haya vuelto trascendental, ni haya decidido que, a partir de ahora, voy a analizar la vida como si todo fuera pura mecánica y rutina aburrida. No es que me haya quedado atrapada en el bucle de los momentos pesimistas ni haya dejado que me coman los recuerdos tristes. Es que me doy cuenta que olvidamos que todo pasa. Dejamos a un lado los instantes reales para centrarnos en los virtuales. No vemos el sol que tenemos delante, porque continuamos buceando en otra nube, que no es precisamente la que tienes ante ti con forma de platillo volante o de algodón de azúcar, y que está deseando que levantes la cabeza y la observes para sonreírte.




Confieso que me odio a mí misma cuando miro la hora y sé que he estado largo rato enganchada al móvil o distraída en alguna tontería, sin reparar que estoy junto a la familia o amigos en un momento que pasará de largo y no volverá jamás. Es la misma certeza que sientes en el momento en el que te tranquilizas y te das cuenta que si gritas más, no significa que vayas a llevar más razón. De la misma manera, si me siento mal, no quiere decir que el resto del mundo deba pagar por ello. O, si me peleo con mi hermana, luego me sentiré terriblemente mal por no saber qué estoy haciendo mal. La cruda realidad hace daño pero también hace recapacitar. 

Me odio cuando me enfado por tonterías y cuando desprecio cosas que me hacen sufrir, hasta que entiendo que de ellas puedo aprender. Me odio cuando siento que, por un rato, me quedé atrapada en un momento del pasado injusto e incoherente. No me gustan los momentos en que me odio, porque son los únicos en los que corro el peligro de no quererme ni querer al mundo que me rodea.



Una pareja está al lado nuestra. Los dos están largo rato centrados en sus respectivos móviles. Menos mal que cuando llegan sus hijos y se sientan a la mesa empiezan a socializar con ellos y, al menos, ya no "hablarán" solo de aplicaciones móviles o de grupos donde todo el mundo cuenta lo que está haciendo en vez de hacerlo de verdad. El otro día vi algo parecido. Una mujer comía, en la mesa de al lado, junto a su hija. Ésta no soltaba el móvil, sólo a ratos para comer. La mujer no podía evitar dejar entrever en su rostro la incomprensión de la soledad, sabiendo que estaba ¿acompañada?. No es que seamos idiotas por no ver la realidad, es que nos empeñamos en bajar la cabeza para huir de ella, dando la espalda a la vida para vivir otra ¿creíble?. Es como si entraramos en un coma momentáneo donde sólo existe la tecnología y no las personas. Creo que siempre hay tiempo para todo, pero es una pena que no vivamos los instantes que importan (que nunca vuelven a repetirse, o al menos, no de la misma forma) y el móvil, por poner un ejemplo, puede esperar.

Por suerte, todo tiene fecha de caducidad. Si un instante no caducara, no valoraríamos tanto al que le continúa. “Hay que vivir los momentos como si fueran los últimos” no es una tontería que dijo alguien demasiado extasiado con su ritmo de vida o dispuesto a reconciliarse con el mundo después de que sus actos le remordieran la conciencia. Es alguien que se odió por muchas cosas y que creció aprendiendo de ellas. 

Los momentos en los que te odias son los más reveladores, lo más complicado es lograr sacarles provecho. Creo que puede ser gratificante intentarlo.

Feliz semana