jueves, 15 de septiembre de 2016

Contactando candidatos



Llegas nerviosa, es la primera entrevista de trabajo en mucho tiempo (aunque los nervios siempre aparecen en momentos así). Y la empresa que ha marcado tu teléfono para contactar contigo se encuentra en la ciudad donde quieres labrarte un futuro. Y podría ser un trabajo que te llegase a gustar, con compañeros agradables y con buen ambiente propicio para absorber cada nuevo aprendizaje. Podría ser, simplemente, algo diferente a lo que has vivido durante los últimos cinco años. Echas responsabilidad en tus hombros, llenas el bolso de esperanza y te delatas por doquier con una mirada ilusionada que encandilaría al más despistado. En resumen, te vienes arriba intentando machacar los nervios. 


La chica que te llamó por teléfono te dio cita para un día a una hora concreta y te lo has tatuado en la mente sin que te haga falta anotarlo. Te han dicho que lleves el currículum actualizado e impreso y te lo tomas tan al pie de la letra que, durante el trayecto hacia la empresa en cuestión, lo pegas a tu cuerpo como si fuera una prolongación de ti misma. Va en una carpeta para que nada lo altere ni un ápice y cuando llega la hora te desprendes de él, por petición expresa de la persona que te recibe, como si estuvieras regalando lo más preciado que conoces. Puedes sacar más copias, pero en ese instante se te antoja algo único. Incluso por el camino lo has remirado veinte veces, comprobando palabra a palabra que todo está ok.  


Cuando bajas del coche la camisa que has planchado en casa a conciencia hasta que quedara perfecta se ha arrugado un poco. Maldices automáticamente el tejido facilón sobre el que has descubierto, en un mal momento, su palpable alergia a los cinturones de seguridad. Apenas se nota, piensas para auto convencerte. 


Por el camino te da tiempo a pensar en la poca información que ofreció la chica que te llamó. No sabes para qué puesto es, la empresa no sale por internet y, consultando la app Job and Talent,  sospechas que se trata de una oferta de empleo que aparece en un estado sospechosamente alentador, contactando candidatos. La oferta asegura que el puesto es para atender al público en una oficina de turismo. Y segundos antes de entregar el currículum a la sonriente chica de la entrada seguía existiendo esa posibilidad. Pero las cosas se esfuman a veces con demasiada y repentina velocidad. 


Ni era una oficina de turismo ni era ese trabajo que esperabas, y eso que tampoco pedías mucho. Volvía a ser la misma historia. Más de una docena de chicas en una pequeña sala, sin nada de información y junto a una fila de ordenadores y teléfonos. Donde todo parecía estar puesto provisionalmente, hasta la tabla donde se anotaban los clientes conseguidos por cada trabajadora (con su correspondiente toque de campana). Y volvía a ser el mismo producto a la venta: los bonos viajes. Y, en el mejor de los casos, te pasaría seguramente lo mismo. Sin información previa de tus objetivos un día te dirán que no los cumples, te colocarán sobre la mesa un papel para que firmes tu fin de contrato y a esperar con paciencia a que te paguen, si es que lo hacen. 


Pero no es solo la inexistencia de buenas oportunidades laborales, aunque lo más correcto sería decir decentes oportunidades. Es que creo que el mundo está un poco loco. Que aun no entiendo que alguien, y más una chica joven que acaba de estrenar como quien dice la treintena, al salir de una piscina diga que qué hace un chico de esa edad (refiriéndose a que es mayor, no sé por qué le echaba más edad de la que tenía) trabajando de socorrista. -Si habrá acabado ya la carrera, ¿no?. ¿Qué hace ahí trabajando?, ¿no hace nada?, suelta tan tranquila. A lo que mi respuesta perpleja es –pues, lo mismo necesita el trabajo. Y ella parece pensarlo mejor y suspira un –Ahhhh puede ser. 


Me contengo, porque lo más correcto hubiera sido añadirle -¿no crees? A lo mejor necesita el dinero extra, o no tiene otro trabajo. Quizá le guste ser socorrista, sea su sueño. No sé, existen mil razones. ¿En serio tuve esta conversación con alguien que podría encajar perfectamente por su edad en la que llaman la generación perdida?. Esa generación que tanto está sufriendo la grave situación de desempleo en nuestro país. Y otra cosa que no entendí fue lo de la edad porque el chico tendría unos veinte seis. -Ah ¿sí?, me respondió cuando se lo dije. Y que digo más, ¿qué más da la edad?. En fin, era todo un sin sentido. 


No me extraña que, en mi caso, trabajando en el almacén de manipulado de fruta escuchara cosas como que había gente que decía que qué pintaba yo allí si tenía la carrera de periodismo. Como diciendo que les estaba quitando el trabajo. Nunca supe quien o quienes fueron las artífices de tan profundo comentario pero es que tampoco entendí nunca como es posible que alguien crucifique a otro porque vea amenazado su empleo donde no existe amenaza alguna

Será que estoy algo cansada de ciertas conversaciones y comentarios, pero no entiendo muchas cosas que se piensan y que se dicen sin saber cuales son las circunstancias de la persona de quien se habla. A veces también se pueden malinterpretar pero hoy en día no está el mundo como para que nos paremos a enjuiciar sin más. Se trata de, sobre todo, tener un poco de más sensibilidad.


Otra cosa que me sorprende es que continuamos formándonos para estar a la altura de las ofertas de empleo y nunca parece ser suficiente. Una compañera periodista que también estudió educación no encuentra empleo en los colegios porque, según le han dicho, ahora exigen, como requisito mínimo el B2 de Inglés y/o Francés (hacía poco exigían el B1). ¿No existe el candidato perfecto?, ¿no damos la talla?. ¿Quién lo dice?. ¿La que juzga porque jamás se ha visto sin trabajo y desesperada y, lo que es peor, carece de toda sensibilidad hacia los que sí se han visto en esa tesitura?. ¿La que crucifica porque vive en la edad de piedra y se cree con más derecho que tú a una opción laboral?. 


A pesar de todo, resulta que sí damos la talla. Soñamos con un estado en el que se pueda leer contactando candidatos, porque si eso sucede existirá muchas posibilidades de que uno de ellos seamos nosotros. Intentamos que nos resbalen los comentarios de quienes ignoran su propia mediocridad y desechamos trabajos, claro. Porque no toda la basura hay que cogerla, hasta ahí podemos llegar. Y no nos sentiremos mal por ello (aunque nunca ponemos la mano en el fuego porque somos tan idiotas que encima nos sentimos fatal por rechazar un trabajo). Simplemente no queremos seguir alimentando ese cirulo de empresas en las que solo somos medios para engañar a la gente y que encima ni nos paguen. 


En fin, un poco de cordura que estamos todos en el mismo barco.