miércoles, 24 de mayo de 2017

Diario de viaje III



Un crucero es letal con los tiempos. Los destinos son muchos pero el desembarque te condena a una visita de apenas unas horas. Y así cada puerto siempre te dejaba, en el retorno, una pizca de miel en los labios. Muerdes y la dulzura vuelve sola a rememorar ese pequeño instante, hubiese sido imposible retar a la fugacidad inevitable.
Y, en sitios como la Acrópolis de Atenas podéis creerme que, no solo tuvimos que manejar el tiempo. Con la cantidad de personas que había por allí costaba pasear y fotografiar los templos en solitario y queríamos capturar alguna imagen que no estuviera masificada. Y, con algo de ingenio lo conseguimos. 


 Aunque la realidad siguiera siendo ésta...




La importancia de un instante. Cuando desde un pequeño mirador eres capaz de dar la espalda a la impresionante panorámica de la ciudad de Atenas para verlo una vez más. Una más. En pie, a pesar de que en él son visibles los vestigios de la belleza consumida por siglos de cruentos ataques. 
La parte oriental, que miraba al resto de templos estaba plagada de andamios que intentan rescatar su historia. Pero la occidental, la que lucía desnuda, se quedó ante mis ojos lo suficiente como para que ya se convirtiese en una imagen para la posteridad. 

Al final, encuentras un lugar donde a nadie se le ha ocurrido ponerse para echarse la foto y al menos logras otra perspectiva donde no hay que esperar para posar ante el Partenón

En otro de los templos, el de Erectón, esperando un poco pudimos fotografiarnos solos con las cariátides (son réplicas exactas, las verdaderas se encuentran en el museo de la Acrópolis)

Esa miel de la que os hablaba al comienzo supo más amarga bajando los enormes escalones de piedra de la Acrópolis, dando la espalda ya al Partenón para marcharnos. Quería volver la vista atrás y lo hice un par de veces pero ya no lo veía. Una vez más, me decía. Pero las pequeñas ruinas resbaladizas bajo mis pies, aquel suelo empedrado, la multitud yendo en la misma dirección, la mano que te sujeta como protección y que te pide seguirla para no separaros y perderos entre los turistas, las prisas por llegar al autobús… Al final debes sucumbir y marcharte sin más.

Impresiona el Partenón sí. Ya lo hace en las fotografías del móvil cuando te subes forzosamente al autobús que te alejará de allí. Y sigue haciéndolo cuando lo ves desde las calles de la capital, saludándote como si nada desde lo alto.



Después, paseando por el barrio más turístico de Atenas, Plaka, pudimos seguir disfrutando de nuestro destino pero de una manera diferente. Y es que a todos al final siempre nos gustan las tiendas y ver algún que otro souvenir. Lo cierto es que yo echaba de menos en mi maleta unas sandalias. Como os comenté en otros capítulos de nuestro viaje, tuvimos suerte con el tiempo y siempre hacía muy buena temperatura. Así que a cada sitio que íbamos me fijaba especialmente en las zapaterías por si hubiera algún par que me convenciera. 


Ya estábamos en ese rato en que no paras de mirar el reloj, cuando se estaba acercando la hora de volver al autobús, pero no pude evitar pararme en una tienda donde las sandalias de piel llenaban por completo el exterior y las paredes del interior del establecimiento. 

Entré ya un poco nerviosa porque habíamos quedado con la guía en poco tiempo. Si quería llevarme unas debía escoger rápido. Pero, ¿cómo hacerlo?. Todas eran preciosas. Así que me concentré en dos modelos y en algún color que me viniera bien con toda la ropa. 

Todas eran en tonos piel pero había una amplia gama de diseños y de colores. El artesano me contó que las hacía él mismo. En seguida localizó mi talla, sin apenas decirle nada. Me quedaban como un guante. Fue rápido también ajustándomelas y haciendo otros agujeros para que las tiras me quedaran perfectas del todo. Le pedí una foto y, orgulloso, mostró él mismo la compra sonriente. 

Y ya que he podido llevarlas a varios sitios y tenerlas puestas durante horas, os confirmo que son comodísimas


Llegaba así el fin de nuestra particular aventura griega. Al día siguiente nos esperaba todo un día de navegación hasta Croacia. Desde aquel día ya empezamos a notar un ligero tono de melancolía en las palabras del resto de tripulantes porque, lamentaban, se estaban acabando las vacaciones. 


La verdad es que nosotros no sentimos nada de eso hasta que nos convocaron a una reunión para explicarnos cómo se llevaría a cabo el desembarco. Confieso que aquellos protocolos me cansaban un poco, supongo que sería porque mi necesidad de desconexión antes de subir a aquel barco se ponía en alerta y comenzaba a pedir un salvavidas de auxilio. Lo cierto es que al final fue bastante cómodo. La última noche, antes de regresar de nuevo a Bari (donde cogíamos el vuelo a Madrid) dejamos la maleta en la puerta del camarote y la naviera se encargaba de llevárnosla directamente a Barajas. 



Con esa reunión, el hecho de que el crucero se estaba acabando era ya una realidad. Nosotros solo pensábamos en que aún quedaban dos destinos más por visitar. Dubrovnik y Venecia nos esperaban pero, mientras tanto, en aquel día de navegación tocaba disfrutar del barco lo máximo posible. Así que aprovechamos para tomar el sol, llevarnos el almuerzo al balcón de nuestro camarote y disfrutar una noche más de una cena increíble.

Gracias por leerme y remomorar conmigo momentos irrepetibles.
Continuará...