domingo, 11 de junio de 2017

Buscando el regalo de la novia



La fugacidad de los momentos es esa ciencia incierta que irrumpe sin avisar. Cuántas veces, cuando creíamos que era más temprano, no habremos dicho:  madre mía, ¿Ya son las diez de la noche?. Cuando me pasa eso pienso, pero ¡si no tengo hambre!, por eso de que el estómago hace las veces de reloj. 

Es por eso que momentos como ir al dentista se hacen eternos (estás toda la semana pensando que el viernes tienes cita y encima te va a fastidiar el fin de semana) y otros como casarte (el día de tu boda en general) parece que hayas entrado en la máquina del tiempo de casa vestida de novia para después aparecer con un micrófono cantando en el karaoke a las seis de la mañana. 


Y, ya me lo advirtieron, “disfruta del día al máximo que pasa volando”. Y nunca eres plenamente consciente del peso de las palabras hasta que llegas por ti mismo a experimentar. Pues sí, por eso de que el tiempo es oro, de que hay que vivir las cosas intensamente y dejarte llevar por la felicidad. Y pasa mucho. Constantemente. La vida te da cientos de oportunidades para apreciar el tiempo. 


Y la verdad es que nunca imaginé que podría enamorarme de un día. De la perfección de los sueños estallando. De que los instantes se queden impregnados en un cielo azul que luego ves cubriéndose de amarillos para luego más tarde llenarse de estrellas. Todo en cuestión de lo que parecieron segundos. 


Me lo advirtieron y sabía que llevaban razón. Siempre ocurre por ejemplo cuando llega un reencuentro con alguien que llevabas esperando meses y ese fin de semana, esos días en los que por fin disfrutáis de vuestra mutua compañía, simplemente se marchan a la desesperada dejando una agitadora aunque dulce resaca emocional.


Pero no hace falta que sea nada trascendental para que el tiempo pase volando ni que las pequeñas dosis de felicidad tengan una importancia vital en tu vida. Sonreímos por lo más simple. La tontería de que tu cumpleaños caiga en sábado, que haya degustación de queso gratis en el supermercado o que pilles en descuento los vestidos cuando entras por casualidad a tu tienda favorita.



Gracias por dedicar un día de vuestra vida a celebrar con nosotros el día más feliz de la nuestra




Un día. Un día puede cambiarte la vida. Y, cuando vi mi vestido de novia metido en la bolsa de la tintorería analicé cómo era posible que algo tan feo como ese trozo de plástico fuera incapaz de eliminar toda la carga melancólica que guardaba en su interior. Por supuesto, localizas rápidamente la funda original del vestido porque sabes que merece estar guardado en condiciones apropiadas. 


Y pensando en qué quería contaros de ese día tan especial de innumerables recuerdos de esos que te erizan la piel, me vino la reflexión de la fugacidad del tiempo. Y fue acuciante el querer remontarme al año en el que debe situarse la historia que quiero contaros.


Era noviembre de 2010 y me paseaba por Londres con este bolso de tela que me había prestado mi amiga Inma. Iba a quedarme un mes en su casa y, casi todos los días, llevaba la comida ahí preparada para hacer turismo e ir de un lado a otro.

El famoso tapper y los picnics que tanto me gustan. Almorzaba en sitios como los escalones del Museo británico, en High Park o Trafalgar Square. Lugares de paso, o donde emplear horas contemplando estampas londinenses o paseando.


Inma trabajaba todo el día así que me apunté a clases de inglés por la mañana y por la tarde. El resto del tiempo me perdía por la ciudad. Y esa bolsa de tela fue una gran compañera en todas aquellas experiencias. 

Casi todos en la ciudad las llevaban. Las veía por todas partes. Para los libros, para la comida… Era lógico utilizarla para la vida diaria de una gran ciudad, donde todo está lejos y cuando te marchas de casa debes llevar la vida a cuestas prácticamente.

Mi hermana con la bolsa de tela que le regalé la pasada Navidad


Siempre me han llamado muchísimo la atención las bolsas de tela reciclada con algún dibujo o mensaje. 

En Nothing Hill encontré una bolsa de tela promocionando este barrio tan de película. No pude resistirme y me la compré. Sin duda mejor que cualquier otro souvenir.


Ésta otra por ejemplo me la trajeron mi hermano y Silvia de su viaje de novios.



Cuando tuve que pensar en qué regalar el día de mi boda me acordé de todas las cosas que me habían regalado en todas las bodas a las que había ido. Y pensé en cuántas veces las había usado. Quería algo diferente y que las invitadas tuvieran un regalo práctico y original. 


Después le daba vueltas a qué quería obsequiar que hablara de mí, de mi forma de ver la vida, de lo que me apasiona o de lo que me trae recuerdos. 

Y luego llegó ella. Mi madre que, en cuanto me oyó sugerirlo (obviamente yo sabía que era una pequeña locura), me contestó tan normal, -Pues yo te las hago. 


¿Cómo?, me quedé alucinada por su seguridad. -Mamá, le dije. ¿Me estás diciendo que vas a coser cien bolsas de tela?. Es una locura. Telas, trabajo, tiempo. –Tampoco es para tanto, me contestó. Sí que tienen trabajo pero, por ejemplo, si las buscaras en Internet las ibas a encontrar de mala calidad y no iban a ser tan bonitas. No podía tener más razón.




Y así fue como lo hizo una vez más. Mi madre y su eterna manera de hacerme feliz. He crecido junto a sus máquinas de coser. Viéndola horas y horas sacando patrones, haciendo sus propios vestidos, chaquetas, trajes. Vistiéndonos a mi hermana y a mi de arriba a bajo con prendas a las que siempre le añadía su toque personal.

Y así de guapa iba mi hermana en su graduación, con un conjunto hecho por ella. 
Para mi asombro, tras el verano (aún quedaba medio año para la boda) ya las tenía listas. Y es que en primavera, en cuanto hablamos del tema, empezó poco a poco a comprar las telas y se puso a trabajar día a día en las bolsas.

Luego, de vacaciones en el pueblo de mi novio compré otros tantos metros de diferentes de telas. Incluso mi padre trajo a casa un día una tela que le había gustado. Todos en casa estábamos implicados. Mi tita también se ofreció para hacer unas cuantas bolsas en su casa. Y así fue como entre todos hicieron mi sueño realidad dándole la vuelta a la pequeña locura. 


Cada vez que llegaba una tela nueva a casa me emocionaba imaginando a mis amigas yendo a la playa, a clase, al trabajo, a tomarse algo con esas bolsas tan bonitas, como yo misma había hecho tantas veces. Que eran perfectas para ir de viaje, llevar cosas accesorias a cualquier parte o simplemente utilizarla de bolso para la compra. 


Y, después de la boda, mi alegría ha sido verlas con ellas del brazo. Escucharlas decirme cuánto le gustan o lo cómodas que son para el día a día. Y, cada vez que las veo, me marcho en sueños a Londres o a cualquier otra parte del mundo pero sobre todo a casa junto a mi madre sacando el patrón, cortándolas, cosiéndolas, rematándolas y perfilándolas hasta que quedaran perfectas. Porque esas bolsas han sido protagonistas conmigo del día más importante de mi vida y eso siempre se lo agradeceré de corazón a todos los que se implicaron.

Nunca olvidaré tampoco aquella tarde que pasamos mi hermana,  mi madre, mi prima, mi tita y yo envolviéndolas y enlazándolas con las tarjetas que las acompañaban.


Quise buscar la forma de rendirles un homenaje a todas esas madres que se vuelcan con sus hijos en el día más importante de su vida. Así, preparé una frase con la que las invitadas también se sintieran identificadas junto al mismo diente de león que había protagonizado la invitación de boda.

Tras aquel día me he encontrado con diversos modelos de las que ahora han bautizado como Totebag (bolsa de mano). Las he visto en eventos como la reciente Noche en Blanco de Málaga e incluso muchas empresas crean la suya para promocionarse. 
Mi madre tenía razón. No hubieran quedado tan bonitas. Pero sin duda volví a cerciorarme de algo que aprendo de múltiples formas a lo largo del día. Si quieres que algo tan personal quede bien, hazlo tú mismo o al menos implícate al máximo poniéndole ilusión.


Saborea los instantes. Se marchan sin despedirse, sin pudor. El tiempo lo sabe. Sabe que me los quedo para mí para recrearme en ese erizar de la piel mientras recuerdo.
Gracias a nuestras familias por hacer de aquel día el más auténtico, el más real. Todo hecho en casa.