lunes, 28 de septiembre de 2015

Nada es imposible




Hace unos días pude ver un reportaje sobre residentes españoles en Edimburgo. Ellos habían tenido que emigrar para encontrar trabajo y poder hacer una vida digna junto a su familia. Era el caso de una mujer que vivía allí con su hija. Contaba que había tenido que ir acortando sus visitas a España para ver a su familia, porque su niña no soportaba estar en el extranjero y lo pasaba fatal cada vez que tenía que arrancarla de sus raíces. Confesaba que ya prácticamente no pisaba tierras españolas porque ya se había vuelto insoportable la despedida. Para ella tampoco estaba siendo fácil, tenía tatuado en su piel su deseo de ser capaz por ella misma de sacar adelante a su familia y se negaba a recibir ayuda de miembros de ésta que tampoco estaban bien económicamente, y esa razón le movía a seguir allí, en el país que le había tendido la mano y que le había dado trabajo.

Me pasa a menudo, que me meto mucho en la pantalla de la tele cuando estoy viendo y escuchando historias que me llegan especialmente. Así, no pude evitar las lágrimas al ver llorar a una joven que, profundamente angustiada, relataba todas las cosas que se estaba perdiendo de su tierra natal, a la que adora. Ella también había encontrado una oportunidad en Edimburgo, pero le pesaba mucho perderse tantos momentos de su familia y amigos, simplemente, el día a día en su hogar. Algo que reconocieron prácticamente todos los entrevistados, por lo que no pude evitar acordarme de los amigos que tengo en el extranjero y a quienes seguro les está costando, en mayor o menor medida, estar lejos de los suyos aunque no lo expresen constantemente por no ahondar en la herida.

Hemos vuelto a nuestro pasado no tan lejano, cuando familiares se marchaban a países como Francia o Alemania a “buscarse las habichuelas” como se dice por aquí. Mi padre, ya jubilado, de niño tuvo que dejar muy a su pesar los estudios para trabajar, sin embargo, hoy reconoce que “nunca ha vivido una crisis como ésta”. Que alguien que se emociona tanto relatando su infancia y la situación de desolación en la que vivió esos primeros años de juventud te diga eso me ha dado mucho que pensar.



Estamos en crisis de todo: empleo, educación, sanidad ... Y, a día de hoy, uno de los pocos lugares que nos sirve para sortear la crisis es el campo, al que hay que pedirle perdón por haberlo tenido tan olvidado, y por sólo acordarnos de él en las malas épocas, a pesar de ser el que nos alimenta y nos da tantas alegrías. Trabajo sacrificado sí, pero el que nos ofrece un puñado de habichuelas para echarnos a la boca. Yo le estoy muy agradecida al campo y a las cooperativas que, mejor o peor, están dando estabilidad a muchas familias ofreciéndoles un sueldo para subsistir. 

Aunque he trabajado últimamente envasando alimentos, estudié Periodismo y he sido locutora de radio, presentadora de tv y de eventos, redactora y colaboradora en prensa y sigo luchando por una nueva oportunidad laboral en el mundo que más me gusta. Supongo que es muy difícil a día de hoy que te paguen por hacer lo que más te gusta, pero como siempre digo, no hay nada imposible, y en esa escasa probabilidad me refugio

He vivido muchos años de contrastes, de verme paletizando, destriando cherry o fregando máquinas y en pocas horas presentando un evento o ejerciendo de pregonera en unas fiestas, repartiendo publicidad o, al cabo de un tiempo, llamando a clientes por teléfono para venderles bonos viajes. Pero la crisis nos está haciendo aprender a explotar nuestros recursos, crecer a ritmo vertiginoso y apreciar mucho las pequeñas oportunidades que salvan nuestro día a día. Algo bueno tenía que tener. Es el vaso medio lleno de la crisis, el que siempre debemos preservar para no morir en el intento. 

Una de las cosas que peor llevo es cruzarme en mi camino a personas que me hacen sacar el lado negativo de las cosas y me hacen perder mi tiempo. Hace poco, tuve una entrevista de trabajo donde un hombre muy bien trajeado, y con un guión perfeccionado hasta la médula, mirando mi currículum me felicitaba porque me había reciclado, un concepto muy en auge últimamente para los que estamos dedicándonos a otras labores que nada tienen que ver con nuestra experiencia anterior o nuestros estudios. Toda la entrevista fue un intento de manipularme psicológicamente. 

Durante casi una hora de reloj estuve escuchándolo hablar de su empresa y haciéndome preguntas muy personales sobre mis sueños de periodista, para luego influenciarme sobre la necesidad de seguir en el camino que había emprendido “de reciclado”. Pero tuve que acabar preguntándole en qué consistía el trabajo porque en todo ese tiempo ni siquiera me lo había dicho. Yo había ido con el propósito de buscar trabajo en TV pero estaba dispuesta a escuchar la propuesta diferente con la que me había topado. Ya con dolor de cabeza, con la mano del señor ya tendida despidiéndose, y después de insistir en mi pregunta (porque no me dejaba hablar) me enteré que se trataba de ser azafata de stand. Y le diría yo, ¿qué malo tiene que lo expliques tal cual?. Se notaba demasiado que había mucho que ocultar. Salí por la puerta agotada y enfadada por encontrarme a tipos así que hacen que te cueste recuperar tu mentalidad de querer trabajar en cosas diferentes y diversas dignamente.

Volviendo a lo que decía antes, y aun más si cabe después de este tipo de anécdotas, le estoy muy agradecida al campo. Nieta e hija de agricultores, en estas tres campañas anteriores como manipuladora de alimentos y mozo de almacén he aprendido lo duro que es trabajar de él. Es cierto que el trabajo del agricultor que se enfrenta a madrugones y a la climatología no está siempre justamente recompensado debido a los altibajos del mercado, pero pueden contar casi siempre con un sueldo digno o medio-digno, como en todo en la vida, siempre se viven unas épocas más favorables que otras.