lunes, 18 de diciembre de 2017

El tiempo es el único regalo de Navidad que no se envuelve


Es habitual, lo sabéis, que el móvil en Navidad se convierta en una especie de caja de deseos donde “te dejas ser” sin más y saludas, quizá, desde hace demasiado tiempo enfrascado en la rutina. Todos volvemos por Navidad, no sólo el turrón. Los mensajes en cadena de “corta y pega” ya empiezan a llegarnos y el envío masivo de felicitaciones está cada vez más cerca. Pero entonces alguien te escribe un mensaje de su puño y letra. No es gran cosa (o sí) pero lo que valoras no es tanto lo que dice, el número de renglones o de palabras. El “acordarse de alguien” no entiende de caracteres


Primero detectas fácilmente cuando no se trata del “pega” habitual y segundo piensas: ha tomado su tiempo en felicitarme. A mí. Si, a otros más. Pero yo estoy entre ese pequeño círculo al que le ha dedicado un ratito navideño. 



La Navidad es familiar pero hace que amplíes ese cariño. Y lo proyectas a otros puntos de la geografía. Y tu radar se activa con la emoción. Con ese “echar de menos”. Y tu “familia” engorda y los brazos quieren tocar a otras personas con las que hace tiempo que no hablabas pero que son importantes. Y con el silencio del instante nostálgico te inflas de recuerdos, esos que tu mente atrae como un imán cuando todo tú está a flor de piel.


Regala tiempo


Hace poco a mi caja de deseos llegó un vídeo sobre los regalos de Navidad. ¿Qué vais a regalar?, preguntaban a unos jóvenes al azar. Primero les hacían escoger a una persona. Algunos se dejaban guiar por la primera que se le cruzaba por la cabeza. Después, respondían sobre qué iban a regalar. Y, tras mencionar ropa, viajes… les preguntan ¿qué le regalarías si supieras que va a ser su última Navidad?. La respuesta fue unitaria: “Estaría todo el tiempo con él, con ella”.


El vídeo era otra especie de “corta-pega”, al final lo que te apetece es compartir con otras “cajas” la reflexión. La importancia del instante donde tiras al olvido todas las ideas que se te han ocurrido poner bajo el árbol y comienzas a planificar “quedadas”. Pero, cada vez es más trabajoso regalar tiempo. Nos falta agenda, días, horas… Eso es precisamente lo que hace enorme el regalo. La decisión de estar con esa persona y que en ese preciso momento no quieras estar con nadie más. La complicación del uso del tiempo, su efímero sentido, su sabor en el paladar ansiado, el reloj que no marque las horas, el “congela” este momento porque no quiero que se vaya.


En Navidad, el tiempo se convierte en un ladrillo que debes estudiar dónde encajar. Evitar que te pese como un lastre. Porque mientras decides se marcha. Y no te da para tanto, solo para ese instante inolvidable que se quedará en el año que se marcha. Solo para empezar a soñar con el siguiente reencuentro. Para desechar la despedida porque tienes el poder de hacer eterno el momento si quieres. 


Te da tiempo a odiar la Navidad y amarla al mismo tiempo. A enfriar el cava mientras los demás se reúnen esperándote con la copa alzada pidiéndote que se la llenes de alegría. Brinda por el tiempo. Déjalo pasar a un primer nivel. Por encima de toda la multitud de la calle. De los centros comerciales. Y si tienes que salirte a la puerta porque no cabes en el bar, quién sabe, lo mismo hasta la conversación se vuelve más especial lejos del ruido de las gargantas gritando libertad.



Mi Navidad es disfrutar la biblioteca vacía, es esperar el maratón navideño de pelis con mi hermana y nuestro boomerang de Nochevieja con nuestros jerséis de flecos, es encontrar los regalos más sencillos para mis sobrinos y dárselos cuando no esperen nada, es recibir un 18 de diciembre en mi caja de deseos “que tengas un precioso día” de esa amiga en la distancia, es ver el encendido de una calle abarrotada y disfrutar junto a una sonrisa inocente mirando al cielo. Es escuchar mi canción favorita en el atasco de la autovía. Es tener tiempo para leer o hacer punto. El invierno que se vuelve cálido con un abrazo inesperado. El ratito de manta descubriendo una nueva serie de televisión contigo.



Hace frío. Corre una brisa helada en la calle. Te enfadas con el mundo mientras esquivas a la gente, intentando llegar a alguna parte. Quizá dándole vueltas a ese regalo que te queda de la lista. Estás cansada, el día ha sido largo. Quieres llegar a casa, no soportas más el bullicio. Pero subes la mirada y lo ves. Hay un enorme árbol de Navidad en tu plaza favorita. En tu pupila se reflejan las luces mientras tu sonrisa hace aparición en tu rostro. Ya es Navidad en tu corazón porque has sabido apartarte del resto y parar para contemplarlo. Qué más da llegar un minuto más tarde.



La vida brilla dentro y fuera del escenario de tu vida. Para el resto son compras y prisa, ahora para ti las fiestas del turrón y las reuniones se resumen solo en ese instante. En el que la luz tiene el protagonismo. No son las que hay expuestas, son las que has sabido mirar de forma distinta. Cada uno vemos algo diferente cuando centellean en el negro telón de la noche.