miércoles, 14 de enero de 2015

En frasco pequeño



Al igual que las grandes cosas, que muchas veces se conservan en frascos pequeños, los pequeños gestos cotidianos que hacemos por los demás, y por nosotros mismos, pueden hacernos grandes. El mundo siempre será mejor por las pequeñas cosas, por las pequeñas piezas que vamos colocando en la construcción de nuestra vida.


Las grandes cosas no llueven del cielo ni aterrizan en nuestra azotea. Es el reloj de cada año el que encierra el correspondiente tiempo, es la paciencia de los días disfrutando los frutos del trabajo, son las grandes recompensas que aparecen cuando ya habías olvidado lo grande, simplemente, apreciando lo pequeño. Un mundo de pequeñas cosas siempre forjará un gran mundo, sin varita mágica ni hadas de cuento, solo con la intención de hacer lo que esté en nuestra mano para tocar la sensibilidad de los demás con gestos amables.

La filosofía budista, que enseña que una buena acción será recompensada con otra buena y que la vida te devolverá lo que le das, es la que se centra en el karma, responsable de la cadena de altruismo, bondad y generosidad para con los demás, necesaria para que haya una estabilidad social, tan frágil como la vida misma pero, a la vez, fuerte si se fabrica entre todos. Al final todo es energía. La positiva e invisible, la que enciende la luz, la que abre la ventana y salta la barrera que nos hizo caer. El empuje viral y cósmico de las buenas acciones, a favor del bien que nos produce ayudar y ser ayudado. 

Hace algún tiempo leí Maldito Karma, de David Safier. Divertido y valiente, fue un libro que me gustó por cómo estaba escrito y por todas esas cosas que te enseña, a pesar de que tropiezas con ellas cada día desde que te levantas de la cama. Se basa en la manera en que las enseñanzas de Buda, basadas en el karma, pueden ir dirigiendo el destino de un alma que dejó asuntos pendientes en la tierra. Lleno de imaginación y esperanza, el libro de Safier te enseña que el karma siempre te puede obsequiar con una nueva oportunidad de ser mejor.

Y volviendo a pequeños "frascos" que encierran grandes tesoros, y sin alejarnos demasiado del mundo literario, tengo que reconocer que hay algo que me engancha de los micro cuentos. Son minúsculas historias que, como pasa muchas veces con el relato corto, están abiertas a las distintas apreciaciones de los lectores, pero lo que más me gusta es que encierran grandes mensajes. Mi hermana me ha contagiado su amor a las lecturas de estos diminutos regalos que enriquecen a los que los leen. Ella es seguidora de la periodista Mónica Carrillo, quien es bastante aficionada a publicarlos. Uno que me gusta mucho (incluido en su libro La luz de Candela), dice así:



Los micro cuentos ignoran los puntos suspensivos, porque no los necesitan. Los lees, y sabes que, como pasa con la poesía, encierra un significado que, si te enamora, te sientes en la obligación de intentar descubrir. Aunque tal vez no consigas encontrar el sentido que le dió su autor, si logras que te transmita algo bueno, interesante, intuitivo y fascinante, el poema se hará tuyo, por tu particular forma de entenderlo y apreciarlo.
Y, ya que os hablaba antes de pequeñas cosas que empujan buenas acciones, las obras audiovisuales se sirven del poder de la imagen para hacer al espectador sufrir y disfrutar, reír y llorar, con esas historias de incalculable valor humano. Tan pequeñas, como grandes son sus mensajes. 

¿Qué tienen en común estos personajes?, nos preguntaba una mañana Margarita, nuestra profesora de inglés. El primero, es una señora mayor al que se le rompe el coche en medio de una carretera. No tiene cobertura en el móvil, todo está desierto y decide esperar dentro del vehículo. Otro coche se para detrás suyo. De él se baja un hombre con tatuajes, que se acerca al coche de la mujer. En la ciudad, una chica embarazada acaba de recibir un aviso de impago. Si no abona la cantidad señalada, le quitarán su casa. En el restaurante donde trabaja de camarera no pueden ayudarla, desesperada, continúa trabajando a pesar de estar a un mes de dar a luz. Sin saberlo, los tres terminan en un círculo de buenas acciones que nos enseña dónde reside la verdadera riqueza de los pequeños gestos. Se trata de un cortometraje de origen australiano, ganador del Tropfest (un prestigioso festival de cortos) de 2013. 

Aunque esté en inglés, merece mucho la pena ver el corto, os lo dejo por aquí:



Al salir, una compañera y yo, comentábamos el cortometraje y la historia que unía a los tres personajes. Ella, que es psicóloga, me decía que era muy importante enseñar a los más pequeños a ser buenas personas y, sobre todo, a tratar bien a la gente. Y es que, si un niño nunca ha recibido cosas buenas por parte de nadie, de mayor será mala persona, y no porque sea culpa suya, sino porque nunca ha conocido otra cosa.

La sensibilidad social es algo que puede florecer en cualquier rincón del mundo. Puede adquirirse a lo largo de la vida con ayuda de los que conviven junto a nosotros, poniendo un poco de empeño, no es tan complicado obsequiar a la vida con una sonrisa y con buenas acciones a los que nos vamos encontrando por el camino.