lunes, 3 de junio de 2019

Los grandes recuerdos que no metimos en la maleta

Independizarse siempre es un gran momento. Trasladas "todas" tus cosas a un nuevo hogar, sí, pero siempre te dejas muchas otras en casa de tus padres. En mi caso, vuelvo bastante a menudo y cada fin de semana que regreso a la que fuera mi habitación miro en los cajones y en los armarios por si descubro "tesoros" que no sabía que echaba de menos o que quiero volver a revisar. 


Ha sido el caso de la carpeta de hojas, con sus sobres compañeros, (primero fue mía y después de mi hermana) que coleccionábamos en la infancia y que me llevaba a muchos recreos del cole o que sacaba a mi calle para intercambiarlas con mis amigas. Había diseños de todo tipo, colores y formas pero lo que más caracterizaba a las cartas era su agradable perfume. Algunas de las nuestras, a pesar de los años, siguen desprendiendo olor.



Me ha alegrado bastante saber, a través de Instagram, que muchas os habéis sentido identificadas también, que incluso proponéis que vuelva esta moda o que reconocéis que teníais la misma afición y me habéis comentado si conserváis dichas cartas o no en la actualidad. Nos une un recuerdo precioso de un hobby común que durante mucho tiempo nos brindó tantas alegrías cuando éramos pequeñas. Buceando en la web me he encontrado en venta cartas perfumadas catalogadas como "documentos antiguos". Aunque no son muy frecuentes, no ha desaparecido del todo.


Los recuerdos más bonitos que tengo de aquella época eran los relacionados con la papelería donde mi madre me las compraba. Ese momento en que el señor te sacaba todo el abanico de posibilidades. Qué maravilla de sensación. Entonces tu madre sólo te dejaba escoger una libreta de hojas, pero daba igual porque el instante de decisión era pura felicidad. Siempre me quedaba con la portada y/o con un ejemplar de mis favoritas que no cambiaba con nadie. Luego, claro, conforme pasaba el tiempo tenía más valor. Los años 90 dejaron huella.


Además de revisar recuerdos de infancia, recuerdo haber encontrado hace tiempo una bolsa de plástico olvidada en el garaje de casa de mis padres. Estaba repleta de antiguas camisetas de deporte de mi hermano que él ya no se ponía. Decía que tenía muchas por su afición al atletismo, en las carreras siempre le regalan alguna, así que me quedé una que encontré en aquella bolsa y que era perfecta para el verano. Aunque tallas más grande, había que reconocer que me quedaba mejor a mí.



Este pasado fin de semana di con ella rebuscando en uno de los cajones de mi antigua habitación en casa de mis padres a la hora de vestirme para ir a hacer deporte con Coco. Recordé que la había rescatado de aquella bolsa y estaba lista para usar. 

Andando a paso ligero camino a la playa, con la correa de mi perro enredada en mi puño, me invadió una gran sensación de libertad que no llegaría nunca a explicar con tanta precisión como lo hicieron conmigo los sentimientos felices en aquel instante. Me sentía maravillosamente bien en aquel tejido y en aquella íntima conversación interior en el mejor momento.


Pudo ser el bienestar de la caminata en mis piernas, mis brazos desnudos al sol, el atardecer próximo entre las montañas, el asfalto esperándome a cada paso, llegar a la orilla de la mar azotada por la espuma blanca, las gaviotas volando o simplemente sentir dulces orígenes proyectados bajo el techo azul de mi ciudad predilecta. Pudieron ser muchas cosas, o un cúmulo de todas, las responsables de aquel momento fabuloso de desconexión, pero fue aquella prenda la que me enseñó que siempre podemos volver al lugar donde somos felices dentro de nosotros mismos.



No sé cómo lo hizo aquel tejido masculino para hacerse tan rápidamente amigo del viento sobre mi piel.  Llegó a importarme bien poco cuántos kilómetros habían sumado mis pasos acelerados. Comprendí que el rescate de aquella prenda olvidada fue un paso previo a aquella ferviente y fugaz felicidad. Que tenía que encontrarla para encontrarme. Que, por alguna razón, la camiseta debía tener otro dueño antes para ser mía después. Que teníamos que ser amigas a través del tiempo, como lo fui en su día también de esa costumbre de adquirir, coleccionar e intercambiar las cartas perfumadas.


Con ella puesta aquel día olvidé lo que me había preocupado durante tanto tiempo y sudé una corriente de instantes de absoluta paz. Aquella carretera dirección al agua salada no era una competición ni un reto. Rescaté una belleza interior de algún rincón inexplorado. Y cuando llegué al mar cambié el itinerario, viré los pasos, quise más. No estaba aún preparada para que acabara y alargué el camino cuanto pude antes de volver a casa. Siempre pienso que sentirse así de bien equivale a un nuevo comienzo.


Vivimos ansiando toparnos con el momento perfecto entre los nuevos acontecimientos de nuestras vidas y éste llega cuando menos lo esperas. Del ayer se coge sólo lo estrictamente necesario en cuestiones emocionales, hay que mirar para adelante. En cuanto a las cosas "olvidadas", siempre pueden tener otras vidas y destinos, ellas estarán ahí para recordarnos grandes momentos y para regalarnos otros nuevos.




“De todas las mujeres que habitan en mí, juro que hay algunas que ni yo conozco”

                                                         Vanesa Martin