domingo, 8 de junio de 2014

Los Puentes de Madison



Un día leí en alguna parte que escribir te ayuda a calmar los dolores del alma. Yo no sé si tengo dolores en el alma, ni siquiera sé con seguridad lo que es el alma, sólo sé que escribir sobre lo que siento me ayuda a respirar más profundo. Sin duda es el consejo que le daría a todo aquel que quisiera arriesgarse a describir con palabras su día a día sobre un papel, como una forma de desahogarse o de crear una vida entre líneas.

En mi película favorita, la protagonista sólo ve en sus diarios la manera de escapar de una vida que eligió y que, cree, tiene el deber de perpetuar. He visto muchas películas de amor, recalco lo de muchas, pero jamás una que me emocione tanto como la de mi querida Meryl Streep. Hay que verla, pero apreciando cada diálogo, el trasfondo de la historia, cada nota de ese piano que protagoniza la banda sonora. Los Puentes de Madison es la ocasión perfecta para recrear las dudas que plantea el amor, el cual muchas veces debe diferenciar entre el deber y el querer.

Francesca representa, en su cotidianidad, lo que una mujer nunca debería ser, en lo que nunca debería convertirse porque merece mucho más de la vida, que cuatro paredes y una familia acomodada. Francesca brilla por su sencillez y su amor incondicional a su familia. En unos cuadernos, ella inmortaliza su historia de amor a modo de diarios, reflejando el dolor de su alma. Unos libros que  demuestran que esa "vida de detalles" a la que tanto se agarra para sobrevivir, tuvieron sentido sólo para vivir capturada por la cámara de Robert, al que da vida Clint Eastwood.

Me acaba de venir a la cabeza opiniones de quienes dicen que no pueden asimilar o que no les gusta la imagen de Clint con un ramo de flores, como si esa escena hiciera desaparecer de un plumazo la apariencia de “tipo duro” que siempre le ha acompañado en su carrera como actor. En esta ocasión no sólo protagoniza la película, sino que la dirige, a mi parecer, de manera magistral. Y me encanta el giro que plantea el actor, de su habitual papel de hombre de acción a un hombre alimentado por la esperanza y movido por la búsqueda de la belleza.

Robert Kincaid es un personaje libre y con la firme convicción de que el ser humano debe siempre buscar su propia felicidad. Te enamora la manera en que su argumentación cobra sentido dentro de un guión lleno de magia, en el que se muestran dos versiones de una misma realidad. Por un lado, la necesidad de seguir siempre las mismas motivaciones, por otro, la de descubrir cada día nuevas experiencias, todo para dar sentido a una vida.

Muchas veces me pregunto por qué me gustan tanto las películas de amor. La razón es tan simple como que el amor se encuentra en todo lo que deseamos y entre quienes compartimos nuestra vida: familia, pareja y amigos. El amor y el corazón se mueven juntos si hay una buena causa de por medio. Son la uña y la carne que dan razón de ser a nuestros sentimientos. El cine es una ventana desde donde podemos ver el espectáculo de las emociones transmitidas por una pantalla. La riqueza de un guión en el que hay que escuchar atentamente para comprender la esencia del mensaje. Una escena no tiene sentido por sí sola si no produce una reacción en el espectador. Del por qué de esa reacción nace tu película favorita.



El cine es metáfora en estado puro y, muchas veces, la vida también lo es. Nos parece que el corazón se encoge cuando estamos tristes y que se ensancha cuando somos felices. Lo perdemos cuando nos enamoramos, se parte cuando nos traicionan y da un vuelco cuando vemos a la persona amada. Es tan complejo y tan delicado como nosotros mismos y reacciona ante los imprevistos con múltiples aceleraciones. Son sensaciones que creemos reales, aunque no dejen huella visible en nuestro cuerpo. Y así son nuestras películas favoritas, síntomas de conexión inexplicable con el mundo real y el ficticio, de la que sólo queda una cosa: la idea central que te hace replantear la vida desde otro punto de vista.

Aceptar que el amor y el corazón no siempre existen o no siempre van de la mano es el reto más duro que vivimos. Como dice Francesca, su vida es "una vida llena de detalles". Quizá por eso me guste tanto la historia de Robert y Francesca, porque al final siempre sabes quién es el amor de sus vidas. Para uno es la libertad de escoger, para otro el deber de aguantar.