viernes, 15 de mayo de 2020

Conocerse a uno mismo en la nueva normalidad


La concentración no es nada fácil en época de confinamiento. Cuesta leer, escribir, crear. Trabajar desde casa o movernos con las mascarillas dejándonos mínimo aire que respirar. La mente está expuesta a un continuo brote de emociones, expectativas, cambios y adaptación que hace que lleguemos más sedientos que nunca a los pequeños oasis de felicidad y desconexión. 



Muchas noticias que vemos u oímos en los medios de comunicación pueden provocar una visión desalentadora del futuro y esto merma nuestro estado de ánimo. El entusiasmo (sobre el que hablé en este otro post) que nos impulsa desde dentro corre el peligro de quedar injustamente sepultado. Con este paisaje, parece tabú hablar sobre los instantes felices. Creo que es necesario ahora más que nunca. Debemos alimentarnos constantemente de lo bueno que nos pasa.



Mi experiencia puede ser como la de cualquier otra persona que pueda sentirse algo perdida en estos tiempos que corren. Por la tensión, preocupaciones, etc., aparecen nudos en todas partes de mi cuerpo día a día. Los físicos ya piden una visita urgente al fisioterapeuta (el teletrabajo influye en esto) pero me preocupan más los nudos en el estómago y en la garganta.



Ahora tiene mucho valor para mí practicar el auto conocimiento. Localizar de dónde vienen esos nudos y por qué los siento. Cómo ser mejor persona, qué puedo aprender nuevo o mejorar de aquello que me gusta, qué puedo ofrecer. Aprender, en definitiva, más sobre mí misma

Deseo aprovechar al máximo mi tiempo. Leer, investigar, mantenerme informada, escribir, ampliar horizontes en todos los sentidos. Agradezco el tiempo en casa, creo que hay que saber ver las oportunidades que brinda la vida. Me he dado cuenta que si soy positiva la concentración viene sola e intento aprovechar ese instante revelador.

Reconocer nuestras debilidades sirve también para crecer. Me cuestra crear una rutina en firme, pero no decaigo en el intento. Veleta y soñadora, me siento dentro de un juego peligroso entre deseos, obligaciones propias de la casa, dudas, estados de ánimo y montañas rusas de sentimientos. Es por ello que me refugio en la misión de trabajar en mí misma. Aunque mente y cuerpo entren en desacuerdos, acabamos llevándonos bien por el bien (valga de redundancia) de ambas. Somos como cualquier pareja con sus normales discusiones de convivencia.

Ante todo valoro estos días solo para mí. No los tendré siempre y los considero un regalo. Sin obsesionarme con el paso del tiempo, simplemente acepto que hay días más productivos que otros. La rendición es necesaria a veces para coger impulso de cara a otro momento más idóneo o en el que la motivación sea más fuerte.


Cada uno tiene sus propias circunstancias personales y laborales. Mi padre me dió un gran consejo hace años: hay que adaptarse a lo que uno tiene. Quiero seguir pensando que lo que nos mantiene vivos son todas esas cosas que nos hacen sonreír, lo que nos llena de alegría el corazón, lo que nos inspira y quienes nos aportan cosas positivas. Nuestro oasis particular donde encontrar paz y respuestas a la incertudumbre está dentro de nosotros mismos. Exploremos en ese interior para poder brillar hacia fuera y poder ver al fin el camino a seguir.


domingo, 3 de mayo de 2020

Hoy es el día de la madre


Hoy es el día de la madre y quisiera abrir la ventanilla del coche mientras llego a Motril. Lo haría justo al llegar al cruce de entrada a la ciudad, donde hay que esperar en aquel stop peligroso, y extrañamente atractivo, que tan bien conozco. Aprovecharía ese intermitente segundo para bajar el cristal y sacaría levemente la cabeza, sacudida por el aire de la costa. El salitre flotando y yo naciendo de nuevo en el Mediterráneo.



Pasaríamos después por debajo del Candelón, luego por delante de los grandes supermercados y las franquicias. Aparcaríamos cerca de las palmeras de la entrada y seguramente coincidiríamos con mi hermana María aparcando también su coche. Ella subiría la música, porque estaría escuchando alguna de nuestras canciones favoritas. Y saldríamos del vehículo a ritmo de reencuentro, cerrando los ojos con la melodía, alzando los brazos bailando bajo el sol de hoy, certero. La pequeña fiesta que despierta los recuerdos.


Pegaríamos a la puerta o abriríamos con la llave. Coco nos saludaría moviendo el rabo mientras que gritamos el nombre de mamá, buscándola por la casa. Y la encontraríamos seguramente en la cocina donde todo ocurre en casa. Reuniones, cafés, películas a medio gas. Las compras del sábado en el suelo. Los bailes esquivando la trona del bebé. Alfileres en el portavelas de cristal esperando tela a la que abrazar. Charlas entorno a la isla, donde dejamos siempre los móviles y las llaves.


Abrazaríamos a mamá mientras ese olor tan suyo, dulce e intenso, a flores recién recogidas, llega hasta lo más profundo. Perfume natural dibujaría corazones en los ojos.


Así debería haber sido el día de hoy.



Me viene a menudo una imagen. Mi hermana, mamá y yo sentadas las tres en el sofá una tarde de sábado o de domingo, viendo una de esas películas románticas que nos gustan. Que mi madre comente lo limpios que están siempre esos porches gigantes, como el de la casa que arregla Noah para Allie en el Diario de Noa.


Hoy es el día de la madre y siento que este lugar no me pertenece. No debería estar hoy aquí. Debería haberse cumplido todo esto que he descrito, profeta en mi tierra y lleno de esperanza el corazón. El olor a mar y a flores. El baile de la vida reencontrada. El hogar. Y mamá esperándonos.