domingo, 14 de diciembre de 2014

Mi gigante azul



Ojalá lo viera todo de la misma manera que lo veo a él, como si cada vez fuese la primera. Y van pasando los años, y esa amistad que creció entre azules, grises y cristalinos, resiste a temporales y mareas altas o bajas. Y me recibe siempre sonriendo, como las cosas bellas que no saben que lo son. Y su abrazo es más grande del que puedo abarcar, y me siento pequeña. 

De las pocas cosas que pueden dejarte sin respiración y a la vez hacerte ser consciente de que estas vivo. Él es el abrigo más cálido que puede arropar a un corazón, pues es el único del que siempre vas a recibir consuelo. Es, sencillamente, el sonido y el juego de azules que nunca encontrarás en ninguna canción ni estampado en ningún tejido del mundo. El mar es la ropa que solo se puede sentir en la piel desde su orilla. Es el origen de tu consuelo porque siempre te escucha y te da aliento. 

Cuéntale al mar lo que sientes, él te devolverá amor incondicional.


Veían el mar por primera vez o, al menos, llevaban demasiado tiempo sin sentirlo cerca. Eso pensé, cuando vi a lo lejos, a un grupo de chicas que se aproximaban a nosotros. Se les notaba a la legua que habían llegado a Motril con un objetivo bien claro: el gigante azul. Una de ellas parecía capitanear al resto. Iba dando grandes zancadas, mirando fijamente hacia el agua, con su cuerpo adelantado en señal de tener bastante prisa. La chica estaba más decidida a cada paso del camino, en dirección a la orilla. 

Ricardo y yo habíamos ido a dar un paseo con mi perro Coco, y enseguida nos dimos cuenta que la arena de la playa se había convertido en barro, a causa de la lluvia caída la noche anterior. El agua tenía una temperatura ideal, incluso estaba más caliente que en algunos días de verano. Al tocarla con mi mano al final me terminé mojando las zapatillas, a pesar de la advertencia de Ricardo. No me importaba. 

Después de un rato andando, las chicas al fin llegaron a su destino. Confirmé que la que encabezaba el grupo era la que tenía mayor interés en ver el mar de cerca. Se quitó el jersey, se quedó en tirantillas (la verdad es que no hacía frío, se estaba muy bien), y cogió su móvil para hacerse fotos junto al agua. Grabó el mar, el sonido de las olas, hizo panorámicas…y nos miraba constantemente con una sonrisa de oreja a oreja, que nosotros no pudimos evitar devolverle. Se le notaba tan feliz. 

Al rato nos sentamos, mientras que Coco merodeaba de aquí para allá investigando el terreno. Las chicas se nos acercaron y la que mostraba más entusiasmo nos pidió que les hiciéramos una foto con el mar de fondo. Y, mientras se marchaban, una y otra vez nos miraban como queriéndonos decir algo más. Estábamos en lo cierto. Por fin se decidieron y nos preguntaron si éramos de allí y si aquello (señalaban a su izquierda) era el puerto. Les indiqué cómo llegar y les recomendé otros sitios que podían visitar. Para acabar con una duda que me perseguía desde que las atisbé a lo lejos, les pregunté de dónde venían y ellas me respondieron que de Zaragoza. Entonces lo entendí mejor todo. Y entre bromas y risas, nos despedimos, deseándoles que disfrutaran mucho con su visita. 


Cómo me recordó esa chica al cuento del Principito, cuando el zorro le dice: “Si vienes, por ejemplo, a las cuatro de la tarde, comenzaré a ser feliz desde las tres”. Esa chica empezó a ser feliz desde que supo que iba a ver el mar. Y es que la espera previa a un gran momento, es lo que hace que merezca la pena el largo trayecto que tengas que recorrer para vivirlo. 

Cuánto tiempo vivimos cerca del mar, y apenas reparamos en que está ahí, y sin embargo, qué darían muchos por tenerlo cerca, aunque sea sólo un instante. Y vuelvo a repetir para mí, mientras me pierdo en el horizonte confundido entre el agua y el cielo, ojalá supiera mirarlo todo igual que lo miro a él. Ojalá fuéramos principitos capaces de aprender a amar las cosas invisibles, las que sólo se ven con el corazón. Y si no, haz la prueba, imagina un desierto…¿qué te sugiere?. El personaje de Saint-Exupéry, te diría “lo que embellece al desierto es que esconde un pozo en cualquier parte”.



Y parecía hablarme sólo a mí. Me preguntaba por qué había tardado tanto en volver a visitarle. Avergonzada, no supe qué contestarle. -Tu corazón me ve gigante- me dijo –me ves así porque te doy tranquilidad y te ofrezco toda la belleza del atardecer reflejada en mis aguas. En realidad no te doy mucho más que el resto de las cosas hermosas. Sólo tu corazón es capaz de verlo. Yo solo alcancé a decir- te prometo que seguiré intentándolo. 

Feliz semana :)