martes, 21 de noviembre de 2017

Un instante para "llenar" la vida

Nos empeñamos muchas veces en “llenar” el tiempo y solo conseguimos sentirnos más vacíos. 
Pero te das cuenta y decides parar. Parar. Qué locura. Si todos a tu alrededor se pasean con bolsas, parece que tienen muchas cosas que hacer, a muchos sitios a dónde ir. O han quedado con alguien. O han visto las luces de Navidad instaladas y se han lanzado ya a comprar algún regalo. Cómo vas a parar. Si hace ya mucho tiempo que no vas al centro, y te encanta. Lo que se suele (o sueles) hacer es comprarte alguna cosa, ir a esa tienda que hace tiempo que no pisas o pasear por esa gran avenida preciosa y animada. Además, alrededor tuya lo hacen todos, por qué serías tú diferente. "No parar" es lo que se espera de ti en esa vorágine de calles inquietas.


Pero decides parar. Parar. Vaya locura vas a hacer. Pues sí. Pasas de largo las opciones vacías. Sabes en el fondo que no tienes ninguna cita, que es andar por andar, actuando mecánicamente. Sin aliciente. No es que no tengas un buen día, es que no te atrae la idea de “llenar” el tiempo cuando podrías “llenar” la vida. Así que paras cuando ves un sitio que parece un hogar. 


Hay caras amables. Hay ventanas que dan a la calle. De ellas salen barras de madera y hay varios asientos para tomarse un café o té mientras ves el mundo pasar. Bueno, correr más bien.
Y te sientas y recuerdas tantas películas donde parece que es tan natural. Y disfrutas una vez más del guión romántico que representa el estar así, en un reencuentro, pero contigo.



Pero antes te detienes un instante en el mostrador de la cafetería para elegir qué tomar, aunque lo único que te apetece es sentarte a mirar a través del cristal y "beberte la vida". Escoges un té de mora, porque nunca lo has probado. Quieres que sea inesperado, como él estar allí, en ese lugar. Y cuando te lo sirven te sorprendes porque no sabías que venía con hielo pero te sabe bien a pesar de ser Noviembre. Porque el sitio te ha reconfortado tanto que no necesitas más calor. 


Ese instante de “parar”, de “desacelerar”, de saborear la vida. Placeres pequeños. Solo mirar. Ordenar pensamientos, tal vez. Centrarte. Encapsular todo lo aprendido en unos días que, quizá, han sido (o estan siendo) algo extraños. Pero sin impacientarse. Que sentarte a leer frente a la ventana o a observar sea lo único que te importe por un instante. Y reconocer que ahora sí, en ese momento sí que estas a gusto dentro de algún sitio. Tanto que no quieres salir.


No exprimes el lugar, sino lo que vives cuando estás en él


Has optado por abandonar el “hacer algo sin propósito” porque el propósito cambió de dirección. Como quedarte en el coche hasta que termina la canción que han puesto en la radio y que signifique llegar un minuto más tarde a casa, qué importa si tarareas la melodía.


Ese instante en el que saltas para escapar de todo. Para expulsar aquello que no deseas.



Ese “detener el tiempo”. 
No esperas a nadie. 
Nadie te espera a ti. 
Da igual donde estás. Buscas un posible oasis donde respirar.
Y lo consigues. Y el rayo de sol que golpea el cristal extrae de ti los miedos. 
El “estar sola” se hace poderoso y te reconcilias contigo. Y lo haces rodeada de gente que te es ajena. 

Un instante se hace importante inesperadamente



lunes, 13 de noviembre de 2017

Lunes



Qué poco nos gustan los lunes. Pero es que tampoco los domingos, por ser el día en que somos conscientes de la llegada del nuevo arranque de la semana o en que nos tenemos que despedir de alguien querido. “Ese día en el que te das cuenta de lo rápido que avanza el tiempo, que se acabó una semana más”, como dice el gran Defreds. Eso nos deja cinco días “felices” en la semana. Cinco “no rechazados” por la sociedad y por nuestro “sabio” corazón.  Qué hay de las cosas buenas que nos ocurren esos dos días que “nadie” quiere. Si te pasa algo bonito un domingo, ¿se convierte en un sabor agridulce al tenerte que despedir de la persona con la que has disfrutado ese gran recuerdo?. Somos seres débiles, arrastrados por los sentimientos. Somos vulnerables ante lo que sentimos.


Hoy es lunes. Despierto y cojo el móvil que tengo sobre la mesilla de noche. Aún no tengo lámpara y necesito luz ante posibles imprevistos de la noche y mi cierto miedo a la oscuridad. Abro Instagram, Twitter…no mucho tiempo, solo un rápido vistazo antes de salir del calor de las sábanas. Y a los pocos segundos me llega un sms. Mi compañía de telefonía me avisa que se acabaron por este mes los datos en mi móvil. Aún quedan ocho días para que me los renueven. Vodafone aún no se ha pronunciado sobre nuestro ADSL asi que seguimos sin Internet en el nuevo piso (llevamos aquí un mes) y Ricardo no puede darme wiffi con sus datos porque no está en casa. Hasta las seis de la tarde no llega de trabajar. Tengo todas las papeletas para un lunes infernal y, lo que es mejor aún, tengo excusas de sobra para ello. Nos encanta tener excusas para quejarnos. Para justificarnos por no ser capaces de dejar a un lado lo malo que nos acecha. Pero no lo hago. Mi mente ya busca inspiración sin que me dé ni cuenta. Mecánicamente voy a la cocina.


Anoche retomé Confieso que he vivido, las memorias de Pablo Neruda. Así que pongo la cafetera a funcionar (de las de toda la vida) y mientras espero a que “suba” mi gran aliado de cada mañana, me sumerjo de nuevo en sus aventuras de poeta. 


“…Ya iba dejando atrás mi primer libro, Crepusculario. Tremendas inquietudes movían mi poesía. En fugaces viajes al sur renovaba mis fuerzas. En 1923 tuve una curiosa experiencia. Había vuelto a mi casa en Temuco. Era más de media noche. Antes de acostarme abrí las ventanas de mi cuarto. El cielo me deslumbró. Todo el cielo vivía poblado por una multitud pululante de estrellas. La noche estaba recién lavada y las estrellas antárticas se desplegaban sobre mi cabeza. Me embargó una embriaguez de estrellas, celeste, cósmica. Corrí a la mesa y escribí de manera delirante”.

...


“La timidez es una dimensión que se abre hacia la soledad…también es un sufrimiento inseparable, como si se tienen dos epidermis y la segunda piel interior se irrita y se contrae ante la vida” 


Confieso que he vivido. 
“¿Alguna vez has escuchado el susurro de una caracola?”, pregunta Maxim Huerta a sus lectores. 
¿Has soplado un diente de león sonriendo mientras ves volar sus semillas?. Os pregunto. 



Estaba paseando por Madrid con mi amigo Pedro cuando un puesto de libros me frenó en seco. En plena calle vi a aquel hombre alto con cara bondadosa que permanecía junto a su puesto de libros usados imperturbable, observando a lo largo de la mesa que todo estuviera bien expuesto. Con dos grandes ventanales abiertos de par en par a la calle, presentando aquellas obras como si fueran las mejores de todo Madrid. Así deberíamos hacer todo. Ponerle tanto cariño a algo que se reflejara al instante. Que se respirara algo especial. Que te invite a quedarte preguntándote y ¿qué me puedo llevar de este sitio tan extraordinario?. 


“Cuéntalo todo como si fuese lo más interesante del mundo”,  “hay que contar la historia que emocione, juega con las emociones”. Me dieron muy buenos consejos cuando trabajaba de periodista y con el tiempo te das cuenta que el trasfondo de todas esas cuestiones se debería traducir, para nuestro bienestar, a la vida en general. Mi escena favorita de  la película Todos los días de mi vida es en la que Leo le cuenta a su compañera de trabajo cómo fue la primera vez que Paige le dijo “Te quiero”. Él ya ha perdido toda esperanza de volver a enamorar a su mujer, quien ha perdido la memoria por un accidente de coche. Triste, está sentado con su guitarra en las manos.  “Estábamos en un restaurante griego y en una pizarra se podía leer: Ya servimos sopa. Yo le empecé a soltar alguna historia sobre lo que le había costado a aquel hombre conseguir su sueño de servir sopa por fin en su restaurante. Y cuando terminé, ella mi miró, se quedó en silencio un momento y como exhalando un suspiro lo dijo, “te quiero”. Ver aquella escena te rompe por dentro.  


Y allí estaba Confieso que he vivido. El título ya estremece. Ha vivido. Cuántos podemos decir eso. Intensamente. Sorbiendo poco a poco la vida, saboreando cada minúsculo detalle. Viendo cumplir un sueño, aunque sea una vez o pueda parecer una tontería. Como servir sopa en tu restaurante. Viviendo muchas experiencias sin rechazar sentimientos aventureros. Parándonos a contemplar una noche estrellada o unos, como el poeta refiere en su obra “ojos ultramarinos”. Se aprende tanto de las personas que viven tan apasionadamente. 


El título, entre aquellos libros del puesto callejero, me atrapa y los recuerdos teniendo en mis manos “veinte poemas de amor y una canción desesperada” de Neruda con los poemas señalados por mis hermanos, con ese “puedo escribir los versos más tristes esta noche”, llegan directos a mi mente y a mi corazón, clavándose como las estrellas fugaces en la oscuridad de la noche. Asombrada, disfruto el hecho de haber encontrado aquella joya tan inesperadamente. Le pregunto al amable dueño del puesto de libros sobre el precio. Un euro, me dice. Un euro. Me quedo helada cuando, al abrir la cartera descubro que no tengo ni una moneda suelta. Genial. Encima de que solo le voy a pagar un euro este hombre tiene que ir a pedir cambio al negocio de al lado. La verdad, sentí cierta vergüenza. 


Y lo único que se me ocurre es continuar revisando los libros que tiene y encuentro El alquimista de Paulo Coelho. Hacía tiempo que me lo había leído y me había enamorado. Pero es que hacía tiempo que quería regalárselo a Pedro. Incluso lo había tenido en alguna ocasión en las manos en diferentes librerías pero nunca había terminado de comprárselo. [El destino nos ha hecho chocar con ambas obras, en ese día que hemos quedado para buscar libros y compartir vivencias]. “Toma, para ti”, se lo alargué a mi amigo. Y, viendo su asombro y su ceño fruncido, le cuento que llevaba mucho tiempo queriendo regalárselo. Y él sorprendido no entiende por qué precisamente este libro. Pero ni yo sé por qué así que no sé darle más explicaciones. Un día sentí que debía regalárselo sin más hasta que llegó ese día en el que encontré la ocasión ideal sin buscarla. 

Me encanta la vida por estas cosas que ocurren distraídamente. Como cuando lees el capítulo “Mi primer poema” y Neruda comienza diciendo “Ahora voy a contarles alguna historia de pájaros”. O como cuando te compras el periódico para hacer más amena la espera de dos horas de retraso en tu médico de familia y ves un artículo que se titula “La estrella que nunca muere” sobre la supernova iPTF14Hhls que ha hallado un equipo del Observatorio Las Cumbres de California, en EEUU, a 500 millones de años luz y que sigue brillando tres años después de su explosión. “¿Es un astro inmortal?”, subtitulan. 


La vida es así de centelleante y lo mejor de todo es que no sé qué día ocurrieron todas esas cosas. Si era domingo, lunes o cualquier día de la semana. Este lunes comenzó sin conexión con el mundo y ahora he conectado con todo lo que me deambulaba en la cabeza sin saber encontrarle hilo conductor ni relación alguna. Estar sin Internet, toda una tragedia en pleno siglo XXI. Una sensación que podría ser tan angustiosa que lograra que miraras a tu precioso y adorado Iphone rosa como un juguete inservible. Víctima de la desconexión. Pero, espera. Ha sonado un “clinnnn”. Es mi hermana por whatsAPP (la aplicación “insumergible”). Abro el chat. Me dice “ahora te llevo conmigo más que nunca” y me manda una foto donde lleva un jersey y un cuello que tejí hace tiempo. Hoy lleva ambas prendas sobre su cuerpo. 

Ella no sabe que estoy escribiendo. No sabe todo lo que ha producido en mí el gesto de leerla ahora. Y de que sea ahora, en este momento. Que sea lunes. La imagino delante del espejo, esta mañana pensando qué ponerse. Aún con sueño. Es lunes, y no les gustan nada los lunes. Pero ve mi jersey y me la imagino sonriendo por dentro. 

Aunque le contestara por chat o en directo no sabría explicárselo del todo. Explicarle, confesarle que he sucumbido. A ella. Un lunes. Ella también está en mi mesillla de noche y a su lado el iphone sí que es un juguete .


Os dejo por ahora. Voy a publicar a la biblioteca o a cualquier cafetería que de servicio wiffi gratis. Necesito Internet irremediablemente para contaros todo eso. Voy a vestirme y a pintar mis labios de rojo o rosa. Cualquier símbolo vale para encender la vida. Esa luz que necesitas en la mesilla de noche para recordarte lo maravilloso de cuanto te ocurre. Pero la luz tiene múltiples maneras de ser, a veces es una foto cargada de recuerdos y de amor. 

De manifestarse y decir ¡aquí estoy!. Estoy viva. Y quiero que me embistas, vida. Que me arrolles y me hagas sonreír. A pesar de ser lunes. Porque ser lunes es otra nueva oportunidad para vivirte, vida. Y buscaré en mi armario, en mi mesilla de noche o donde haga falta para que sea un gran día. Todos los días.



Al final desde un parque, al abrigo del sol. Con el pañuelo rosa de mi hermana en vez de los labios rosas. 
Nada estaba planeado, ni siquiera este post. Y eso es lo mágico de este lunes.