lunes, 23 de julio de 2018

Todo parece pequeño antes de ser la razón de vivir

“Pfennig es el instante en que una cosa está a punto de convertirse en otra. El día en la noche, el capullo en mariposa”, no sé si dicha definición es parte de la ficción de La luz que no puedes ver o si es real y Anthony Doerr la utilizó para completar el diálogo donde la menciona. 

Me topé con ella abriendo el libro por una página al azar. Leí "...es el instante". Si una definición empieza así, os puedo asegurar que tiene toda mi atención. Al leerla pensé en ese punto de inflexión en que algo deja de ser como tal para cambiar a otro estado. 

A veces todo parece confabularse para el instante perfecto, como cuando no sabes sobre qué escribir, el papel está en blanco y esa frase cae en tus manos por una iniciativa loca de decir: a ver qué me encuentro por aquí. Y así fue. Ese punto loco que hay que aplicarle a la vida nos da la solución, una ecuación más sencilla que la que nos plantea nuestro sentido común.

Qué te alegra el día, qué hace que la rutina deje de serlo. Pues eso, una frase, la música. Una conversación, una buena noticia, una flor que ves camino al trabajo, una puerta azul en medio de un barrio cualquiera.

Nos gusta el verano en nuestras uñas, el nuevo post que escribes, la nota de ese examen que llega con buenos resultados, el pensar en los planes del sábado, el agua acariciando tus pies descalzos, la brisa del mar, la carcajada después de revolcarte una ola, la caricia antes de quedarte dormida, descalzarte, el ratito de soledad para leer, el silencio de la oficina, el teléfono que no suena, la carta de una amiga, el reencuentro que imaginas, la crema que baña la piel y la transforma, el olor del perfume que por fin te convence, las sandalias sin las que no puedes vivir. 

Parecerá una chorrada pero diría también que la ganga en las rebajas, esa pulsera que te compraste igual con una amiga, el paseo que te pone los brazos y las piernas morenas, la curiosidad por escuchar el nuevo single de tu cantante favorito, encontrar las llaves en el bolso cuando pensabas que se te habían olvidado, la foto que te envían justo cuando pensabas en la persona que aparece en ella, la blusa que estrenas, el abanico que te prestan cuando tienes calor, el pantalón que vuelve a quedarte bien, las vistas desde tu ventana, el vértigo antes de tirarte por un tobogán del parque acuático, abrir la puerta para salir justo cuando llega esa persona, los dulces que trae una tarde una compañera al trabajo, el helado  de chocolate mientras ves una peli, el viaje improvisado, regalarle algo a alguien simplemente porque sí, el “te quiero mucho” por Whats App mandando al carajo la distancia, la ducha después del gimnasio, el atardecer volviendo de correr, ese café con hielo aunque se agüe, ver tus pies morenos con el fondo azul de una piscina, el vidrio de unos ojos cuando se emocionan, el nudo en la garganta, el vuelco del corazón, la sal previa al tequila, la comida de mamá.

La vida es desgastar el librito de canciones de tu CD favorito, hasta que se separaba la grapa de tanto pasar página, que se rompiera la portada de tanto abrir y cerrar. Era ese póster de la revista Super Pop que desenganchábamos con sumo cuidado para forrar la carpeta de clase. En los separadores de cartulina acostumbraba a escribir poemas, citas, mensajes que me gustaban. Y así, al coger un papel siempre tenía al alcance la felicidad. Y aún guardo ese cojín de un jovencísimo Brad Pitt que mis hermanos me regalaron por mi cumpleaños.


También hacía archivadores con cartón para guardar las hojas con olor que intercambiábamos las chicas en el recreo. Pegaba papel de regalo bonito a ambos lados para que no se escaparan por los extremos. Los del programa "fabricando España" no tendrían audiencia conmigo si tuviera que explicar mi invento, una manualidad que parecía tan precaria y que acabó durando más que una comprada. Y resulta que prefería aquel trozo de cartulina doblada y remendada a cualquiera de las carpetas del escaparate de la papelería. Y guardaba aparte las hojas que no quería cambiar por nada del mundo, como el vestido perfecto para esa fiesta que esperas y que reservas en el armario. Hay cosas que tienen su momento y momentos para hacer las cosas eternas. Y allí siguen aquellas carpetas, jamás me atreveré a tirarlas.


Pues sí. La vida son esas cosas bonitas, las que parecen una tontería. Por las que otros tal vez dirían: pues no es para tanto. Sí que lo es, para ti sí y eso va a misa. La vida es para tanto. Por todas esas coincidencias que hacen que ahora estés aquí. Las tardes de juegos en la calle, el camino que recorrías hasta el instituto, cómo conociste a tus mejores amigas, el tiempo buscando ese trabajo, la forma en que supiste levantarte tantas veces, los sueños que se derramaron mientras dormías.

Como dice la canción,  “Vive con locura. La vida son solo dos días. Me levanto con una sonrisa. No hay nada fácil, la vida gira y a veces da un tortazo. Pero soy lista y amo la vida. Que nada te detenga. Pa´ mí lo bueno, que valgo un rato”. Así que a cantarnos las cuarenta, a soltarnos la melena, a seguir coleccionando azucarillos del café con mensaje hasta reventar la caja donde los guardas sin saber por qué o a continuar enganchándonos a esa serie solo porque te mola el protagonista.

Y al cantar esa melodía nos hacemos las raperas si hace falta, como esas actrices de color que salen en las películas americanas, que se comen la vida en cada gesto de sus manos y con meneo de caderas. Rodéate de esas personas a las que te quedas mirando admirada porque parece que cada momento se les fuera a quedar pequeño. Todo parece pequeño antes de llegar a convertirse en la razón de vivir.

 La letra de la canción es ésta.