viernes, 11 de diciembre de 2015

El hechizo de un párrafo



Abro al azar la página de un libro. Estaba por casualidad en la mesa de mi nuevo escritorio, ese olvidado en la parte de arriba de casa que he decidido establecer como mesa de trabajo. Leo el párrafo por el que se decanta mi mirada. Es un gesto rápido, de improvisación divertida.
Un día me hablaron de esta costumbre y me pareció encantadora. Se trataba de coger un libro cualquiera, abrir una de sus páginas y leer lo primero que te surgiera delante de tus ojos. La persona que me lo dijo me habló de ponerlo en práctica en aquellos momentos en los que necesitaras aclarar algo de tu vida o buscar respuestas. Decía que había algo mágico en descubrir lo que un libro podía contarte. 

Al sentarme en mi nuevo espacio, lleno de luz y creaciones, frente al paisaje de rojizos tejados y la línea del mar separando los azules del cielo y la costa, recordé aquellas palabras nada más encontrar sobre la mesa por casualidad La casa de los espíritus de Isabel Allende. Hace tiempo que veo este libro rondando la antigua habitación de mi hermano. Imagino que él tenía planeado leerlo en algún momento y por ello lo sacó de la estantería de la buhardilla. Quizá lo leyó ya y olvidó colocarlo de nuevo entre los demás. Quizá sea una señal, ya que siempre he tenido pendiente su lectura. Me encanta creer que hay algo mágico en las casualidades. Cualquiera de estas posibilidades me sirve porque todas ellas me han regalado una nueva historia. 

Las líneas escogidas al azar decían así: 


 “Tuvo que repetirlo, porque Jaime se quedó inmóvil, en la misma actitud huraña que siempre tenía, sin que ni un solo gesto delatara que lo había oído. Pero por dentro la frustración estaba ahogándolo. En silencio llamaba a Amanda por su nombre, aferrándose a la dulce resonancia de esa palabra para mantener el control. Era tanta su necesidad de tener viva la ilusión, que llegó a convencerse de que Amanda sostenía con Nicolás un amor infantil, una relación limitada a paseos inocentes tomados de la mano, a discusiones alrededor de una botella de ajenjo, a los pocos besos fugaces que él había sorprendido”


Sin conocer la trama, de momento te ves inmerso en una historia  en apenas unas líneas. No sabes quienes son Jaime, Amanda ni Nicolás, pero ya te atrapan sus pensamientos y emociones. Intuyes el inmenso amor del introvertido Jaime hacia Amanda, probablemente desconocedora de tales sentimientos. Una mujer unida en cierta manera a Nicolás, con quien mantiene una relación que Jaime se niega a asumir, llevado por la ilusión encendida de alcanzar el amor de Amanda algún día. 

Termino el párrafo y lo imagino todo sin importarme si he acertado o no en mis apreciaciones, sólo sorprendida y feliz de todo lo que encierra el instante con el que ese libro me ha obsequiado. He leído una historia de diez líneas y me ha atrapado. Y sin controlarla, la curiosidad por saber qué ha llevado a esos personajes a ese momento clave y qué les deparará en el futuro me corroe. Es la prueba de que con toda seguridad el libro me hechizará.



La página 245 de La casa de los espíritus no ha respondido a ninguna inquietud que me rondaba la cabeza. No ha solucionado ninguno de mis problemas ni ha solventado alguna situación complicada de mi vida. Tampoco me ha ayudado a tomar una decisión sobre algún tema que me preocupa. Estas líneas han despertado algo apagado, han movido algo en mi interior, han alimentado mi imaginación y me han contado una historia que se vive dentro de otra mucho mayor aún por descubrir. Ahora entiendo lo cósmico de este juego de libros, peatón de esta calle de letras y sabores dulces. La lectura debería ser asignatura obligada y todos nosotros alumnos de una vida con tiempo para dedicarte a estos párrafos que la suerte nos depara.