lunes, 25 de mayo de 2015

Algunas cosas que no quiero compartir con nadie


Nunca he tenido arraigado el sentido de la aventura, pero cada vez que leo en alguna parte “cuidado con lo que deseas porque puede hacerse realidad” me despojo de toda precaución e invoco en silencio a todos los miedos para que hagan acto de presencia. Me refiero a esos que hacen que te tiemblen las piernas, que hagan sacar tus inseguridades para ponerte a prueba y que te ponen el corazón a mil, esos que acompañan a cada nueva puerta o ventana que se abre. Y es que nunca eres algo hasta que lo quieres ser todo.



Algo parecido a ese vértigo que se agarra al estómago y que se siente ante acontecimientos que te cambian la vida y te la llenan de subidones de energía positiva, es lo que estoy sintiendo al escribir este post y os explico por qué. Llevo desde el mes de abril literalmente enganchada a Manual de un buen vividor, un blog que descubrí hace un año y cuyo autor me tiene fascinada por su manera de contar las cosas, con ese humor fresco que hace que te mueras por saber más anécdotas e historias de su mundo de “Libros, canciones, películas, restaurantes, copas, noches y chicas”, como el mismo se describe. En las redes sociales, se identifica como el guardián entre el centeno, el título de un libro de J.D. Salinger, y desde el mes de abril el @guardian_el_ escribe cada semana un nuevo #CosasQueNoQuieroCompartirConNadie. 
Él empezó así su sección


Y siempre termina cada nueva entrega con el mismo mensaje “Y compartan conmigo esas cosas que no quieren compartir con nadie”. Después de 6 entregas leyendo la misma propuesta no he podido resistirme, así que ahí van algunas de esas cosas que no quiero compartir con nadie. 

¿Nunca habéis estado en algún sitio con amigos y alguien ha cogido un papel para dibujar o escribir cualquier tontería? Pues tontería que cae en mis manos, tontería que guardo. Ésta es una de mis debilidades, algún día la tendré en algún rincón de casa. Ahora descansa bajo el cristal de mi escritorio, bien a la vista. Creo que mi amigo Pedro no sabía ni siquiera qué estaba dibujando ni con qué fin, pero cada vez que observo este dibujo me cuenta algo diferente. Y la verdad es que verlo me hace sentir que mi amigo no está en realidad a tantos kilómetros de distancia.


Otra tontería que me gusta es escribirle un mensaje a alguien y dejárselo en un post it o nota en algún lugar por la noche para que lo vea al día siguiente. Pues hay veces que te responde con otra tontería y ya tienes la sonrisa de oreja a oreja para todo el día. Pues eso, tonterías que en realidad no lo son.



Me gustan las flores y los estampados bonitos. Si no fuera así, por qué iba yo a tener una grapadora llena de ellas.



Y, por supuesto, un campo lleno de amapolas o flores moradas directamente me deja con la boca abierta, aunque solo lo vea en un cuadro. 




Hace poco le hicieron a mi sobrino Mario una foto en uno de estos campos y no puedo dejar de mirar lo preciosa que es. 

Vale, lo confesaré porque en parte ya me he delatado. El morado es mi auténtico talón de Aquiles. No es que tenga obsesión por ese color (en todas sus tonalidades), es que creo que es el color más bonito que existe sobre la tierra. Y a las pruebas me remito, los que me conocen saben que regalarme algo morado es acertar de pleno.



Aunque visite miles de ciudades del mundo jamás habrá ninguna como Londres. Gracias padres por hacerlo posible. Gracias Inma por esas flores y esos brownies de bienvenida y por acogerme y darme tantos grandes momentos. Nunca antes había cogido un avión sola, hecho turismo sola, nunca había comido sola en franquicias, puertas de museos o parques frente a semejantes vistas. Nunca antes me había perdido hasta caer la noche por barrios que no conocía en una ciudad extranjera, ni acudido a una fiesta de Halloween en la Pachá londinense, ni ido a academias de idiomas con gente tan cosmopolita y de orígenes tan dispares, ¿sigo? Es una inagotable fuente de experiencias y crecimiento personal, y por eso Londres es para mí la única. 



Hay películas que te marcan de una manera especial y eso me pasó a mí con Titanic. Gracias a ella conocí a la que es ahora, junto a la gran Meryl Streep, mi actriz favorita, Kate Winslet. Sabiendo lo que ya sabéis sobre mi apego a Londres, podéis imaginaros cual fue mi reacción cuando vi en la National Portrait Gallery esta foto de ella. Forma parte de una colección del fotógrafo Jason Bell y fue tomada en 2009.



Me costó bastante salir de la sala, dediqué mucho tiempo a mirar la foto y recorría una y otra vez el pasillo de imágenes para volver a contemplarla y memorizar los detalles. Luego, al dar una vuelta por la tienda del museo allí estaban. Había  postales con réplicas de todas las fotos de la exposición, así que me traje a Kate a casa. Eso fue en 2010.

Y, ya que hablamos de Titanic, si me tengo que quedar con una escena de la película (con permiso de la aparición estelar de mi gran Kate y su espectacular sombrero morado), me quedo sin duda con ésta:



Y cómo olvidarme de Hugh Grant y su papel de primer ministro británico en Love Actually. Es que esta escena no tiene precio. 


No sé si estaréis de acuerdo conmigo pero, hay otras escenas sin diálogos, solo con música que se te queda grabada por siempre en la memoria. Sí, reconozco que he perdido la cuenta de las veces que he visto Orgullo y Prejuicio. Pero es que no quiero contarlas. Necesito escenas como ésta de vez en cuando.





He oído en diferentes ocasiones que si deseas algo corres el riesgo de que se cumpla. Sin energía positiva nada es posible, por eso me siento tan orgullosa de mis #CosasQueNoQuieroCompartirConNadie.  Cualquier cosa que te pellizque y te haga reaccionar es digna de esa lista.