miércoles, 11 de julio de 2018

Las obligaciones deberían ser siempre apetecibles

“Haz tus sueños realidad”, o al menos eso dice la taza en la que me bebo el café cada mañana. De la forma en que está escrito el mensaje se diría que parece una orden, como lo es el tomar café al despertarme cansada. La frase es directa, parece una “obligación” escrita, un deber, un acto de poner la mano en el corazón y mirar hacia adelante.

De repente, todo depende de ella, de la realidad. Haz tus sueños. Realidad. Y me pregunto qué importa más dependiendo del momento, si el contenedor o el contenido. Si un día tengo más en cuenta lo que tomo dentro de esa taza o las sensaciones que me provoca el leer la frase cuando abro la taquilla de la cocina y la veo. Si todo lo envasamos en el mismo lugar, donde se enfría o se calienta según nuestros deseos o impulsos. Si necesitamos ver escrito algo para llevarlo a la práctica, como esa pegatina que venden para hacer más funcional la agenda y que dice: “Hacer esto sin falta”. 

Y me aficiono a “unir”, que con la intención de "desunir" a veces ya anda el mundo sobrado . Y me digo a mí misma: 
“Haz tus sueños realidad, hazlo sin falta”. Las obligaciones deberían ser siempre apetecibles.


Y añado el azúcar a esos sueños, como si acaso lo necesitaran para ser dulces, para darle esa chispa a la vida. Y la sacarosa se queda en ese café contenido. Se mezcla, se pega a la pared del recipiente, y en el fondo solo se queda una parte, la que cuesta más diluir. También permanece encerrada ahí la mañana.

Con el comienzo idóneo, el lunes puede parecer viernes y el martes pasar menos desapercibido, la semana vuela como ese tren que cada día veo varias veces pasar veloz por las vías que separa el pueblo en el que vivo. Como si me hubiera subido a un parapente por primera vez. 

Y así es la vida, “un vuelo sin motor” como esa letra compuesta por Amaral. Y hoy hace dos meses os escribía con todo un día de soledad disponible y ahora lo hago con el tiempo justo, pero lo sigo haciendo sin pegatinas ni mensajes. Hay citas que no necesitan ser anotadas porque se recuerdan solas.  Y en en esas tiendas donde colocan las tazas en la estantería del escaparate, nosotros escogemos el mensaje que nos llevamos a casa.
 El que nos tatuamos, memorizamos, verbalizamos, aconsejamos.
Y nos bebemos la vida, letra a letra. 


El otro día vi una escultura muy curiosa. Era gigante, de hierro y en forma de corazón, y la habían instalado para recoger tapones para una causa solidaria. Está en mitad de la plaza del pueblo, y tiene una pequeña compuerta arriba y otra abajo para cargar y descargar.  El arte puede ser útil y al mismo tiempo contener vida, pero lo mejor de todo es que el mensaje ya va implícito. Como las botellas dentro de las cuales se despliegan barcos o las botas de agua que se reciclan para hacer brotar de su interior tulipanes.
Contenedores y contenidos, unidos en el objetivo de sacar a la luz las palabras.

Muchas veces lo que hay dentro y fuera de las cosas, de los objetos, comparten belleza, porque tan importante es el mensaje que puedan llevar escritos, como lo que quieres conseguir con él o la emoción que te despiertan. Y cuando descanso en el sofá me siento entre un cojín que pone “Eres la casualidad que estaba esperando” y mi marido. Más especial se vuelve el instante sabiendo que él es mi casualidad más bonita.
Vuelvo a unir ideas: Así, al descansar después del largo día siempre consigo que coincida el amor a mi lado, en todas las formas posibles. Por mensaje y también en carne y hueso.

Lo que más me gusta cuando vuelvo a casa de mis padres son los pequeños momentos sin planear que recargan los recuerdos. Hacen que vuelvan a entrar en proceso de activación. La memoria se enreda a los minutos que transcurren, mientras mi madre se acuerda de aquel pequeño joyero donde guarda nuestros pendientes de oro de cuando éramos pequeñas o esas cadenas que vuelven a llevar ahora y que no recordaba que había que llevar a reparar el cierre.




Fue entonces cuando me volví a enamorar de unos pequeños aros con diminutos brillantes. “Siempre te los acababas quitando porque decías que te apretaban”, recordó mi madre. Y ahora no me los quito, van conmigo a todas partes.
Y vuelvo a ser niña. Y vuelvo a vivir aquel instante con mi madre. Y vuelvo a rebobinar: A veces no te hace falta haber grabado los momentos para hacerlo, porque al cabo de los años lo especial, lo eterno vuelve a inundarte. Y siempre puedes escribirlo, escribir tu propio mensaje. Y elegir. Escoger dónde quieres que permanezca en cada despertar.