viernes, 16 de noviembre de 2018

Las ruinas que deja el miedo te harán más fuerte


La mesa se va de viaje, como diría mamá. Encima de ella están los restos de la batalla. El libro que he intentado leer, los apuntes que he intentado estudiar, el texto que he intentado acabar. Pues será que no lo has intentado de verdad. De repente, la taza humeante no me deja ver el desorden. Ahora, con un té calentito, puedo contarlo serena y cómoda. Así se ve el mundo de otra manera. La guerra se ha evaporado. El miedo no entra. Por fin tengo hambre. Qué fácil ha sido. Un té calentito y una galleta de chocolate me han quitado todos los males. Respiro. Ya nada parece en ruinas.



El miedo esconde tus armas para retarte, por eso, llegado el momento, no las encuentras. Arroja una bomba de humo. Te deja ciega e indefensa. Es terrible ese “come come” que anda por el cuerpo cuando te pones nerviosa ante algo que viene. Que va a suceder y que asusta. Temes no ser valiente o no estar a la altura de ese rascacielos.
 
Hace unas horas, con las lanzas en alto, me hubiera sido imposible pensar en esta calma. El monstruo no me dejaba, todo el día apremiante y esperando al acecho en cada esquina del pasillo. No sabía que el piso podía llegar a ser tan grande. ¿Cuántos kilómetros habré hecho sin salir de aquí? Mi reloj ha perdido la cuenta de mis pasos buscando una salida entre tanta puerta.

¿De qué huimos cuando huimos? Que digo yo, para qué dejo entrar fantasmas en mi vida si me quiero y puedo con todo. Chicas, levantémonos en armas contra los temores. Perderíamos mucho tiempo valioso si nos acurrucáramos lamentándonos por algo que ni siquiera ha ocurrido. Qué manía con adelantar acontecimientos.




Ahora me sale escribir, hace unas horas me subía por las paredes con una agilidad que ríete tú de Spiderman. Qué nervios más torpes entran. Por esa cita, esa entrevista de trabajo o examen, esa revisión médica. Las horas previas a ese momento de pánico soy pura marioneta del miedo. Si cuando acabe ese minuto terrorífico todo volverá a la normalidad, por qué dejar que venza el desánimo. 

Si permitimos que los nervios avancen quedamos vendidos. En Prime, como puedes hacer por Amazon. Sin costes de envío y a velocidad del rayo. Abro la puerta y ahí está el miedo. No sólo le he dejado pasar sino que le he dado la bienvenida. He firmado hasta el recibí. Ya es el colmo. Entro en bucle. Me niego a correr las cortinas. Si vuelve lo quiero tener de frente al cristal donde solo cuenta mi reflejo. Quiero decirle: no pases. Ésta es mi fortaleza y aquí solo hay sitio para mí.  Estás de más, chaval.



Del miedo brotan tentáculos peligrosos. Ves sus raíces cuando te ocultas cual ermitaño para huir, aunque no lo reconozcas. Notas hasta dónde llegan cuando pensabas que lo tenías todo controlado. Pero hay un regalo del miedo que no sabemos apreciar lo suficiente. Te da la oportunidad de aprender algo nuevo de ti. Que eres capaz de cosas que no imaginabas. Eso a lo que tienes que enfrentarte merece que seas valiente.



Con la taza en la mano siento que estoy, por fin dejando estar la vida, sin más. Enciendo el reproductor de música. “Quizás se caiga entero el universo, pero no tengas miedo”, dice la canción. El miedo te rompe. Y a veces es preciso y sano que nos rompamos. Luego piensa que en el miedo, como en cualquier otro sentimiento, hay grietas. Puede entrar la luz.


Sabes que, como dice Jan Serrano, “Lo bueno de tocar fondo es que solo te queda subir”. Tenemos el ascensor, el interrumpor y el recibí como prueba. Y el rascacielos para mirar bien alto. Tantas plantas como sea necesario para llegar al cielo. Y no vale con intentarlo. Los que te quieren te lo dicen. Que son las ganas. Que es la actitud. Que lo que te atemoriza no puede ni debe ganar la partida.


  

“Las verdaderas batallas se libran en el interior”, Sócrates


jueves, 8 de noviembre de 2018

En busca de nuestro Maclaren`s o Central Perk


¿Cuántas veces podré reírme con las mismas secuencias? Desde que veo en bucle las series Friends y Cómo conocí a vuestra madre quiero tener tazas gigantescas, beber cerveza, pintar las paredes violetas o ver por fin el Empire State Bilding levantarse ante mí. Hasta qué punto un lugar de encuentro puede llegar a ser importante para la vida de un grupo de amigos. Dónde nos reunimos, qué bebemos, de qué hablamos. Y lo que más cuenta: Cuánto llevamos sin vernos. ¿Para cuándo una nueva “quedada”?



Queremos reírnos, lo necesitamos. Reír es un verbo de primera necesidad. He salido a la terraza a tender la ropa y en el balcón de enfrente he visto a una chica en pijama con una mascarilla en la cara que sostenía una fregona boca arriba. Era un cuadro cotidiano que bien podría servir de escena para alguna serie de humor. Hablaba por el móvil y al poco se ha marchado, dejando el mocho a la vista asomando por el borde del balcón. De repente, he pensado en esas series, en lo mucho que me gustan (Friends sobre todas las cosas) y en que de vez en cuando necesito los monólogos sobre los americanos de Goyo Jiménez. Reír es como comer o dormir: indispensable para mantenernos cuerdos.


Oda al personaje de Robin Scherbatsky. Ya. Con sus reportajes televisivos esperpénticos, ridículos, sobrepasando límites absurdos y descabellados. Y la chica ahí, al pie del cañón, aguantando el chaparrón (que me imagino sobre un paraguas amarillo) y llenándose de paciencia hasta conseguir sus sueños de ser una gran periodista y tener esa oportunidad con la que sueña. Cuánto te necesito ahora Robin para no perder la cordura. Qué heroína del reporterismo. Aunque seas ficción, te quiero.


Hasta qué punto el café o la cerveza son socializadores. Por cuántos Central Perk o Maclaren`s pasamos al cabo del día. Mis amigos y yo teníamos un lugar que se llamaba Diderot, un pub del centro de Motril donde el café y la copa se daban el relevo en aquellas tardes extremadamente largas y cortas a la vez. Cuando viajamos en la hoja de ruta siempre está pendiente encontrar “ese lugar” donde tomarse algo para reírse. Lo sabéis.



Hablando de viajar… Qué ganas de ir a Nueva York ¿No? Aunque el piso de Mónica sea ficticio y no podamos visitarlo. Necesito comerme un perrito caliente del Gray's Papaya, visitar la casa de Carrie, contemplar la fuente de Bethesda o ver el agua pasar mientras recorro el Bow Bridge de Central Park. Encontrar un pub de estilo irlandés en NY que se parezca a Maclaren´s tiene que molar, y mucho. 

Qué puedo decir más de estas sit com sobre amigos. Pues que echo demasiado de menos estar con los míos y, ya que estamos de confesiones, también aquel pub motrileño que ya cerró. Y en el fondo puede que ésa sea la razón de que vea estas series en bucle. De repente el salón se llena a pesar de que estoy sola. Y me gusta reírme por anécdotas locas imaginándome que son ellos o yo  misma los que las han vivido.


Qué necesario es reírse. Con la boca grande, los ojos cerrándose, la mandíbula que se va de fiesta, el cuerpo desinhibiéndose con la rapidez de una pastilla efervescente en un vaso medio lleno que va salpicando el resto medio vacío con puntitos brillantes. Solo que con un buen sabor de esos memorables.




No podemos aspirar a tener un Maclaren`s o Central Perk, no debemos quedarnos ahí. Podemos convertir un parque, un simple banco (a lo Forrest Gump) o un lugar en medio de la nada en ese perfecto escenario de encuentro. Porque Forrest regala su historia de superación a cuantos se sientan con él, los conozca o no, por eso nos gusta tanto la peli, maldita sea. Nos hace llorar a la vez que nos reímos por la forma que tiene de ver los problemas. Vivamos hasta que nos duela todo de tanto reír. A lo bestia. Y brindar. Por la amistad y por esos viajes que están por llegar.