domingo, 29 de marzo de 2020

Los besos de buenas noches y buenos días


Desde niña me acostumbré a darle besos a mi padre y mi madre antes de irme a dormir y al despertarme. Sellaba los “buenas noches” y los “buenos días” así, con amor. Y crecí, y continué haciéndolo. Y si no lo hacía me sentía rara, mal, parecía como si le hubiera fallado a mi corazón. 


El estómago se encogía y se apoderaba de mí un sentimiento de vacío. En las contadas ocasiones en que eso pasaba, les recompensaba con un beso inmediato, a cualquier otra hora del día. Y aquel vacío se llenaba sonoramente con la inesperada muestra de afecto, y los nuevos besos eran igual de valiosos. De una forma u otra, se restauraban y el ritual reparaba el agravio emocional que había sentido. 



El dejar la casa de mis padres, y mudarme, no hizo cambiar mis costumbres porque ya formaban parte de mí. Eso sí, por la distancia, aquellos besos ya no eran tan cuantiosos. Se reducían al viernes, sábado y domingo que estábamos en Motril. Recuerdo ahora aquellos que les di cuando se habían quedado dormidos en el sofá, y aquellos que no les di por no despertarlos.


Seguimos confinados, aislados y en estado de alerta. Ellos en Motril y nosotros en Málaga. No he contado cuántos besos les debo. Cuántos buenos días y buenas noches se han quedado huérfanos y huérfanas de besos. Ahora no sé cómo volver a cuadrar las cuentas para que ellos tengan todos los besos que le corresponden. Cuantas noches y cuantas mañanas debería repoblar de besos para igualar el ritual y que tengan todos los que les solía dar.



Mi padre dice que ahora “estamos escondidos”. Sonreí al escucharle describir así este aislamiento. Y tiene sentido que lo entienda así. Para él era religión subir andando al mirador que hay a pocos kilómetros de casa. Era vital para él por mil razones. Era su costumbre especial y su ritual sanador. Dice que Coco, nuestro perro, ha notado que algo extraño ocurre. “Se queda mirando a la carretera como esperando a que pase algún coche”, cuenta mi padre. Su mirada es diferente. Imagino aquellos ojos marrones, recuerdo sus patas blancas y su color canela. Me gusta que mi padre se haya fijado en la mirada de su perro. Que se fije en ese tipo de detalles. 
Coco, pronto volveremos a correr por la playa.



Justo paso al siguiente párrafo y Manuel Carrasco me dice al oído “necesito tanto verte”. “Que a veces caigo en el recuerdo de mis manos con tus manos y me hacen sonreír”. Bajo el sol me cae una lágrima de recuerdos, y en las pestañas cuelgan los te quiero y los besos pendientes. 



Esconderse no es malo. A veces es un juego de niños, otras un acto de supervivencia. Salimos al balcón o por la ventana para dejarnos ver. Y no podemos engañar a nadie, ni a nuestros perros, ni a nuestros hijos. No puedo engañar a mi padre. Sé que se queda cada día sin su paseo, sin sus besos y que lo percibe hasta en los ojos de Coco. Todo ha cambiado hasta en el cielo que es más azul que nunca y en los animales que regresan a las ciudades. 


No he contado las buenas noches y los buenos días que no os he besado mamá y papá. No se pueden contabilizar los besos de toda una vida. Ni los vividos ni los que están por llegar. Mi mirada también es extraña, y mis días y mis noches pensando en vosotros. A veces os imagino dormidos y no os quiero despertar. Y otras noches desearía poder despertaros, con un beso, de este sueño más largo de lo normal.


Fui una niña de costumbres sin las que dejaría de ser yo. Necesito los besos y ellos me han dicho que sabrán esperar.  Sabéis que soy impaciente, efusiva y cariñosa, pero los propios besos pendientes me han enseñado el valor de aguantar. A que pase esta tormenta, porque el sol llegará. Y los besos, también.

domingo, 22 de marzo de 2020

Todo lo que echo de menos


Todo lo que echo de menos lo asemejo al mar. Disfruté tanto cada envestida de las olas en mis pies desnudos que, ahora, que no lo veo puedo volver a revivir la sensación. Y así con todo. Echamos de menos lo que hemos sido capaces de sentir intensamente. Echar de menos no es un término doloroso, es la prueba de que estamos vivos. 



La semana transcurrió entre libros, aplausos, películas y videollamadas, y otro largo etcétera de pequeñas cosas. Nunca tuve la casa tan limpia. El olor a los productos de limpieza ya no pasa desapercibido como antes, cuando el estrés de la rutinan nos comía. 


Ese instante de aplausos cada noche en los balcones, es cada vez más corto, pero sigue estando lleno de sonrisas y esperanza.  El vecino de abajo saca siempre a su perro a la ventana, los de arriba ponen música y la calle parece un auditorio improvisado con la mejor de las acústicas, la de abajo hace conciertos con su ukelele y el niño del arcoíris siempre sale en pijama. 


Son días de recreación en los pequeños placeres. El sabor de los aguacates que me traje de casa de mis padres, el dibujo que hace la miel al caer desde la cucharilla hasta la tostada del desayuno, el olor a papel del libro nuevo que estoy leyendo, la luz de la farola que nos anuncia la salida al balcón. Ése que nunca pisábamos y que ahora nos ofrece respiro y aire fresco.




Es necesario echar de menos para que estos días sirvan de eslabón con las emociones. ¿Echaremos de menos los aplausos cuando la normalidad vuelva? 



Cierro los ojos y abrazo a mi madre. Todo es el mar. Todo lo que echo de menos. Ella es el mar y su cariño la espuma que refresca mi piel. No podría compararlo con ninguna otra cosa ni de ninguna otra manera. Es el horizonte del mar, la vida misma.

miércoles, 18 de marzo de 2020

Todo esto pasará y juntos lo conseguiremos


La creatividad no tiene límites y en este tiempo de aislamiento en casa se potencia. He vuelto a coger los rotuladores de colores después de tantos años. El cuerpo me pedía dibujar un arcoíris y pegarlo en la ventana para que mi vecina que vive enfrente sepa que el suyo ha servido de inspiración. Y que sí, que TODO SALDRÁ BIEN. 

 


En un vídeo, mi sobrino les dice a sus compis del cole que hay que quedarse en casa y les enseña el bizcocho que ha hecho con su tita Inma. A Pablo, que está a su lado, no le ha gustado el trozo que le ha tocado. Él quiere el que lleva chocolate. El instante de los dos rodeando el bizcocho ya le ha dado sentido al día. Y éste no ha hecho más que comenzar. Con el manjar aún humeante tras la pantalla, su tita Paqui es la que se derrite al verlos sonreír.



Seguro que ya has pensado qué será lo primero que harás cuando esto acabe. El escritor Albert Espinosa nos propone compartir nuestros deseos con el hashtag #loprimeroqueharé, en Twitter. Ésta y otras iniciativas me parecen maravillosas. Todo lo que se nos ocurra para que la actitud positiva no decaiga es bienvenido. ¿Qué plantearíais vosotros/as?


Este retiro nos puede servir para mucho. 


Las redes sociales son ventanas a otros mundos particulares. Aunque son buenas aliadas, cuidado con obsesionarse con el móvil. Aprovechemos la soledad para todo eso que nos rondaba y que ha vuelto a nuestra mente, disfrutemos de los que comparten con nosotros la cuarentena. 


Quiero que sepáis que veros a muchos en el trabajo, con vuestra mascarilla puesta y enviando un mensaje positivo nos llena de orgullo. Porque si algo tan básico como salir a comprar me ha parecido un viaje extraño, desolador y temeroso no me quiero ni imaginar por lo que estáis pasando. Trabajar bajo la presión que imponen las condiciones de higiene, con el bombardeo de noticias, de malos datos y de esperanzas encerradas en relojes de arena, debe tener todo el apoyo imaginable


Me acuerdo de todos vosotros cuando aplaudo. Comenzamos a salir a los balcones por los sanitarios y el reconocimiento se ha extendido a todas las facetas de la vida. 


Dar las gracias es algo que, cada día, debe hacerse viral.


Por supuesto hablo de los profesionales de la salud pero también a las que estáis en los almacenes envasando, a los albañiles que seguís en la calle, a las fuerzas de seguridad, periodistas, repartidores, barrenderos, personal de la limpieza, de supermercados, de tantos y diversos establecimientos abiertos para que al resto no nos falte de nada, a las pizzerías o floristerías que enviáis flores y comida a los hospitales, a los jóvenes que os ofrecisteis para cuidar a los más peques de las familias porque los padres y madres tienen que irse a trabajar, a los médicos que cada día nos avisáis de que esto va en serio, a los que estáis donando sangre, a los que cuidáis a esos enfermos recluidos en casa: “mi compi de piso es un amor” me comenta mi amiga Macarena desde Madrid. Ella ha sacado fuerzas para mandarnos audios estos días. “Ya no tengo fiebre. Ya no estoy tan agotada”. BENDITO “YA NO”. Te queremos amiga.

…Y así podría seguir 


Un café virtual con amigos, videollamadas con el móvil dividido en varias pantallas, un beso lanzado al aire, una conversación desde el teléfono fijo imaginándonos dónde estará la persona al otro lado, conciertos virtuales, libros que esperan ser abiertos en casa y otros tantos gratis en plataformas de Internet, visitas virtuales a museos, masiva visita a las cocinas para hacer postres y/bizcochos, deporte en el salón, inventos de mascarillas con servilletas o toallitas y gomas, manualidades y dibujos que componen el gran momento familiar. Balcones donde hacer amigos y teclas donde escribir esa historia que no quieres olvidar. Es el momento de hacer aquello que nos hace felices.


Y este post va también dedicado…

A los que se os ha marchado un familiar sin poder hacerle la despedida que hubieseis querido. Tenéis nuestro mayor abrazo.

A los que, solo por preocuparos por los demás estáis ya cambiando el mundo. Y ni sabéis todavía CUÁNTO.


A mis padres que son mi tinta, mi educación, mi motor.  Os echo de menos, preparaos para la visita masiva. PORQUE LLEGARÁ.


A mi marido, que hace que esta cuarentena esté repleta de instantes de felicidad.


TODO ESTO PASARÁ Y JUNTOS LO CONSEGUIREMOS