domingo, 9 de noviembre de 2014

Mi padre: ese pozo de sabiduría


Las personas más importantes en la vida de cada uno de nosotros, son aquellas que consideran nuestro bienestar por encima del suyo propio. Se dejan así mismos a un lado para pensar en la manera de ayudarte a ser feliz, dedican toda su vida a convertirte en una persona mejor y siempre encuentran la manera de decirte que están orgullosos, la mayoría de las veces sólo lanzándote una mirada de amor incondicional donde sobran las palabras.

Nuestro pozo de sabiduría, aquel en el que caemos con los ojos vendados, el lugar en el que nos asomamos para aprender algo nuevo cada día, es ese que construyeron nuestros padres con sus manos y su corazón, es el que está instalado en cada uno de nuestros hogares. Por eso son tan valiosos, tan necesarios. Porque no hay mayor sabiduría que la que encontramos en el interior de las personas que más nos quieren.

Cuando llegan esos pequeños malos ratos, en los que todo en mi cabeza se vuelve negativo, allí está mi padre siempre para decirme “la vida es muy larga, y da muchas vueltas. Todo llega, tú tranquila”. Sabe tranquilizarme con esa manera que tiene de brindarme su apoyo, inquebrantable y de por vida. Convencido, aunque yo no lo esté, de que puedo enfrentar todo lo que venga. Pequeños detalles que conforman toda una vida, mi vida, con sus interminables imperfecciones, benditas y sabias.

Y todas esas razones hacen que me guste disfrutar con él, de vez en cuando, de una de sus pasiones como es la de ir a recorrer algún sendero. Siempre tiene cosas que contar a quien le acompaña, como son las historias de su juventud relacionadas con algún paraje por el que pasamos, o de personas que vivieron en algún cortijo del que ya sólo quedan las ruinas. Atender a los lugares que me señala con su pertinente explicación, buscar almendras para luego partirlas y saborearlas y descubrir nacimientos de agua o alguna oruga curiosa, se convierten en anécdotas que, paso a paso, nos sorprenden por el camino.




Se trata, simplemente, de andar juntos por paisajes preciosos, ya de paso haciendo algo de ejercicio,  mientras comparte conmigo todo lo que conoce de la naturaleza que abunda en el entorno donde nos encontremos. En esta ocasión tocaba el camino de los "Perdíos", desde donde hemos divisado, en este domingo soleado pero ventoso, la autovía, el viaducto de Cañizares o una siempre blanca Salobreña que se aparecía a lo lejos pegadita al mar, confundido con el cielo del fondo.






Mi padre es el que siempre aplica un refrán a ciertas situaciones de la vida, el que da consejos de pocas palabras pero de intensos significados, el que lleva sin descanso toda su vida trabajando para que nosotros cumplamos todos nuestros sueños, el que se desvelaba y salía de la cama cuando sabía que me levantaba a las 5 de la mañana para irme al trabajo, a pesar de que me enfadaba si lo hacía. El que corta caña de azúcar de postre y se pone pesado para que comamos fruta, siempre recordándonos lo que un médico le dijo una vez sobre el mango –Me dijo que si  pudiera se lo inyectaría directamente en vena de lo bueno que es.

Por esos abrazos escasos pero que te crujen los huesos y esas peleas por el mando a distancia. Porque tampoco falten esos momentos en los que Coco se pone triste cuando te plantas las zapatillas de deporte dispuesto a subir al túnel de la Gorgoracha y no te lo llevas contigo. Fíjate qué contento se ha puesto hoy, que hasta volaba de alegría…



Mi padre es el mejor guía que puedo tener a lo largo de cada camino. Es aquel que un día me respondió "tú ya has triunfado", cuando le dije que estaba preocupada porque hacía tiempo que había terminado Periodismo y estaba en el paro, como una manera de decirme que estaba orgulloso de mí. 

En esta mañana de domingo, mi padre ha sido la mayor razón para fotografiar este momento, el del sol iluminando las amarillas hojas del otoño y yo deseando alcanzarlo