jueves, 18 de abril de 2019

Marcapáginas viajeros


Mi marcador de páginas ahora es la tarjeta de visita de Lola. Así se llama el bar gaditano que descubrimos Ricardo y yo el pasado verano. Los recuerdos de aquella sabrosa ensaladilla de cangrejo y de sus croquetas caseras ahora se mezclan con los personajes del libro y con mi yo lector. Viajar a veces es tan fácil como leerse a uno mismo en otras páginas, en otras historias.


Pensar en la comida que disfruto en los viajes despierta mi apetito. Ahora me ocurre con las patatas revolconas y las judías, con el chuletón de ternera y las yemas, manjares del último viaje destino Ávila. Los paseos por la muralla y el Rastro ayudaron a hacer la digestión. 

Hubo un momento en que nos sorprendió el canto de las monjas de clausura de un convento cercano. Y paramos un segundo. El cielo estaba azul y no había nadie más avanzando entre aquellas piedras. El caso antiguo sirvió de altavoz para aquella música. ¿Quién más la oiría en aquel preciso momento?

  
La ida de cinco horas en coche a Ávila desde Granada se hizo corta con los paisajes espectaculares de llanuras y campos amarillos. La provincia de Toledo y la comunidad de Madrid te invitan a anotar, para otra ocasión, más destinos, los he incluido en la que he bautizado como La ruta de los castillos olvidados. Los de Almonacid de Toledo, Maqueda, Escalona y San Martín de Valdeiglesias, entre otros. 




El tiempo estaba tuberculoso, como diría Filomena, la abuela de Ricardo. Al llegar, Ávila nos recibió bajo la lluvia. Tras dejar las maletas, el primer destino fue la sede del Congreso de Nacional de Enfermería de Salud Mental, en Lienzo Norte. El edificio acristalado saludaba a la muralla y se iba llenando poco a poco de profesionales de esta especialidad, de la que ya os hablé hace poco en el post El refugio que encontramos en los demás.



Hubo también tiempo para hacer una pequeña escapada a la bella Salamanca. Reencontrarme con los salmantinos después de 20 años significó volver a emocionarme, esta vez in situ, con las fotografías mentales de mi viaje de estudios. Los dos fuimos por unas horas forasteros en una ciudad llena de historia, perderse era casi que una obligación a la que nos vimos arrastrados. 



Aproveché para fijarme mejor en los detalles que, en aquella otra ocasión, se me habían pasado por alto. Los azulejos formando los nombres de las calles, los tejados de ambas catedrales a donde no había subido, las estatuas que adornan distintas plazas, como la de la novelista Ana María Matute. Ya de paso probé el hornazo y nos deleitamos con los montaditos de la taberna Los Dionisios, especialmente con los que estaban hechos con varios quesos y el que mezclaba el espárrago verde con la carne típica de la tierra. 



Si hablas de cualquier viaje, la gastronomía se cuela siempre en la conversación. Me hace gracia no recordar el haber cogido la tarjeta de visita de Lola y que, de repente, meses después apareciera a la vista justo para utilizarla de marcapáginas. Mientras dure esta lectura vendrá conmigo. El viaje literario entero. 



Quiero pensar que cada libro puede formar pareja con algún viaje, servir de unión con la imaginación y los recuerdos. Leyendo viajas, y algunos viajes reales pueden ir ahora de la mano con los que se imaginan gracias a las menos del creador.



Dejo a Lola descansando cuando abro el libro y la vuelvo a poner después en el pliegue antes de cerrar, dejándola hacerse amiga de las palabras impresas. Unas horas, hasta que volvamos a encontrarnos para otro rato de teletransportarnos juntas.  La tarjeta, los personajes del libro, sus aventuras y yo. Todos revueltos en un viaje, ésta vez solo de ida.


lunes, 1 de abril de 2019

Flores para los dos


Es uno de abril y rompe a llover de repente en Málaga. Me parece tremendamente romántico celebrar nuestro segundo aniversario así, escuchando la lluvia. La tromba no te ha pillado por los pelos recogiendo el ramo de la floristería. Hoy, hace dos años, celebrábamos la boda de nuestros sueños junto al mar. 


Llegas muy contento para darme la sorpresa. No conocías la floristería y han sido muy amables. No falta la paniculata (las flores de mi ramo de novia), las siemprevivas, los lirios y las margaritas junto a varias rosas blancas. Cada tipo de flor tiene su personalidad y has sabido escoger las que mejor nos describen.


Al final la realidad siempre supera a los sueños. Aquel 1 de abril  de 2017 las antorchas estaban encendidas durante nuestro ansiado atardecer. La luz sobre el mar y las montañas abrigaban el momento de compartir las celebraciones. Cada pareja es feliz en su pequeño mundo particular y, de alguna forma, nos quedamos allí para siempre.


Lo he hablado con amigos y estamos de acuerdo en que siempre hay algo en la organización de una boda que no sale como estaba previsto. Es normal con tantos detalles en los que pensar. Una amiga lamenta haber tenido preparado una réplica de su ramo de novia para arrojar a las invitadas en la celebración y que al final se le olvidara. Parece imposible que algo así se te pueda olvidar pero, pasa. Y, al final, no hay que darle mayor importancia. 

Sea como fuere, todos los novios acaban viendo su gran día como uno de los mejores de su vida en común.


En una boda suceden miles de cosas al mismo tiempo a tu alrededor y cada familiar y amigo tiene unos recuerdos diferentes, ha vivido momentos distintos y se emociona de su particular manera. Los novios queremos que nos cuenten anécdotas para encajar todas las piezas de la historia de nuestra boda. Porque todas las vivencias juntas completan el ramo ideal de recuerdos.


En este segundo aniversario nos hemos recreado en todos aquellos momentos. Tras la lluvia, hemos salido fuera a posar con nuestro ramo, el de los dos. Porque somos un equipo, y si alguno tiene un detalle con el otro, como traer a casa este precioso ramo de flores, al final acaba siendo algo para los dos. Unos mejores amigos que cuidan el uno del otro entre detalles y momentos inolvidables.