jueves, 9 de octubre de 2014

La tristeza y el sacapuntas



Se trataba de improvisar, de contar una historia a partir de un objeto y un estado de ánimo. Elegidos al azar por ese “público” que completaba los rincones de la habitación, ambas palabras fueron buscando su hueco en la imaginación de los participantes. Sin querer, aquellas invenciones acabaron pareciéndose demasiado a la vida. A lo cotidiano. A las verdades que, de tan evidentes, pasan desapercibidas. Muchos relatos iban haciéndose importantes, despertando emociones en el que escuchaba, sorprendiendo al que lo relataba. Y, a través de un tiempo limitado y de unos pasos que tan solo abarcaban los dos extremos del aula, las historias fueron siendo contadas a oídos de quienes debían caminar con los emisores hasta la pared, la que tantas voces guardaba, donde en tantas ocasiones se han escuchado los sonidos de aquellos que, ávidos de aprendizaje, habían alzado al aire sus señas de identidad buscando a la vez algo que les hiciera conseguir ser mejores para lograr sus sueños.

Mi palabra fue sacapuntas. Mi estado de ánimo, tristeza. Quien me las adjudicó solo jugaba, igual que el resto. Se trataba de improvisar, de ingeniar la manera de salir airosos del ejercicio. Pero luego, se fue convirtiendo en una práctica que nos devoraba por dentro, haciendo que cada vez quisiéramos más y más. Era divertido. Y, allí, encontramos una forma original de aprender, y descubrimos que ésa era la que más nos gustaba, la que siempre debería existir. La educación que se sirve del motor de las motivaciones para sobrevivir y ser aprovechada al máximo. Una enseñanza que haga despertar a la curiosidad por saber más, la creatividad que estalla por todo el cuerpo cuando éste se ve expuesto a la posibilidad tanto del éxito o el fracaso, los muelles que hacen saltar los sentimientos y las emociones buscando en los recovecos de la memoria una fuente donde beber de la experiencia.

Y así, paralizada me quedé al oír las dos “herramientas” con las que debía forjar una trama en ¿30 pasos?, no lo sé, no los conté, pero pensaba que eran demasiado escasos como para culminar con decencia la “prueba”. Los primeros los hice en silencio, bloqueada ante el reto que me planteaba la improvisación. La tentativa de abandonar no existía porque el ejercicio suponía un reto en el que deseaba sumergirme, me gustaba la idea de imaginar en voz alta y, sobretodo, me atraía la idea de jugar a ese espectáculo de unir frases, que nunca sabes a ciencia cierta si van a tener sentido, pero que te mueres de ganas de intentarlo para ver el resultado.

El resto de compañeros ya había comenzado su historia, con su respectivo par de palabras, todos teníamos uno diferente, Mi estado de bloqueo atrajo tras de sí el interés del profesor, quien se pegó a mí diciéndome –empieza con lo que sea, da igual, que se te acaba el tiempo. Mi recurso natural, sin proponérmelo, siempre es el de asemejar las cosas a la vida real, buscando similitudes con mis apreciaciones de cómo entiendo el mundo, de cómo lo siento. Tenía que empezar, así que me puse en la piel de un sacapuntas.



Conductor de vida y muerte, el sacapuntas es capaz de darle vida a un lápiz, a la vez que se la quita. Con él se dibuja, se escriben relatos y libros, se diseñan planos, se dislocan las líneas que pervierten las sombras sobre el papel. El sacapuntas ayuda al lápiz en su trabajo de construir vidas, al mismo tiempo que va matándolo, ya que va haciéndose cada vez más pequeño, hasta desaparecer. Y durante ese proceso, el lápiz ha creado toda la belleza de la que ha sido capaz, durante el tiempo que le ha sido otorgado. No es sólo el matrimonio que ayuda a materializar la imaginación y la representación de todas esas obras de arte que han nacido gracias a él, que, por cierto, nos hacen ser mejores seres humanos, porque estimulan nuestros sentidos. Es además una relación real que lleva existiendo durante toda nuestra vida, sin apenas percatarnos de la metáfora de sus logros. 

El sacapuntas guarda en sí mismo la tristeza y la alegría, el poder de un trazo que se hace grande al ser presentado al público, la magia del libro que siempre guardas en tu repisa. Todo empieza con un lápiz, que debe morir para seguir creando obras de arte, o bocetos de lo que algún día lo serán. Es ahí donde reside la tristeza, en la metáfora de una relación que tiene los días contados pero que, mientras dura, llena todo de vida a su paso. Una prueba de que la tristeza también tiene su lado bonito.


Y con esta sonrisa me despido hasta la próxima. Que paséis buen fin de semana :)