martes, 14 de mayo de 2013

A miles de kilómetros

Aún no logro hacerme a la idea de que el mes que viene, por estas fechas, estará a siete horas y a miles de kilómetros de distancia. Treinta días para disfrutarlo antes del "hasta luego", antes de ver su imagen por Skipe o leerlo por email o saber de él por Facebook. Un gran amigo se va a Perú sin billete de vuelta. Se marcha para encontrar un trabajo, para buscar nuevas oportunidades, para coger aire e impulso, para vivir experiencias, buscar nuevas ilusiones y cumplir sueños. Se va con una maleta cargada de recuerdos y proyectos, pone rumbo a una nueva vida que, le deseo de todo corazón, sea lo más maravillosa y exitosa del mundo.



Cuando un amigo se marcha a vivir tan lejos te invaden muchas emociones encontradas. Por un lado le apoyas por su decisión y estás feliz porque está haciendo lo que le apetece y realmente quiere. Por otro, la parte egoísta de tí mismo te advierte de que echar tanto de menos a alguien al que necesitas tener cerca en muchos momentos, va a ser doloroso. Es como en los dibujos animados cuando aparece un angelito y un demonio dibujados encima del protagonista, solo que tu no puedes hacer nada por cambiar lo que va a ocurrir, se va y punto. Y cuando la decisión es tan firme que ya no hay marcha atrás, tu angelito se hace tan grande, tan grande, tan grande, que te hace recordar, a modo de película rápida todos y cada uno de los momentos que has vivido con esa persona, todos los consejos que te dió cuando más los necesitabas, todas las veces que te preguntó ¿cómo estás? y todas las veces que no descansó hasta escuchar tu respuesta y ofrecerte su ayuda.


He tenido la gran suerte de que mi gran amigo Pedro se cruce en mi vida, y en un momento tan crucial para él quiero que sepa que, aunque dentro de poco tiempo un océano nos separe, aun nos quedan muchos momentos que compartir. Quiero que sepa que todo lo bueno que da a los demás, a toda esa gente que le quiere y que es muchísima, ahora se revertirá en apoyo, admiración y orgullo.

Porque eres un ejemplo a seguir en muchos aspectos, hoy quiero dedicarte este pequeño espacio en este blog que, aunque tú no lo sepas, tanto me has empujado a escribir, porque siempre has creído en mí y has intentado que yo no decaiga en el intento de cumplir mis sueños.

Eres auténtico y especial, el amigo que siempre está con sus amigos. Un abrazo, te veo pronto.















lunes, 6 de mayo de 2013

Caja de supervivencia

Mi último día de trabajo fue hace casi dos semanas. Fue un último día, como otros tantos, aunque menos doloroso. Sólo era un sitio de paso, un lugar donde huía de cuatro paredes que me asfixiaban y un techo que a veces llegaba a hundir mi cabeza en el suelo. Último día, trabajo duro pero intermitente, a media luz, escaso pero suficiente. Fin de una etapa, ya no tan desconocida, pero sí áspera y sin brillo, como un estado de coma, como una rutina pesada que consumía mis fuerzas y mi tiempo.


Se acabó la jornada de la despedida, sin apenas despedidas. Solo una lágrima mientras me dirigía a mi coche, simples nervios, quizá miedo a quedarme sola con mis pensamientos sobre qué vendrá después. Nadie me vio y de eso se trata. El escudo invisible y protector, que aprendí a fabricar allí dentro, seguía en alerta mientras me alejaba. En aquel momento, el descanso y la recuperación se asemejaban a la nada y la desconcentración. Ya en casa, me miré al espejo. ¿Dónde emplearé las fuerzas cuando las recupere?, no encontré la respuesta. 


La primera noche tras el adiós, preguntaba a mi cuerpo por qué aún no se relajaba. Era pronto, creía que al día siguiente debía volver a esa gran caja de supervivencia. Necesitaba tomar impulso, buscar otros cielos y otras oportunidades, pero estaba cansado y aún acomodado a algo que, me empeñaba en explicarle, ya no existía. 

Le decía a mi cuerpo que descansase y no quería. Le obligaba a dormir y se negaba. En esas primeras horas tras el ajetreo de los meses anteriores, parar de golpe era complicado. Decidí, pues, escribir para desfogar, pero hacerlo sobre cosas tan personales y tan de madrugada cuando lo que no te deja dormir es el cansancio físico unido al mental, el hecho de escribir pasa de ser un alivio a un juego peligroso para el alma, porque no descansa en la larga noche y queda aún más agotada al despuntar el día. Un día que era importante. Un día en el que empezaba todo lo que hay más allá de aquella caja. 


Leo un artículo de Paulo Coelho que comparte una amiga en Facebook. Explica que debemos cerrar puertas del pasado y abrir las del futuro, no lamentarse por lo ya ocurrido, mirar hacia adelante...lo intento y van surgiendo planes y esperanzas...pero sigo buscando lo esencial, mi sitio, trabajar en lo que realmente quiero. Como dice el gran periodista Manu Leguineche, 

¿Qué queda del Periodismo si no hay ilusión, si no hay vocación, si no hay esperanza?


Quizá pregunte al mar qué me depararán los nuevos vientos...

Quizá las olas me cuenten algún secreto, alguna esperanza...

Pues eso, que a pesar de todo, sigo creyendo en los sueños...