viernes, 16 de octubre de 2020

Soñar con los ojos abiertos

Hace un tiempo hablé con un familiar que ya estaba en casa después de su ingreso hospitalario a causa del virus. Apenas hablé, tampoco hubiera podido con el nudo en la garganta que me provocaron sus palabras tan llenas de verdad. La conversación fue todo un discurso por su parte que ojalá hubiera oído mucha gente, y del que a la vez me sentí privilegiada por ser la única que lo escuchaba. Su voz sonaba tranquila y cálida, quería escucharlo durante horas. 

 

Me conmovió profundamente todo lo que me dijo. De dónde buscó la fuerza para seguir, cómo la situación le hizo valorar aún más la vida y todo lo que para él es importante. Me llegó al corazón la forma en que me relataba cómo se refugió en los libros, que esa actividad hubiese mitigado la fría soledad sobre la cama del hospital. A mi siempre me ha gustado leer, antes leía mucho, me decía con el convencimiento de que el tiempo que había pasado sin leer le pesaba dentro. 

 

Me recomendó El maestro del Prado, de Javier Sierra. Si te gusta el arte, te va a encantar, me aseguró. Aquella misma tarde la casualidad quiso que me topase con un stand de libros, aún con las palabras de él agarradas al pecho, y lo vi. Allí estaba. Por supuesto, lo compré. En el momento en que hablamos estaba ya en casa, confinado en su dormitorio, viendo el programa donde Sierra habla de misterios y enigmas de la historia. Es que me encanta Javier Sierra, me decía una y otra vez. 


La cultura nos salva la vida, frase que hemos escuchado una y otra vez últimamente. Un virus nos obligó a parar, y desempolvamos los libros, vimos series y películas, nos alimentábamos de las historias que nos contaban para hallar esa libertad que no podíamos disfrutar en la calle. Muchos escritores dedicaron ese tiempo a escribir obras que, ahora, reciben reconocimientos. Ellos invirtieron un tiempo de gran incertidumbre con maestría, canalizando a través de las letras la inspiración de un encierro sin precedentes. Al fin y al cabo, escritor/ra es una profesión de encierro. 

Lo más difícil a la hora de sobrellevar un mal momento es saber gestionar las emociones y buscarles utilidad. Ese ¿qué puedo hacer con esto que siento? Los expertos coinciden en lo mucho que nos ayuda escribir para sentirnos mejor.


Tuve la suerte de que el estado de alarma me sorprendiera en casa empezando el tercero de los tres libros de Laura Norton que me habían regalado, Gente que viene y bah. La película me decepcionó bastante porque no contaba cosas que me habían encantado del libro. Digo que tuve suerte porque fue un libro que, haciéndome reír, me evadió con facilidad de la realidad del comienzo de toda esta locura. 

Leí Alegría de Manuel Vilas, de cuyo título esperé más de lo que finalmente fue el libro que no me convenció. Lo compré antes del confinamiento en una librería donde grabamos un reportaje en el que el librero se quejaba de las bajas ventas. Leí también los inspiradores relatos de Lucía Berlín, Nada, la gran obra de Carmen Laforet, y retomé Vida de una escritora sobre Virginia Woolf, de Lyndall Gordon. Cada vez que leía un poco de él me acercaba al teclado deseando escribir. 

Hice pedidos de libros que posteriormente leí. Tombuctú, de Paul Auster, que te descubre qué siente un perro junto a su amo y después en esa terrible búsqueda de un hogar pensando que nadie te quiere. También compré y leí la obra biográfica Corazón que ríe, corazón que llora, de Maryse Condé, y Mi planta de naranja lima, de José Mauro de Vasconcelos, cuya historia del niño protagonista me conmovió. Todos ellos me gustaron. 


La estela de aquellas lecturas continuó en verano, con la cálida luz iluminando las letras. Esa estela cobró más importancia viendo la maravillosa película protagonizada por Mel Gibson y Sean Penn, The profesor and the Madman, (os dejo por aquí el tráiler) donde ambos se embarcan, a mediados del siglo XIX en la ardua tarea de reunir en un diccionario todas las palabras inglesas por encargo de la Universidad de Oxford. Los diálogos entre ambos son tremendamente inspiradores. Si os gustan los libros, os apasionará esta historia basada en hechos reales.

Y como si el universo se hubiera confabulado, ahora leo El infinito en un junco, de Irene Vallejo, desde hace meses quería leerlo. Trata el origen de los libros. Llevo poco, pero me está encantando. Narra cómo el empeño en crear superficies para escribir llevó a los habitantes de la antigua Mesopotamia a crear un estilo de escritura a base de hendiduras de punzón en arcilla blanda o cómo llegó la piedra de Rosetta al Museo Británico.

No dejemos de interesarnos por los libros, de aprender de ellos y de dejarnos llevar por las historias que encierran. 


"Un buen libro es un evento en mi vida"  Stendhal