martes, 13 de febrero de 2018

Una goma de pelo y un amor perdido



La vida parece tan fácil con una goma de pelo siempre en la muñeca. Accesible para hacer más cómodos los momentos. La gradezco en los probadores de las tiendas, donde apenas hay sitio para moverse, colgar las prendas o agacharte para comprobar si los pantalones son cómodos. 

Hago un moño sencillo, con la prisa recorriendo de la raíz a las puntas. Haciendo más llevadero el cambio de prendas que casi siempre vuelven a quedarse amontonadas en el mostrador de la entrada. En aquellos camerinos donde la intimidad se mide por la capacidad de la cortina de terminar de correrse o no. Porque algunos no cierran bien y te preguntas si habrá alguna mirada indiscreta viéndote recoger tu pelo mirándote en el espejo de los cambios que se reflejan. Pasillos de cotillas intentando ver algo más allá. Somos curiosos y desviar la mirada a veces es tan sano como frenarte en seco bajo la lluvia. A menudo es necesario cerrar los ojos, para los demás o para ti mismo. 

Y refrescarte. 

Como si fueses un ordenador que necesita volver a cargar. 



Me recojo el cabello y mis hombros quedan libres del peso, ya corre el aire en mi nuca. Y un gesto tan simple parece cambiarte la vida. Como metáfora de tantas cargas que echamos sobre nosotros mismos. Cuánto ganaríamos con cambiar los acontecimientos con la misma facilidad que sueltas y recoges, que te cambias de ropa. La vida podría ser ese mismo mar de prendas entre las que no sabes cuál sería la perfecta para el día que se presenta. Si no, para qué perder tanto tiempo, dudosos, frente al armario. En ocasiones, desesperados cuando la prisa apremia. 

Y las perchas sujetan las opciones como quien sostiene la tela que lo determinará todo. Y en cada tejido hay una historia, incluso en aquellos que no has estrenado. Esos están llenos de posibilidades. Ese “cortar la etiqueta”. Ese mirarse en el espejo contemplando el nuevo fichaje con tus vaqueros de siempre.



Qué bien queda también mi goma de pelo negra a modo de pulsera. Tres en uno. Goma. Negro. Pulsera. Color y objetos listos para cualquier casualidad que ose presentarse. 

Lo inesperado no está en guerra con mi pelo, 
no si puedo domarlo antes de la batalla. 


Siempre me he preguntado, mientras veo películas de acción o aventuras, cómo es capaz la heroína de luchar así, con esa larga melena abofeteando su cara de manera bestial. Cómo puede ver bien al enemigo con todo el pelo en los ojos.


Sí, cuesta encontrar la goma perfecta. La que se ajuste a tu piel y a la vez a tu pelo. La que tiene la medida certera para no estrujar momentos. Ni tu muñeca. Ni tu circulación. Ni tus puntas frágiles. Y te cambia la cara gracias a tu recogido. Igual que te la cambia una sonrisa. El instante de cambiar. Solo con un gesto.


Esa goma siempre disponible para hacer mi vida más fácil. Pero no siempre encontramos esa "ayuda de probador". Un día miras y no está en tu muñeca. 

[La he dejado en el baño o encima de la mesilla de noche]

No está, pero recuerdo el lugar certero donde puedo encontrarla.  De cuántas cosas que se nos pierden podemos decir eso. Y en caso de necesidad recurres a tu amiga para que te preste una en un día en la playa cuando el calor aprieta o el pelo mojado se pega en tu espalda.


Y la necesidad hace que te vuelvas creativa... 
<<Recuerdo un día en clase que utilicé un lápiz común para hacerme un moño. Mi ingenio apenas me duró un instante. Uno de los “graciosos” de la clase (en toda clase hay alguno, da igual si estás en el instituto o en un Máster) me preguntó si tenía una goma (de borrar). Yo recurrí a lo fácil, lamento ahora. Me solté el pelo para hacerle callar. Para que parara de reírse justo a mi espalda y me dejara en paz. Otro chico, curiosamente amigo del primero, me preguntó muy serio que por qué me lo quitaba. En realidad, quiso decirme ¿por qué le haces caso?>>

Algo parecido le pasó a una amiga al curso siguiente. Llegó a clase con dos trenzas, una a cada lado. Iba guapa. Pero todo el mundo se la quedaba mirando y alguien hizo algún comentario para mofarse de ella. Simplemente por llevar trenzas. Nunca más la vi peinándose así. ¿De dónde sacan algunos las respuestas ingeniosas para esos momentos?. Siempre envidié esa capacidad de “mandar a la mierda” elegantemente. Maldita sea. 



Recuerdo que hubo una época en que me parecía divertido llevar un lápiz en el coche (porque nunca se sabe cuándo se te olvidará la goma del pelo en casa). 
Retrocedería a aquel día de clase y al momento anterior frente al perchero buscando la prenda perfecta antes de salir de casa. Me volvería a dejar olvidada de nuevo la goma del pelo, esta vez con pleno conocimiento de ello. Y en el momento certero giraría la cabeza hacia el gracioso de turno con mi moño bien alto y anudado en un lápiz. Dibujaría una sonrisa mientras le respondo:

-Me queda bien ¿verdad?. 


Y me cambiaría la cara en ese preciso instante. Gracias al moño, a la sonrisa y a la respuesta que sentaría precedentes. Tres en uno. Y el segundo chico, curiosamente el chico que me gustaba de la clase, ya no lamentaría que hiciese caso a un payaso. 


Sí que volvería a aquel instante. Por él, pero sobre todo por mí.

La vida es reveladora sin una goma de pelo en la muñeca