Ojalá lo viera todo de la misma
manera que lo veo a él, como si cada vez fuese la primera. Y van pasando los
años, y esa amistad que creció entre azules, grises y cristalinos, resiste a
temporales y mareas altas o bajas. Y me recibe siempre sonriendo, como las
cosas bellas que no saben que lo son. Y su abrazo es más grande del que puedo
abarcar, y me siento pequeña.
De las pocas cosas que pueden dejarte sin
respiración y a la vez hacerte ser consciente de que estas vivo. Él es el
abrigo más cálido que puede arropar a un corazón, pues es el único del que
siempre vas a recibir consuelo. Es, sencillamente, el sonido y el juego de
azules que nunca encontrarás en ninguna canción ni estampado en ningún tejido
del mundo. El mar es la ropa que solo se puede sentir en la piel desde su orilla.
Es el origen de tu consuelo porque siempre te escucha y te da aliento.
Cuéntale
al mar lo que sientes, él te devolverá amor incondicional.
Veían el mar por primera vez o,
al menos, llevaban demasiado tiempo sin sentirlo cerca. Eso pensé, cuando vi a
lo lejos, a un grupo de chicas que se aproximaban a nosotros. Se les notaba a
la legua que habían llegado a Motril con un objetivo bien claro: el gigante
azul. Una de ellas parecía capitanear al resto. Iba dando grandes zancadas,
mirando fijamente hacia el agua, con su cuerpo adelantado en señal de tener
bastante prisa. La chica estaba más decidida a cada paso del camino, en dirección a la orilla.
Ricardo y yo habíamos ido a dar
un paseo con mi perro Coco, y enseguida nos dimos cuenta que la arena de la playa se había convertido en barro, a causa de
la lluvia caída la noche anterior. El agua tenía una temperatura ideal, incluso
estaba más caliente que en algunos días de verano. Al tocarla con mi mano al
final me terminé mojando las zapatillas, a pesar de la advertencia de Ricardo. No
me importaba.
Después de un rato andando, las chicas al fin llegaron a su destino. Confirmé que la que encabezaba el
grupo era la que tenía mayor interés en ver el mar de cerca. Se quitó el
jersey, se quedó en tirantillas (la verdad es que no hacía frío, se estaba muy bien), y cogió su móvil para hacerse fotos junto al
agua. Grabó el mar, el sonido de las olas, hizo panorámicas…y nos miraba
constantemente con una sonrisa de oreja a oreja, que nosotros no pudimos evitar
devolverle. Se le notaba tan feliz.
Al rato nos sentamos, mientras
que Coco merodeaba de aquí para allá investigando el terreno. Las chicas se nos
acercaron y la que mostraba más entusiasmo nos pidió que les hiciéramos una foto
con el mar de fondo. Y, mientras se marchaban, una y otra vez nos miraban como
queriéndonos decir algo más. Estábamos en lo cierto. Por fin se decidieron y
nos preguntaron si éramos de allí y si aquello (señalaban a su izquierda) era
el puerto. Les indiqué cómo llegar y les recomendé otros sitios que podían
visitar. Para acabar con una duda que me perseguía desde que las atisbé a lo
lejos, les pregunté de dónde venían y ellas me respondieron que de Zaragoza.
Entonces lo entendí mejor todo. Y entre bromas y risas, nos despedimos,
deseándoles que disfrutaran mucho con su visita.
Cómo me recordó esa chica al
cuento del Principito, cuando el zorro le dice: “Si vienes, por ejemplo, a las
cuatro de la tarde, comenzaré a ser feliz desde las tres”. Esa chica empezó a ser
feliz desde que supo que iba a ver el mar. Y es que la espera previa a un gran
momento, es lo que hace que merezca la pena el largo trayecto que tengas que
recorrer para vivirlo.
Cuánto tiempo vivimos cerca del
mar, y apenas reparamos en que está ahí, y sin embargo, qué darían muchos por
tenerlo cerca, aunque sea sólo un instante. Y vuelvo a repetir para mí,
mientras me pierdo en el horizonte confundido entre el agua y el cielo, ojalá
supiera mirarlo todo igual que lo miro a él. Ojalá fuéramos principitos capaces
de aprender a amar las cosas invisibles, las que sólo se ven con el corazón. Y
si no, haz la prueba, imagina un desierto…¿qué te sugiere?. El personaje de
Saint-Exupéry, te diría “lo que embellece al desierto es que esconde un pozo en
cualquier parte”.
Y parecía hablarme sólo a mí. Me
preguntaba por qué había tardado tanto en volver a visitarle. Avergonzada, no
supe qué contestarle. -Tu corazón me ve gigante- me dijo –me ves así porque te
doy tranquilidad y te ofrezco toda la belleza del atardecer reflejada en mis
aguas. En realidad no te doy mucho más que el resto de las cosas hermosas. Sólo
tu corazón es capaz de verlo. Yo solo alcancé a decir- te prometo que seguiré
intentándolo.
Feliz semana :)
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