miércoles, 20 de julio de 2016

Una nube azul turquesa



Los días se consumen como caramelos la noche de la cabalgata de los Reyes Magos. Éstos se pasean en medio de millones de caritas invadidas por la ilusión y brazos extendidos para rescatar dulces que vuelan por los aires. Me viene ese pensamiento a la cabeza cuando miro el reloj y de repente ha pasado otra hora y me arrepiento de no haberla consumido en algo productivo. El paso de una hora tras otra, el mayor temor de alguien que ansía emplear talentos. Qué error lamentarse por lo que se ausenta, cuando estoy tocando mi mejor compañero que no entiende de cotidianidad. Qué delicia poder contarle a mi pantalla personal mis altibajos pensamientos que no son más que productos de la nube negra que nosotros mismos construimos y que puede disiparse con tan solo construir otro pequeño comienzo. Es tan fácil como buscar esa cara de ilusión cada día en el espejo y abrir los brazos a las nuevas cosas que te depara el sol de un nuevo día. Al fin y al cabo somos unos niños empeñados en jugar el papel de adultos maltrechos por una suerte que creemos sufrir. 

Agradezco que amanezca nublado, así puedo abrir las persianas y ventanas de este caluroso piso en el que ahora me hallo a solas. Solo abrigada por el silencio de una calle en pleno mes de julio por la que camina alguna mujer que viene de hacer la compra y un grupo de niños que se dirigen con sus mochilas a alguna clase de recuperación o a la biblioteca. Me encuentro en una de las partes de mi mundo donde asiento mi "base de operaciones". Frente a mí, mi ordenador encendiéndose para pensar en voz alta ante las letras de mi teclado, el público más fiel que jamás encontraré. No necesito más para derretir mis palabras en una hoja en blanco. Siempre acaricio estas teclas retomando por unos instantes ese placer íntimo de expresar. 


Es un día aciago de pensamientos pero el teclado igual que una roca puede salvarte del naufragio. Qué encanto tienen las calas, que rocosas y cristalinas dejan ver toda su belleza un día cualquiera en el que el resto del mundo se ha quedado en casa o en la oficina. Una playa solo para ti, un color solo a tu disposición para deleitarte en los pequeños placeres. 

Solo ante una obra de arte se puede describir tan delicadamente el
color turquesa y el brillo del sol sobre el agua en calma, porque hasta que no se vive dentro de ellos no se puede saber qué se siente admirándolos. 


No estoy allí, es mi imaginación que empieza a alimentarse de bellos paisajes. La nube de las primeras horas del día quedó atrás porque comienza mi juego de niños particular. Las reglas se basan en romper el blanco que hay delante de mí con el objetivo de llenarlo de las formas más verdaderas que conozco, las de las palabras. Y con la liberación de endorfinas acabó mi día aciago y amaneció mi jueves soleado a pesar del gris que veo por la ventana. Verlo es tan sencillo como girar la cabeza a la derecha y divisarlo entre los árboles. Pero ahora solo consigo ver el turquesa como fondo al canto de los pájaros y el asfalto desierto.  Estoy en esa cala ahora mismo porque he decidido que ese sea hoy el escenario de mi dicha, el reflejo en el espejo y el color en el que se transforme esta página que ya acaba para comenzar una nueva, es sencillamente la vida que continúa y que puede ser aún más espectacular después de despertar.

Y así, por arte de magia, solo escribiendo e imaginando, mis días crecen ricos más allá de los pensamientos que osan perturbarme. Como una niña alzo los brazos llenos de ilusión, oigo la lluvia que, leve, ya cae en el exterior y me dejo llevar ante lo inevitable. Este es mi oasis hoy, mi playa, mi lugar de regocijo donde me siento a salvo y feliz con una página más escrita en la ventana de mi verano particular.