domingo, 23 de diciembre de 2012

Navidad

A solo unas horas de estar sentada delante de una suculenta cena en familia, cómo no hablar de la Navidad y de todos los sentimientos que produce. Algunos encontrados, otros evidentes, pero con algo en común, que nos guste o no esta época, es empezar a ver luces por la calle y a escuchar villancicos y mensajes de amor, y todos nos volvemos más vulnerables y solidarios, más sensibles a los problemas, más llenos de esperanza y deseos para el nuevo año. Existe un constante impulso de hacer buenas acciones, comprar o hacer detalles para los demás, adornar la casa para que esté más bonita, llamar a los seres queridos o amigos que no tenemos cerca, hacer más caso al hombre que pide en la calle... Estos días me he encontrado con mucha gente que cuenta que odia la Navidad. Yo me pregunto cómo se puede odiar algo que nos vuelve mejor personas.

Una compañera de trabajo, contraria a estas celebraciones, me explicaba que su marido trabaja en Nochebuena y que se acuerda mucho de su madre en esta época. Sus razones me parecieron de lo más convincentes, y al escucharlo, me cuestioné cómo sería no vivir las Navidades a las que estoy acostumbrada, con todos los míos al lado. No me regañéis, ya sé que no hay que pensar en esas cosas, pero creo que me pudieron las ganas de empatizar con ella para entender sus motivos, a mi me gusta tanto esta época... Pero sobretodo, me llamó mucho la atención la expresión de su cara mientras decía que odiaba la Navidad. Sus ojos estaban llenos de rabia, tristeza y resignación.  Hablaba muy segura, y me pareció que sus palabras encerraban una larga historia.

Otras personas simplemente alegan que estos días solo son una excusa comercial para vender más (por ejemplo que en ninguna época del año vemos tanto anuncio de perfumes), y piensan que toda esa "parafernalia" de luces y canciocitas, les parece de lo más pesada. Como siempre defiendo en todo lo que escribo, siempre dependerá del cristal con que se mire. Estoy segura que, aunque digan que odian la Navidad, en el fondo algo bueno de les despierta dentro, porque la magia rodea a estos días aunque no podemos verla.

En casa, todos los años, en Navidad, mi madre suele poner un bol de conguitos en la mesa del salón, junto a la bandeja de mantecados. El árbol ya tiene sus luces blancas y está adornado en motivos dorados, coronado por un ángel. En Nochebuena y Nochevieja el aguacate relleno, para mí, es el rey de una mesa donde no faltan los platos que tanto tiempo mi madre y mi tita han ido preparando detalle a detalle los días anteriores. Yo me visto con algo especial y espero a que la casa se llene poco a poco de gente, somos unos trece. Para recibir el año nuevo solo estaremos la mitad, pero será una noche igualmente inolvidable. Y ninguna Navidad es igual, todas son distintas y todas tienen sus vivencias.

En cada casa tienen su modo de vivirla. Pero no hay duda de que el 25 de diciembre todos y cada uno de nosotros estaremos, en algun minuto del día, deseando feliz Navidad a otra persona, y para ser sinceros, más de uno de los que dicen odiarla, acabarán con un gorro de Papa Noel en la cabeza, tomándose los churros el día de Año Nuevo. Y, además, quien diga que no se emociona con el anuncio de El Almendro, miente. Todas esas emociones dan sentido a estos días, y son ellas las que hacen que siempre queramos volver a casa por Navidad.




martes, 18 de diciembre de 2012

Cesta de Navidad

Nunca llueve a gusto de todos, y decir esto es muy fuerte en tiempos de crisis. Si te regalan una cesta de navidad significa muchas cosas. Primero que estás trabajando, que ya es para estar de sobra agradecido. Segundo que te alegran el día, por poco que contenga la caja, y tercero que no hay que mirarle el diente a caballo regalado, nadie te regala nada porque sí (aunque, como en todo, hay excepciones). Pues hoy he tenido que escuchar las quejas de un chico, que se lamentaba porque la cesta traía vino y mantecados, y a él no le gustan. Y añadía, comparándola con la de su compañero, que al otro le habían dado una mejor, siendo de su misma quinta.

Yo pensaba que al estar viviendo todos en estos tiempos tan perros, las mentalidades iban a cambiar, pero no es cierto. El que trabaja se sigue quejando porque trabaja, porque el de al lado cobrará más que él, porque le duele la espalda de llevar cajas, porque se tiene que quedar una hora más o dos menos en el trabajo...Cuantas diferencias siguen existiendo aún entre lo que unos y otros valoran. Como dice Melendi en su canción, "en un simple charco a veces nos ahogamos", y digo yo, con lo fácil que es flotar y dar gracias. No dejaré de sorprenderme con la actitud de la gente.

El chico en cuestión se ha reído cuando le he mencionado lo que siempre me dice mi madre para animarme, "que el trabajo es salud". Me ha respodido -díselo a mi espalda, que la tengo hecha pedazos. En realidad me entristecen estas cosas...puedes tener tus días de agobio, dejarte llevar por la desesperación en momentos bajos e incluso llorar de rabia en jornadas duras, porque somos humanos, faltaría más. Pero nunca deberíamos dejar de mirarnos en el espejo con la satisfacción de tener en nuestra vida cosas como tener un trabajo y una cesta de navidad que llevar a casa. Muchos darían lo que no tienen por tener tan siquiera un peñizco de esa cesta.

Y entre tanto, FELIZ NAVIDAD A TODOS y a los que le sienten mal los polvorones que los dejen para los que si nos los comeríamos con gusto.

jueves, 6 de diciembre de 2012

¿Me quieres?

Un recurso muy usado en los guiones de las pelis románticas es aquel en donde el chico protagonista, hablando de la chica en cuestión, cuenta los tipos diferentes de sonrisas que tiene ésta. Siempre suele decir:  tiene una cuando está feliz, otra cuando le gusta algo, etc, y ya culmina con la mejor... "y otra cuando me mira a mí", que es cuando ya se nos termina de hacer el nudo en la garganta. Un ejemplo de ese tipo de escenas la encontré en "El chico de tu vida", una película donde el pobre protagonista sufre todo el tiempo cuando ve peligrar la posibilidad de tener algo con su mejor amiga, de la que lleva mucho tiempo enamorado en secreto. Una historia que puede parecer manida pero a la que añaden esa escena que la hace especial.

¿Y por qué me he acordado de esto?, pues a raíz de pensar en tantas formas distintas que tenemos de demostrar cariño a alguien. La forma más curiosa de todas duerme en el cuarto de al lado. Si en las pelis románticas, las protas tienen seis, cinco o hasta mil formas distintas de sonrisa, mi hermana María tiene un millón de maneras diferentes de decirme "te quiero". Y, como ella misma ya intuirá, la que más me gusta lleva consigo una pregunta que ella adora que le respondamos. De repente, en cualquier momento puede soltar... -¿Me quereis?, y mi madre y yo (a quienes casi siempre va dirigida la pregunta), solo sabemos ya sonreirle y contestarle que no :) (en broma, claro). Es que es para decirle, -Pero, ¿tu qué crees?.

Y hablando de quererse, no puedo dejar de contaros lo más bonito que he vivido hoy. Mi protagonista tiene incontables sonrisas y cuando me mira y me dedica cualquiera de ellas, lo demás deja de existir. Se llama María también y tiene cinco añitos. Todo ha ocurrido de lo más natural. Estabamos toda la familia junta y yo le he dicho a alguien (no recuerdo a quien ni por qué) -Es que no me quieres...(en broma). En ese momento, ella que estaba a mi lado, me ha dicho... -Pero yo sí.

Recuerdo todas las veces que le preguntaba, -María, ¿me quieres?, y ella se reía y se iba corriendo, pero nunca me contestaba. Hace tiempo que había dejado de preguntárselo y ella ha encontrado hoy su manera particular de decírmelo, y ha sido memorable.

Y para que me creáis, aquí os dejo su sonrisa.