jueves, 15 de marzo de 2018

La luz que Stephen Hawking deja en nuestro universo


No sé si os ha pasado alguna vez, de ir a un sitio con la intención de hacer una cosa y luego acabar haciendo otra diferente. Muchas veces ocurre que nos dejamos llevar por señales o impulsos, que te acercan de nuevo a una pasión que vivía dormida dentro de ti desde hace mucho tiempo.

Sí. Y ahí estaba yo, de repente, en la sección de astrología de la biblioteca pública de la Estación de Cártama. Quería aprender más sobre las auroras boreales porque esa mañana había leído una frase sobre ellas que me había gustado.

Hace años, cuando aún no sabía qué estudiar, hablando con mi hermano Antonio sobre qué podía hacer me preguntó. Pero a ti ¿qué te llama la atención, sobre qué te gustaría saber más?. Desconozco por qué pero le dije que me gustaría saber qué había allá arriba, cómo funciona el universo. 

Ni quería ser astróloga, ni física, siempre se me han dado mal los números y me ha dado vergüenza admitir cuántas cosas importantes desconocía sobre lo que nos rodea pero allá estábamos los dos, en plan filosófico hablando sobre la vida y qué queríamos de ella. Hay charlas que mantenemos con otras personas que hacen preguntarnos muchas cosas sobre nosotros mismos.

Nunca más volvimos a hablar de ello pero aún sigo creyendo que pocas cosas son tan enigmáticas y misteriosas como ese techo sobre nosotros. Si tuviéramos que contar las veces que hemos intentado identificar una constelación, los que han intentado hacerse los gallitos delante de una chica o con nuestros amigos tumbados en la playa en verano esperando ver las perseidas, dejaríamos de sentirnos especiales.



Me recorrí todas las secciones de la biblioteca buscando "auroras" y ya estaba como un perro perdido, hasta que una señora se acercó a colocar unos libros a mi lado.


-Perdone, ¿sabe dónde está la sección de Astrología?. 
Me sentí algo ridícula porque la biblioteca no es precisamente la del Congreso, en Washington, (en esta lista publicada en 2017, enumeran las bibliotecas más grandes del mundo).


Justo a mi izquierda estaba lo que buscaba, delante de mis narices.

–¡Gracias!- le dije. Sí que soy torpe, que ni la había visto- añadí. -Es que quería buscar algún libro que hablara sobre auroras boreales. Una señal me ha traído hasta aquí. La última frase sonó sólo en mi cabeza.

-Pues si hay algo, tendría que estar en este libro- aseguró, cogiendo un gran manual sobre Astrología.


Empezó a ojearlo como si se hubiera contagiado de mi curiosidad. Agradecí su tesón por ayudarme. Al final no había apenas información pero cuando fuimos a devolverlo a la estantería seguí mirando las obras que había sobre este tema y allí estaba. 




Y curiosamente unas horas antes me había despertado con esa noticia. La muerte de Stephen Hawking a los 76 años. 

Ya os he contado en otras entradas lo que me pasa con las casualidades. Siempre me sorprenden. Y así, abandoné mi improvisación de aquel día, dejándo de lado la búsqueda de información acerca de las auroras polares (boreal en el hemisferio norte). Decidí llevarme a casa aquel libro, “Historia del tiempo”. 

En este libro encontramos las teorías de Copérnico, Galileo, Aristóteles, Einstein, Newton o Maxwell, entre otros, sobre el Universo. Lo que más me gusta del libro es que no hace falta ser físico ni matemático ni científico para llegar a entender lo que explica, ya que lo hace con un lenguaje sencillo y con ejemplos cotidianos (el propio Hawking reconoce que tuvo que hacer muchas versiones hasta conseguir contarlo todo sin incluir ecuaciones). 


Hay un artículo muy interesante sobre las coincidencias que unen a grandes científicos del universo.


Lograr acercar el universo a todos fue otro de los grandes logros de este genio, miembro desde 1974 de la Royal Society, una de las más antiguas organizaciones académicas del planeta en cuyas primeras páginas está la firma de Isaac Newton. Así lo cuenta Carl Sagan en la introducción que ya consigue engancharte a leerlo.

La luz. Creo que después de varios capítulos es el tema que más me está gustando. Ahora estoy perdida por el espectro luminoso de las estrellas (gracias al cual conocemos su temperatura), también intentando entender el efecto Doppler sobre la relación entre frecuencia y velocidad mientras la lectura se adentra en la teoría sobre la expansión del universo.

Nos sentimos atraídos constantemente por la luz. La luz de una estrella invisible a nuestros ojos pero suficientemente compacta para que las partículas de luz que emite desde su base puedan ser identificadas gracias a su campo gravitatorio. Hasta los llamados agujeros negros, a pesar de su nombre, son bellos en el Universo. 

Son teorías que demuestran que los cuerpos del universo brillan de una forma u otra a pesar de la distancia que nos separa de ellos. Las partículas de la luz y las leyes físicas lo hacen posible. Esto daría mucho para reflexionar sobre la vida en la tierra, donde con facilidad los humanos insistimos en apagarnos a pesar de poseer luz propia.

“Recuerda mirar arriba, a las estrellas, y no abajo, a tus pies. Pregúntate qué es lo hace que el Universo exista. Sé curioso. Y por muy difícil que te parezca la vida siempre hay algo que puedes hacer, lo único que cuenta es no rendirse”.
Stephen Hawking
Aunque estemos tan lejos de las estrellas, quizá nunca se esté tan lejos de un sueño que brilla cuando lo imaginas. 

Gracias por tanto Stephen. D.E.P

miércoles, 7 de marzo de 2018

Hasta que volvamos a vernos



El instante en el que eres feliz memoriza tus sentimientos. Lo sabes cuándo dos pares de ojos vuelven a brillar mutuamente al reconocerse un día cualquiera, después de mucho tiempo distanciados. Cuando el reencuentro no entiende de kilómetros si ahora estás aquí conmigo y ya me da igual que hayas estado tan lejos hace un momento.


A las madres no hay nada que les haga más feliz que ver reunida a toda la familia en la misma mesa. A nosotras, las amigas, nos pasa lo mismo. Las chicas tenemos cierta sensibilidad para reconocer esa memoria feliz cuando volvemos a juntarnos y a sentir toda esa conexión que nos hace únicas. A nosotras y a nuestro ratito de compartir cualquier cosa por tonta que parezca.


Hace unas semanas dos parejas fuimos a un restaurante asiático que nos habían recomendado. Queríamos probar el sushi de su buffet libre y el camarero nos sorprendió con una tablet donde encontramos todos los platos y nosotros teníamos que ir haciendo pequeñas listas de cinco platos máximo. Cada diez minutos podíamos pedir otros cinco más y así hasta que quisiéramos. 



Un grupo de cuatro chicas apareció luego y se sentó en la mesa de al lado. Era el cumpleaños de una de ellas y le dieron regalos y le obsequiaron con una tarta. Pero lo que llamó mi atención fue lo compenetradas que estaban, lo mucho que se reían. Todo el tiempo. Hubo un momento en que las vi cogerse de las manos y cantar una canción, cuya letra desde mi mesa no terminaba de entender con claridad. La mesa era redonda e invitaba sin duda a crear un círculo más íntimo entre ellas al hacer aquel gesto. Podría haberme reído de aquella imagen extraña pero, lejos de eso las envidié perdidamente. Hacía tantos meses que mis amigas y yo no nos reuníamos que algo en mi corazón se desbordó.


Así que sonreí. Me hizo feliz ver aquellas desconocidas vivir y disfrutar tanto de su particular reencuentro. Y me vinieron a la cabeza las caras de mis propias amigas. Las anécdotas sobre nosotras empezaron a aparecer en mi cabeza y me sentí increíblemente serena. Tranquila gracias al tiempo. Confié en que un momento como aquel que estaba contemplando en miradas ajenas a la mía sucedería pronto. Y nunca crees que confiar tanto en algo puede hacer que tus deseos se hagan realidad, hasta que ocurre. 



Con las primeras risas de aquellas mujeres anónimas desee saber de qué estaban hablando, qué les hacía tanta gracia. Pero después, cuando pasó un rato, ya me dio igual. Qué más daba. Eran felices y les importaba un comino el mundo. Lo que pensaríamos los demás al verlas cogidas de la mano. Dejó de importarme conocer más detalles de aquel encuentro, por la misma razón que el paso del tiempo es capaz de hacer inmortales los sentimientos. No hay explicación, ni palabras. 

¿Acaso podemos explicar a los demás por qué nos reímos a carcajadas por una tontería?



Y el instante del reencuentro vuelve. Siempre. Por la fe que nos mantiene unidos a ellos. Aunque sea uno al año. Unas horas para volver a sentir que no ha pasado el tiempo y para que nos importe un pepino el resto del mundo. Y se cumplió. Volvimos a vernos.

Una de ellas preguntó -¿Y dónde quedamos?


Improvisé. Me acordé de un lugar cercano al que siempre había querido ir. Y pareció perfecto en mi cabeza. Desde allí se ve el mar, ese que tanto echa de menos Mary en Alemania el resto del año. Y estaba lloviendo y había que coger algo de carretera pero me siguieron el juego. En ese tablero donde las piezas encajan si las movemos entre nosotras. Un nuevo viaje se abría paso y ya teníamos la maleta lista para volverla a llenar de recuerdos. 


Y Sonia nos advirtió que no nos arregláramos mucho, que iba en zapatillas. Pero luego apareció súper mona (en zapatillas) y me reí de su ocurrencia. Y convencimos a Mayte para que cancelara sus posteriores planes y que no se fuera y alargáramos aquella cita hasta la noche. Y mi hermana por fin volvió a unirse a nosotras. Y Marina apareció con la primavera en sus hombros, estrenando aquella camisa bordada de flores. 

Y nuestras sonrisas iluminaban aquel pequeño salón donde el brindis sabía mejor que nunca.


Pero cogí el móvil para hacer una video llamada porque me negaba a asumir que Noelia faltase a aquella reunión que acabó siendo de pijamas (sin movernos del bar). Y vacié la batería sin importarme la “desconexión” para después llegar a casa. La maleta nos había llevado a Barcelona. 


Y nos reímos aún más. Al menos un instante sí que volveríamos a estar juntas. Y ese instante se vuelve tan importante que el resto del mundo nos importa un comino. Porque nos reímos y lloramos. De felicidad. Y nosotras sabemos por qué y de qué. 


Solo nosotras. 


Solo en nuestro particular mundo donde siempre es primavera, donde el mar sonríe al imaginar por qué lo miramos como si lo viésemos por primera vez.