lunes, 7 de junio de 2021

Carta a nuestro hijo

Querido hijo

Nos puedes oír desde aquí dentro y distinguir nuestras voces mientras tanto. Por eso disfruto ahora aún más con el sonido del mar, sé que lo escuchas conmigo. A veces subo el volumen para ti cuando suena una canción que nos gusta en la radio, quiero que descubras nuestras favoritas así que también las oímos en casa. Quién sabe, puede que escucharlas el día de mañana puedan calmarte o consolarte en algún momento. Siempre estamos pensando en ti.


Ya tienes menos espacio para moverte, pero no parece importarte. Noto y observo cómo te deslizas a un lado y otro de mi vientre, cómo estiras alguna extremidad y te acomodas. Te imagino hecho un ovillo y cogiéndote la mejilla, como en la última ecografía posando para nosotros mientras la emoción se apoderaba de nuestros cuerpos y nuestras miradas estaban fijas en una televisión de plasma en la pared. Allí estabas tú, tan guapo y tranquilo, moviendo tus manitas y tus piernas, ajeno a todo. Tu pequeño corazón latiendo en blanco y negro.

No te haces una idea de cuánto amor te espera, bebé. Tienes a cinco primos con los que podrás jugar y salir de fiesta. Cuando les digo que vienes de camino me abrazan y sus orejitas quedan justo a la altura de mi barriga, donde estás tú. La tocan y pegan su carita en ella como queriendo escucharte. Mario es el mayor de todos y ya te ha dado unos cuantos besos, seguro que de alguna forma los has notado.

Si quieres, algún día te contaré lo bien que me sentía frente al espejo gracias a ti y lo feliz que era haciéndome fotos para el recuerdo contigo en mi barriga incipiente. Nunca imaginé que pudieras enseñarme tanto, aún sin estar todavía en el mundo, por eso sé que revolucionarás todo a tu paso y nosotros junto a ti viviremos grandes experiencias y aprendizajes. Eres todo inocencia y nosotros unos padres primerizos, pero sé que esta aventura saldrá bien. Formaremos un gran equipo.

¿Sabes? Tu abuela me ha contado que no supo que yo era una niña hasta que no llegué al mundo, quiso que fuese sorpresa. ¡La de cosas que me está contando mientras te esperamos! En cambio, yo debo confesarte que, a veces, utilizo una aplicación en el móvil para espiar tu evolución. Sé que, a estas alturas, ya puedes distinguir la noche del día o que tu sistema digestivo funciona solo, como un campeón. 

No deja de sorprenderme todo lo que significa que una vida, tu vida, esté creciendo dentro de mí y vaticino que lloraré mucho con tu llegada. Pero, tranquilo, es completamente normal. Llegará un momento que te acostumbrarás a mis sensiblerías y a que escriba cosas como esta carta. 

Soy consciente de que tú también tendrás una tarea complicada porque un día saldrás de ahí, donde ahora estás tan a gusto y cómodo, sin previo aviso y sin entender por qué, pero te prometo que merecerá la pena.

Posdata: Tu padre y yo aún no hemos encontrado ninguna melodía que nos guste más que los latidos de tu corazón.

Sigue creciendo y mantente sano y salvo. Te esperamos. 

Te quiere, mamá.

 


 

domingo, 4 de abril de 2021

Renovarse y vivir

Hay un rincón de casa al que le hemos dado otro aire bien distinto. y me hacen muy feliz las sensaciones que me provoca. Se trata de la terraza, donde antes había unos sillones estropeados y que hemos aprovechado hasta que ya no podíamos sentarnos en ellos. Mientras el camión del punto limpio se los llevaba pensé en los buenos momentos sentados en ellos, pero sobre todo sentí alivio. Renovar implica una renuncia que da paso a algo nuevo, los recuerdos son insustituibles.

Os escribo desde aquí, en la mesa nueva, sentada en una silla provisional. Este silencio, la brisa que acude de cuando en cuando, y este asomarse a la vida sin salir de casa renueva las energías. Mi amor por las terrazas viene de muy atrás. Desde pequeña me ha encantado salir al patio o subir a la azotea a jugar y disfrutar de una terraza donde compartir comidas familiares.

Todos los pisos compartidos en mi época de estudiante han tenido balcón. Siempre había algún bar enfrente, lleno hasta los topes, de jueves a domingo. Las tardes sin clases y de buen tiempo transcurrían sentadas en cojines en el suelo mientras el resto del mundo ajeno a nosotras continuaba el ritmo de su vida debajo nuestra. Cuántos secretos se habrán quedado flotando en el aire, entre aquellas barandillas.

El decorado estrella de este pequeño rincón es el césped. Desde que lo colocamos se ha convertido en un objeto fetiche, casi de culto. Nos obsesiona que le pueda caer una miga de pan cuando comemos fuera y miro con recelo al tractor que pasa por aquí cerca a menudo, levantando polvo, porque lo puede poner perdido. Ahora que es domingo la multitud congregada en el merendero de enfrente ha puesto la música alta pero sé que mañana lunes volverá la calma a este escritorio improvisado.

Camino por este verdor descalza, estar sentada sobre él me ayuda a escribir, cualquier decoración queda bien a su lado y me encanta su color y brillo. Pronto desplegaremos sobre él la toalla o la hamaca y tomaremos el sol. Imagino en unos meses a mi hijo gateando por aquí. Es lógico entonces pensar en cuidar este espacio para éstos y otros momentos.

 

Cuando decidimos cambiar algo en nuestras vidas depositamos en las nuevas ideas mucho (o todo) de lo que somos. Llevaba tanto sin atreverme a sentarme delante de un ordenador a escribir que día tras día la decisión postergada se iba haciendo más y más cuesta arriba debido al miedo. No sabía qué tema abordar y, con esa excusa, continuaba en el tipo de zona de confort que un día se vuelve incómoda por razones que has provocado tú. Sencillamente debía sentarme y ver qué pasaba, dar el paso de probar. No iba a ser tan fácil como ir a elegir un tipo de césped y colocarlo sobre el suelo, pero al decidir intentarlo me sentí mucho mejor. Dar el paso y renovarte, poco a poco, para vivir la vida que te gusta y te sienta bien. 


Qué necesario es buscar ese lugar que te hace sentir viva, ese que mereces. Donde el sol te acaricie la piel, te llene de vitamina D y te ayude a conectar con aquello que te hacía sentir bien. 

Renovarse y vivir. 


 

martes, 2 de febrero de 2021

Los paseos y los buenos pensamientos

Todos los días salgo a pasear cerrando la puerta a los pensamientos negativos. Me parece un milagro que, a mi regreso, éstos hayan desaparecido, dejando solo lugar a una paz interior con efecto duradero. A cada paso el presente se pone en orden, sin más. Con el estado de ánimo y la motivación cada día pendientes de un hilo sería una temeridad renunciar a esta terapia que me enseña a poner el foco en lo que de verdad importa.
 

Si la ruta tiene parada en una librería para recoger algún pedido el paseo es aún más especial. De vez en cuando busco ése u otro tipo de aliciente para hacer más interesante el camino. Cualquier estímulo sirve. Un bosque encantador, una valla de madera, un puente sobre el río o el simple hecho de llevar mis zapatillas favoritas.

Los paseos me permiten escapar de esa sensación de ahogo, monotonía y apatía en la que esta situación nos tiene inmersos. Por los mensajes que recibo de varios amigos, el sentimiento es generalizado.“Toda la semana igual. Esto parece el día de la marmota”. “Cansada de estar solos en casa”. “Lo más emocionante que hacemos es ir al supermercado”. Cada vez tengo más claro que hay que mantener la cabeza ocupada con actividades que nos enriquezcan y a la vez saber encontrar esos ratos para relajarnos y disfrutar con lo que nos guste hacer.

Si lo piensas, cada día hay instantes que nos acercan a esas personas que éramos antes del distanciamiento social. Esa carcajada repentina, la música que, de repente, nos devuelve a aquel concierto insuperable, compartir anécdotas con los demás (compartir, en general) o planear desde ya todo lo que haremos en cuanto podamos estar juntos.

Nunca había pasado tanto tiempo mirando fotografías, con ellas resurgen las emociones. Y nunca había tenido tantas ganas de sumar nuevos recuerdos, sencillamente porque antes se iban creando sin más y los dábamos por hechos.

Llevar un mes sin ver a ese alguien especial, en el mejor de los casos, ya nos parece una eternidad. Tenemos localizados lugares bonitos a los que llevarle, deseamos poder organizar cenas en casa, salir como antes, tomarnos ese café con el amigo que está lejos. Estamos sedientos de encuentros, charlas sanadoras, risas reconocibles, miradas donde nos encontramos a salvo.

Quiero pensar que todo está a punto de suceder. Todo eso que queremos que pase. Debo pensarlo para no perder la cordura. Estamos ansiosos, como un atleta en la pista, en posición, esperando el pistoletazo de salida. No me cuesta imaginar que ya hemos comprado el billete de avión y nos disponemos a pasar por el control del aeropuerto o que estamos entrando en la recepción del hotel y podremos ver pronto la habitación que nos ha tocado. Sería capaz de irme con lo puesto e improvisar cualquier destino. Escogerlo al azar delante de los paneles de vuelos de un aeropuerto. 

Pero ¿sabéis?, a día de hoy solo necesitaría unas pizzas en medio de una gran mesa con mis hermanos y mis padres reunidos. Un desayuno con mi madre y mi hermana por el centro o un atardecer y un café con amigos. Lo más sencillo del mundo, lo que antes era tan fácil. Eso es lo que más echo de menos.

Los fines de semana son especialmente esclarecedores. Cada domingo me visualizo en casa de mis padres, poniendo la mesa para la gran comida familiar, mientras mis sobrinos me dan tirones en la ropa pidiéndome que juegue con ellos. No hay domingo en que no lo imagine.

Otros días, creo también sentir el meneo del coche, transitando por las curvas de una sierra perdida, camino a esa casa rural que la pandilla de amigos de siempre hemos alquilado. Llevo todo el invierno soñando con esa chimenea imaginaria, sé qué aspecto tiene. 

Sí, ahora mismo me encuentro al borde de todas esas experiencias porque así necesito creerlo. Porque siento ese abrazo que todavía no he dado, como si hubiese sido real gracias a que cada vez que abrazaba cerraba los ojos memorizando la sensación. Sensación que vuelve una y otra vez y que no me abandona. Es la gasolina para estos días.

Algunos comparten en redes sociales el número de semanas que faltan para el verano, como si fuese la fecha elegida, ¡Y parecen tan pocas!. Se han molestado en contarlas porque tienen tiempo y les puede esa ansia de la que hablaba. Normal. ¿Para entonces habrá pasado todo? Preguntaría alguien que no está en sintonía con lo que digo por aquí. Y yo le haría callar con un fuerte -Shhhh, y le rogaría, por favor, -No me fastidies este momento. Estoy en el aeropuerto, frente a la gran pantalla con mi mochila, y acabo de decidir a dónde voy a irme. 

 

"Viajar también es encontrarse una tarjeta de embarque como marcapáginas en un libro o el ticket de un museo en el bolsillo del abrigo"                    Javier Aznar