lunes, 22 de agosto de 2016

Donde duerme el papel



"El saber no ocupa lugar", pero algunas dosis de él se vierten en las pequeñas bibliotecas de nuestros pueblos y ciudades. Son esas salas o aquellos edificios donde descansan también los nervios de rezagados estudiantes o la curiosidad de valientes incansables. Aunque, lo que más me cautiva, es que también es hogar de los amantes del tacto del papel del periódico de toda la vida. Cada vez que visito alguna sala de lectura o biblioteca me alegra ver que aún existen aquellos que dedican algo de su tiempo a ojear los diarios en esos pequeños reservados con sofás donde puedes leerlos tranquilamente en silencio.

Sí, es ese edificio donde puedes concentrarte gracias al siempre bendito (valga la redundancia) silencio. Cuando la sala permanece callada, y solo se oye el ruido del tornar de los folios, tu mente comienza una carrera tranquila de lectura y esparcimiento personal, un instante de nítida concentración que sobrevive gracias al placentero sentimiento de estar a gusto sumergida en la soledad entre tú y el papel que te acompaña. Es ahí donde reside la magia del lugar.

Es por culpa de la tranquilidad y la concentración que alcanzas sin darte cuenta que, en cierto momento de revelación, miras el reloj y sientes en ocasiones un pellizco de pena porque el horario de cierre esté al caer. Pero nada cambia el hecho de salir por la puerta sintiendo esa fantástica sensación de haber aprovechado el tiempo al máximo.

Siempre hay alguna razón que te lleva a visitar una biblioteca: una motivación, una carencia, una necesidad o, sencillamente, la ansiosa búsqueda del silencio. He de reconocer, con alguna gota de vergüenza, que no me acuerdo de este lugar tan a menudo como debiera. Es justo reconocer, y también algo de lógica tiene, que hasta que no nos hace falta algo, por la razón que sea, no nos acordamos de que existe. Pero a pesar de nuestra inconsciente indiferencia, esos lugares siguen abriéndote sus puertas para cuando tú quieras atravesarlas. Hay sitios generosos de los que deberíamos aprender, muchas cualidades humanas son valiosas por ese punto de generosidad que las hace únicas.

Eso me ha pasado a mí este último verano. Ahora, que a primeros de septiembre tengo los exámenes de inglés debo recurrir a las bibliotecas para huir del calor, alcanzar la concentración necesaria y huir de las distracciones que tanto me cuesta eludir como es el ir a la playa o disfrutar del tiempo con mis amigos y familia.

En Málaga, concretamente en Campanillas he podido disfrutar de la preciosa biblioteca Jorge Luis Borges. Es un edificio en forma de C que guarda el ayuntamiento y la biblioteca. Me encanta el entorno porque, frente a las puertas de ambas estancias, encuentras una preciosa fuente que se levanta sobre un suelo empedrado. Aunque el espacio no es muy grande, en cuanto llegas allí te transmite sensaciones de tranquilidad y bienestar. 



Una vez dentro encuentras a la derecha un espacio para los más pequeños con pequeñas mesas redondas donde consultar los libros y actividades propias de su edad. En la parte izquierda, se encuentra el espacio para los adultos con varias mesas de lectura, un reservado donde encuentras los principales periódicos disponibles (algo que por desgracia no lo encuentras en todas las salas de lectura) así como material audiovisual y de lectura de todo tipo. En la parte central tienen un dispensador giratorio con las últimas novedades o los best sellers más recomendados. También hay ordenadores para conectarse a Internet (eso sí que es más habitual en las bibliotecas) y el servicio que presta el personal de allí es inmejorable.  La verdad es que, en las ocasiones que he podido emplear mi tiempo allí, he respirado muy buen ambiente y he quedado enamorada del lugar.

Para seros sincera, nunca me ha gustado tener que estudiar en verano. Este año supongo que me confié con el inglés. Estoy estudiando quinto de la Escuela Oficial de Idiomas y llevaba todo el curso aprobándolo todo. Y en Junio de repente te encuentras con unas preguntas que te dejan a cuadros y te pillan por sorpresa y te das cuenta de que el factor suerte no te viene caído del cielo, así que toca darle a los codos hasta septiembre, que por cierto anda a la vuelta de la esquina y yo ya estoy empezando a ponerme de los nervios.

Pero he de reconocer que si no fuera por esta circunstancia probablemente no hubiera visitado la biblioteca de Campanillas, ni me hubiera reencontrado con la de La Palma, en Motril, donde se estudia también muy a gusto. Ni tampoco hubiera conocido la realidad de otras salas de lectura de pueblos donde el buen servicio quizá brilla por su ausencia. Así que en cierta manera vuelvo a pensar lo mismo: todo ocurre por alguna razón y cada camino te lleva a experimentar cosas a las que seguramente necesitabas enfrentarte.




Nosotros podemos hacer mucho por nuestras bibliotecas. Acordémonos de ellas más a menudo, no solo porque nos haga falta estar entre sus cuatro paredes para pegar los ojos a los apuntes, sino porque intentemos recuperar esos preciosos instantes de lectura y esparcimiento que solo el silencio y la compañía de historias puede proporcionarnos.

Las horas vuelan dentro de esos hogares de papel, donde cada libro tiene un olor, color y tacto fácilmente reconocibles si los mezclásemos con otro recién horneado en la imprenta. Es eso que hace especiales a las obras que descansan en esos hogares de papel. No los abandonemos nunca, aunque lo digital lo encontremos sin salir de casa. Salid a la luz del sol y volved a redescubrir otro ambiente al salir de una biblioteca, todo será mucho más revelador.