domingo, 22 de junio de 2014

Aulas con personalidad propia

Gran diversidad y pluralidad. Orígenes y procedencias muy diferentes. Alumnos llegados de Granada, de México, de Marruecos, de Almería...Sociólogos, Logopedas, Licenciados en Historia, en Periodismo, en Educación... Personas de diferentes ideologías y religiones, con caracteres contrapuestos, de diversas edades y con variedad de personalidades, pero con un interés común, la comunicación.Y yo, de vuelta, o al menos en parte, a mi mundo, tras haber estado tan desconectada de él por culpa de las circunstancias, me volvia a encontrar con profesores y compañeros en una Universidad, pero de una manera bien diferente a hace años. Ahora iba a intentar estudiar y trabajar a la vez. Estudiar, para seguir subida al tren que quiero que me lleve a mi destino, trabajar, en lo que se pueda para sentirme util y tener opciones de una vida.

Ajena aún a todo lo que iba a traer consigo el compaginar ambos caminos, aquel día de noviembre, en la inauguración del Máster de Comunicación Social de la Universidad de Almería, cuando conocí a los primeros estudiantes, nunca pensé que iba a tener la oportunidad de escuchar tanta diversidad y pluralidad de pensamientos y de conocimientos dentro de un aula.

En la primera clase, de Teoría de la Comunicación, cuando los compañeros empezaron a intervenir en el aula, después de que el profesor nos hablara de que comunicación es igual a control, me di cuenta que no tenía ante mí a estudiantes que solo escuchaban y cogían apuntes, como aquellos que había conocido y de los que había formado parte hacía diez años. Miré al profesor, y ví su cara de satisfacción por ver que las teorías de Lasswell estaban creando tanta participación, y miraba a los alumnos que entre ellos debatían sobre si la comunicación implicaba siempre información, y supe que estaba dentro de algo especial.

En aquel aula, me topé de lleno con una escena mucho más enriquecedora de la que me había imaginado. Me vi formando parte de un aula donde se exponían argumentos razonados y madurados, donde se creaba conciencia sobre la realidad de los medios de comunicación y donde se participaba en debates de gran calado social. Cada uno hablábamos de nuestras experiencias y compartíamos opiniones, nos rebatíamos y llegábamos a diferentes conclusiones, pero siempre teníamos como base el aprendizaje. Me daba cuenta que me encontraba entre personas que iban a ser futuros doctores e investigadores, que eran maestros que inculcaban a su vez conocimientos en otras aulas, con compañeros que hablaban de ética, economía, filosofía e historia, con una facilidad desbordante.

Cuando llega un momento en el que te reúnes en un aula con personas que saben aportar reflexiones inteligentes, resultado de un bagaje distinto al tuyo, y que transmiten en sus palabras tantas ganas de aprender y de debatir sobre temas interesantes y trascendentales, sabes que tienes que aprovechar al máximo el tiempo que puedas, las horas que tu trabajo te permita. Hay cosas que simplemente se saben y ya está, y todos nosotros sabíamos que lo que hablábamos dentro de ese aula era la vida real, una formación que nos llevamos para casa, lejos ya de cualquier papel firmado y que podemos enmarcar.

Esos compañeros y yo nos reunimos el pasado viernes, algo más elegantes y formales que en otras ocasiones, para disfrutar juntos de nuestro último encuentro en la Universidad. Pareciera ayer cuando me matriculaba en el Máster de Comunicación Social y ahora me encuentro sumergida en los últimos trabajos que quedan por entregar y en la fase final de estudio. Aun me quedan unos meses intensos frente al ordenador, inmersa en bibliografías y en documentaciones. Y hay una parte muy fuerte de mi misma que no quiere que se acabe, porque no quiere bajarse de ese tren.

Aunque aún no hayamos acabado el Máster, el viernes nos hicieron entrega del símbolo que nos hace saber que ya estamos en la recta final.


 
Ese día, mis padres y mi hermana se desplazaron a Almería por sorpresa para ser partícipes del acto de imposición de becas. Sin duda alguna, una auténtica alegría saber que me apoyan tanto. Gracias guapos :)
 



domingo, 8 de junio de 2014

Los Puentes de Madison



Un día leí en alguna parte que escribir te ayuda a calmar los dolores del alma. Yo no sé si tengo dolores en el alma, ni siquiera sé con seguridad lo que es el alma, sólo sé que escribir sobre lo que siento me ayuda a respirar más profundo. Sin duda es el consejo que le daría a todo aquel que quisiera arriesgarse a describir con palabras su día a día sobre un papel, como una forma de desahogarse o de crear una vida entre líneas.

En mi película favorita, la protagonista sólo ve en sus diarios la manera de escapar de una vida que eligió y que, cree, tiene el deber de perpetuar. He visto muchas películas de amor, recalco lo de muchas, pero jamás una que me emocione tanto como la de mi querida Meryl Streep. Hay que verla, pero apreciando cada diálogo, el trasfondo de la historia, cada nota de ese piano que protagoniza la banda sonora. Los Puentes de Madison es la ocasión perfecta para recrear las dudas que plantea el amor, el cual muchas veces debe diferenciar entre el deber y el querer.

Francesca representa, en su cotidianidad, lo que una mujer nunca debería ser, en lo que nunca debería convertirse porque merece mucho más de la vida, que cuatro paredes y una familia acomodada. Francesca brilla por su sencillez y su amor incondicional a su familia. En unos cuadernos, ella inmortaliza su historia de amor a modo de diarios, reflejando el dolor de su alma. Unos libros que  demuestran que esa "vida de detalles" a la que tanto se agarra para sobrevivir, tuvieron sentido sólo para vivir capturada por la cámara de Robert, al que da vida Clint Eastwood.

Me acaba de venir a la cabeza opiniones de quienes dicen que no pueden asimilar o que no les gusta la imagen de Clint con un ramo de flores, como si esa escena hiciera desaparecer de un plumazo la apariencia de “tipo duro” que siempre le ha acompañado en su carrera como actor. En esta ocasión no sólo protagoniza la película, sino que la dirige, a mi parecer, de manera magistral. Y me encanta el giro que plantea el actor, de su habitual papel de hombre de acción a un hombre alimentado por la esperanza y movido por la búsqueda de la belleza.

Robert Kincaid es un personaje libre y con la firme convicción de que el ser humano debe siempre buscar su propia felicidad. Te enamora la manera en que su argumentación cobra sentido dentro de un guión lleno de magia, en el que se muestran dos versiones de una misma realidad. Por un lado, la necesidad de seguir siempre las mismas motivaciones, por otro, la de descubrir cada día nuevas experiencias, todo para dar sentido a una vida.

Muchas veces me pregunto por qué me gustan tanto las películas de amor. La razón es tan simple como que el amor se encuentra en todo lo que deseamos y entre quienes compartimos nuestra vida: familia, pareja y amigos. El amor y el corazón se mueven juntos si hay una buena causa de por medio. Son la uña y la carne que dan razón de ser a nuestros sentimientos. El cine es una ventana desde donde podemos ver el espectáculo de las emociones transmitidas por una pantalla. La riqueza de un guión en el que hay que escuchar atentamente para comprender la esencia del mensaje. Una escena no tiene sentido por sí sola si no produce una reacción en el espectador. Del por qué de esa reacción nace tu película favorita.



El cine es metáfora en estado puro y, muchas veces, la vida también lo es. Nos parece que el corazón se encoge cuando estamos tristes y que se ensancha cuando somos felices. Lo perdemos cuando nos enamoramos, se parte cuando nos traicionan y da un vuelco cuando vemos a la persona amada. Es tan complejo y tan delicado como nosotros mismos y reacciona ante los imprevistos con múltiples aceleraciones. Son sensaciones que creemos reales, aunque no dejen huella visible en nuestro cuerpo. Y así son nuestras películas favoritas, síntomas de conexión inexplicable con el mundo real y el ficticio, de la que sólo queda una cosa: la idea central que te hace replantear la vida desde otro punto de vista.

Aceptar que el amor y el corazón no siempre existen o no siempre van de la mano es el reto más duro que vivimos. Como dice Francesca, su vida es "una vida llena de detalles". Quizá por eso me guste tanto la historia de Robert y Francesca, porque al final siempre sabes quién es el amor de sus vidas. Para uno es la libertad de escoger, para otro el deber de aguantar.





martes, 3 de junio de 2014

La creatividad es la magia de quien sueña con sus manos

El arte es la expresión de una idea convertida en magia y seducción. Es quedar atrapado en un lienzo que cuenta una historia. Es embelesar con las curvas de una escultura hasta hacer que parezca humana. Es conseguir que unos ojos no quieran apartarse de una imagen ni de sus movimientos. Una obra se impregna de los quehaceres creativos para sobrevivir en el tiempo.

Ya se sabe que el arte es una lucha constante entre el gusto personal y el comunmente "asumido" por una sociedad. Es a la vez crítica y pasión, respeto y descrédito, el arte es un sentimiento, que utiliza el pincel como hilo conductor para dibujar un sentimiento que despertará una emoción. El arte es lo que tú quieras interpretar, hasta donde quieras llegar, el lugar en el que tú lo quieras posicionar. El arte es libremente interpretado y practicado.

En mi casa tengo pequeñas obras de arte que para mí tienen un incalculable valor. Qué decir cuando una madre proyecta con sus manos arte hacia sus hijos. Cuando sabes que, con todo su cariño, está poniendo su corazón en una obra, en un lienzo que algún día pondrás en tu futura casa. Qué decir cuando te sientes orgullosa de la creatividad con la que transforma ese amor en un sueño..

Porque yo al ver este cuadro imagino que una ninfa de verdad existe con un cabello lleno de flores color pastel. Creo que es ella la que con su belleza atrae el vuelo de una mariposa hasta la palma de su mano, cuya muñeca también está adornada con una flor escogida por ella en su largo paseo por el bosque.




En la vida es importante explotar lo que se nos da bien o lo que deseamos aprender. Crecer y disfrutar haciendo lo que nos gusta. Es un placer poder mostraros aquí algunas de las maravillas que hace mi madre. Coge una idea y ella le aporta su toque personal. Le encanta arriesgar y probar siempre cosas nuevas. O directamente coger el patrón de un vestido y modificarlo al gusto del consumidor o a su gusto. Siempre dice -voy a probar a ver qué sale, sino pues se desbarata y ya está. Y siempre le salen prendas esquisitas y preciosas.

Desde pequeñas mi hermana y yo hemos ido luciendo sus diseños....Batas rocieras, mantones de ganchillo, vestidos de fiesta, camisetas bordadas....prendas que nos durarán toda la vida y que tendrán la cualidad de ser irrepetibles. De ser creadas por ella. La mejor firma que podríamos tener en nuestro armario, la de nuestra madre.


Su máquina de coser y sus manos. Mi madre sabe bien cómo manejar una aguja. De ganchillo nos hizo este chaleco rosa palo que veis abajo y unos vestidos para la playa que tienen en el bajo esas puntillas tan bonitas. Éste es de mi hermana que es celeste, el mío es violeta. Y para el invierno, también de croché, estas dos mantas tan originales y coloridas. De punto también hizo otra manta con lana naranja, que intercala diferentes dibujos.


Y entre sus manualidades, aquí debajo dos de los alfileteros que ha hecho con material reciclable y, a ambos lados, los lapiceros en forma de botas que hace con gomaeva. 
 

Y, sobre todo en verano, nos encanta ponernos alguna de las pulseras que nos ha hecho con anillas de latas de refresco. Las habréis visto alguna vez. Ella le da siempre su toque personal. El botón marinero le va que ni pintado :)




Y así, toda una casa llena de obras de arte. Al menos para mí lo son. 
Y lo que más me gusta de todas estas creaciones, la artista. La persona que sabe hacer de una idea algo propio, único. Escogiendo las telas más bonitas y diversas, combinando, buscando el detalle más original. En definitiva, donde la imaginación la lleve.