miércoles, 9 de septiembre de 2020

Tras la pista de los deseos

Como siempre digo, no te quedes con las ganas de hacer algo, aunque sea absurdo, aunque solo lo entiendas tú. Lo digo por todas esas veces en que aparcamos intenciones, sentimientos, deseos e impulsos por alguna razón que ni tan siquiera sabríamos explicar. Si algo he aprendido de esas experiencias que viví al elegir hacerlas y sucumbir a mis deseos es que la soledad elegida puede regalarte tan buenas sensaciones como cuando vas acompañada. 

Regresé el viernes pasado a casa de mis padres con una gran sonrisa. Había una razón clara, y es que había parado por el camino a darme un baño en la preciosa Playa de Maro, en Nerja. Tenía pendiente aquella visita desde hacía mucho tiempo y el hecho de ir por fin tenía para mí múltiples significados.


Tu mejor amiga eres tú misma, aunque a veces le fallemos por esos descuidos de la vida. Pero de eso también se trata, de querernos, regalarnos ese instante que necesitamos o queremos porque sí y saber alimentar ese amor en nuestro interior día a día. De aprendernos, de localizar qué nos mueve por dentro y de darnos atención a nosotras mismas, aunque sea de vez en cuando. Sea solas o acompañadas.  
 

En cuanto vi el cartel de señalización y tomé la salida 295 en dirección Costa Nerja/Maro empecé a ponerme nerviosa. Había pasado de largo y fijado la vista en aquel cartel en incontables ocasiones y, ahora que por fin iba a tomar la salida necesitaba llegar cuanto antes. Ya os he hablado tantas veces de esa emoción que me embarga hasta por lo más absurdo (que en el fondo no lo es), como fue en este caso el hecho de ver el nombre impreso de mi ansiado destino en el cartel de la autovía. Un clásico del verano y de todos aquellos viajes que realizamos por puro placer: ver escrito el nombre del lugar y adentrarnos en él para conocerlo o volverlo a disfrutar.
 

Cuántos paraísos tenemos en la costa granadina. Una amiga con la que he retomado el contacto recientemente a través de las redes sociales lleva semanas compartiendo los destinos granadinos que visita, en su empeño por conocer los rincones de nuestra tierra. Se lleva a sus hijas a la Alpujarra, a pozas y ríos y encuentra senderos. Busca la naturaleza como forma de vida. 
 
“Alejandra es una bomba de emociones. Va por la vida a máxima intensidad. El día que la conozcas te va a encantar”, me contestó en una de sus fotografías publicadas, donde su hija, Alejandra, parece abrazar la brisa con los brazos extendidos, el agua del mar moja sus pies y tiene los ojos cerrados sintiendo como el momento se apodera de ella.
 
“Playa de arena gruesa rodeada de colinas arboladas donde practicar piragüismo, esnórquel y buceo” esa es la cala de Maro, según Google. Maro. Sí que la conocía bien, sí, aunque mis pies no la hubieran pisado. El último intento de ir fue el octubre pasado. Mi imaginación divina había situado al Bride Team de la despedida de soltera de mi hermana precisamente allí. El (bendito) mal tiempo no lo hizo posible. Ni barco, ni playa. Algunas veces, te alegras de que los planes no hayan salido "bien". (Podéis leer nuestra aventura en este post anterior)
 

“Te has ido tú sola. Pues muy bien. Siempre he admirado eso de ti, que no te importa ir sola”, me dijo mi madre al llegar a casa.
 
Cumplamos nuestros deseos, no esperemos a ver pasar de largo señalizaciones que nos indiquen dónde está nuestra felicidad. Yo tenía que ir hasta Maro, ella no iba a venir hasta mí. Lo asemejo a cuando busco trabajo o al momento que supone tomar una decisión. 
 
Tracemos un mapa. Que las ganas, la ilusión y la sensación que nos quedará cuando alcancemos lo que queremos que nos pase sea nuestra brújula. Esa playa puede ser lo que queramos que sea, lo que esté en nuestra mano alcanzar.

 


jueves, 3 de septiembre de 2020

Por un septiembre lleno de buenos propósitos

A lo largo de este verano no he dejado de pensar en el confinamiento de meses atrás. He vivido experiencias, nuevas o no, y las he sentido casi como si fuese la primera vez que las vivía. Ha sido un verano diferente, con aforo limitado, convivencia reducida, cambiando nuestra forma de relacionarnos, pero no puedo remediar sonreír y dar gracias por todo lo vivido ahora que septiembre nos pide que confiemos en el tiempo y en la cura para este nuevo curso.


Hemos aprendido que, escapando de la multitud, se pueden encontrar rincones seguros, preciosos y enriquecedores. Que lo que está cerca, antes no queríamos verlo, y que el mero hecho de, por fin, IR hasta allí se ha convertido en el mejor recuerdo. Hablo de planes como visitar ese pueblo del que decíamos: “está muy cerca de aquí, siempre podemos ir. Bah, otro día vamos”. Y ese momento nunca llegaba. Aprendimos la diferencia entre posponer algo y no esperar ni un segundo más en llevarlo a cabo. Que el AHORA y la improvisación se dan la mano y se pueden cumplir los pequeños sueños que ansiábamos desde hacía tiempo.

 

 

Cuántas veces, observando la bicicleta de mi infancia colgada en la pared del garaje, he recordado las interminables horas paseando con ella cuando era niña. Siempre la he querido arreglar, pero allí sigue. Ahora agradezco ese instante en que, en el pueblo de Ricardo conseguí vencer los miedos y me lancé después de tanto tiempo a aquella carretera preciosa sin importarme el viento que amenazaba la estabilidad del manillar. “Aquí tenéis las llaves del candado para que cojáis la bici cuando queréis”, nos había dicho mi cuñada días antes. Y menudas agujetas los dos días siguientes. Benditas ellas, alojadas en mis cuádriceps para recordarme lo bien que me lo había pasado yo sola en aquel instante de libertad. 

 
Cada baño en el mar, cada paseo en plena naturaleza, cada respiro al aire libre era nuevo, y estaban esperándome, así lo he creído. Muchos han sido breves, pero qué mas da la duración cuando la emoción que has sentido al experimentarlos te ha llenado por completo. Las ganas de más me llevarán en otro momento a una nueva búsqueda de lugares nuevos, de rincones especiales, de color y vida.

Hemos hecho alguna foto que duraba el mismo segundo que te permitías quitarte veloz la mascarilla en una calle desierta, hemos regresado con los nuestros, aunque fuera por un día o una hora, a veces segundos. Piensa en las personas que aún esperan que llegue ese momento.

Aunque no nos tocáramos, aunque en las conversaciones siempre se colaba el mismo tema, nunca hemos dejado de creer en que esto tendrá un final. 

Tras lo vivido este verano, no puedo evitar pensar en todo lo bueno que vendrá. Sea un truco ilusorio o no, a mi memoria acuden los recuerdos de esa bici y las puertas de colores de aquel pueblo precioso. Porque todo pasa y todo llega, septiembre ya está aquí, tímido y lleno de dudas, al mismo tiempo que parece que se precipita.