domingo, 27 de diciembre de 2015

Ven a ver el atardecer conmigo

Pídeme que vaya a ver el atardecer contigo. Mientras las piedras de la playa brillan mojadas dibujando líneas imperfectas, el cielo irá adquiriendo cada vez más colores y el sol estará diciéndote adiós con una suave brisa en tu rostro. Sin darte cuenta lograrás olvidar todas las cosas banales que te han rodeado antes de ese momento de magia. Invadido por el paisaje de olas y pueblos a lo lejos, de calas y rocas que se intuyen o se divisan al otro lado, de la orilla que desborda y te arrolla por dentro. Solo sabrás entonces qué es la calma y donde reside la belleza del experimentar.





Llévame donde la espuma blanca te acoge como un abrazo. El agua casi salpicará tus ropas y mojará todo aquello que creías importante. Y lo demás quedará en un segundo plano al no encontrar el final en el horizonte rosa de tus amores perdidos. La libertad para ser tú se hará inquebrantable al abrigo del mar, y creerás que logras alcanzar lo infinito. 

Muéstrame una puesta de sol que me deje sin habla y creeré que ya puedo morirme en paz, aunque no desee perderme más momentos como ese. Con la tranquilidad de lo aturdido en las aguas de ese mar que un día estuvo en calma. Hay más magia si cabe en las olas que, bravas, parecen gritarte en la inmensidad de tu silencio. No piensas en nada, solo en el instante en que toda esa preciosidad te invade hasta dejarte seco y a la vez completo en toda su plenitud.

Siénteme el corazón mientras contemplo la estampa, de mares azules y grises entre rojos y naranjas. Las nubes jugarán con los colores y las más alejadas del sol se convertirán en algodón para proteger al cielo de esa estampida de sensaciones. Oye mi suspiro de alegría y cómo ese momento me deja sin habla.



Regálame una pluma para describir lo que veo, porque mi visión podría cambiar mi vida. Quiera retratarla para siempre, aun sabiendo que no necesito contar esta historia para que ya forme parte de mí y de lo que quiero ser. Al ver los morados y rosas del atardecer puedo llegar a creer en mis sueños, realizables y alcanzables, que me quitan el sueño y me llevan una y otra vez a esa playa de mis anhelos. 

Quiéreme como mi gigante azul quiere al sol y a la tierra. Como fiel acompañante de la Luna en su plenitud el día de Navidad. Luna llena que despidió aquel día de pensamientos junto al mar en calma. Cuántos atardeceres. Cuántas veces se puede soñar despierta con luces y sombras. Y cuanto puede llegar a significar ese escalofrío del rocío que sientes cuando el sol ya se ha ido. Algo se va pero a la vez algo nace. Al día siguiente volverá a presentarse una nueva oportunidad de atardecer, con nuevas y renovadas energías. El torbellino de lo efímero volverá a capturarte un instante de felicidad. 

Ve a la playa y acaricia el sonido de las olas con el alma. Somos solitarios. Somos viento. Somos un compendio de instantes. Somos ese mismo atardecer estallando en colores.