miércoles, 29 de julio de 2020

Ola de calor y rutinas veraniegas

En plena ola de calor, la manta eléctrica me acompaña junto a mi kindle y una divertida historia que hace más ameno el dolor. El cuello me está dando algún problemilla mientras sigo con las escapadas breves a la playa. Si por algo más es atípico este verano es porque no estoy trabajando, algo que llevo regular. Pocas cosas me hacen tan feliz como ir con el micrófono y mi compañer@ cámara a grabar. Aún así, tener expectativas en casa hacen que recupere la energía. Escribir, leer, estudiar... el horizonte está repleto de posibilidades.

El otro día mi amigo Pedro vino de Madrid y fuimos a tomar un café. Nos sentamos cada uno en un extremo de la mesa a distancia, como si lo hiciéramos todos los días. Una vez más la naturalidad formaba parte de nuestro encuentro, nada había cambiado, salvo por la despedida, en la que nos quedamos mirándonos con ojos de cordero degollado por no poder darnos dos besos y un buen abrazo.

Comentamos lo mucho que necesitábamos ese momento nuestro, nuestras conversaciones. Porque del teléfono ya estábamos cansados. Qué mal llevamos ese aguantarnos las ganas de tocar, pero cuánto nos hace valorar esta situación el mero hecho de poder vernos en persona, después de haber estado meses encerrados.

Hoy en día vivimos al borde de la emoción, por mínimo que sea el acontecimiento. A casi 30 grados y con la playa lejos, sueño con que llegue el momento de tomarme ese gazpacho frío, reposado porque lo hice ayer para que hoy estuviera aún más fresco y bueno. Atrás quedaron mis primeras torrijas en aquella Semana Santa confinada.

Ahora es tiempo de mojarnos y de planear una rutina que tenga un poco de todo, tiempo para descansar y tiempo para sentirnos productivos. Al menos así entiendo yo un verano ideal, con muchos momentos que nos recarguen de energía. 

Este tiempo es para zambullirse en la lectura de una historia enriquecedora con la brisa marinera acariciando nuestro pelo. La felicidad de ahora es ir en sandalias, andar por casa despeinada, llenar la nevera de helados, llevarnos una tortilla de patatas a la playa, pasear por la orilla, sentarte al borde de una piscina. Recrearnos en el ruido de hielos chocando justo antes de beber algo fresquito, desplegar las cartas sobre la mesa y la toalla en la arena. Disfrutar de un granizado de limón mientras paseamos por la ciudad. Los trocitos minnúsculos de hielo deshaciéndose en la boca.  

Nadando en el mar de los planes aplazados, besos en el aire y codazos cariñosos, la única seguridad es que seguiremos aprendiendo de la vida gracias a los pequeños placeres y recetas de felicidad. Cuantas más se nos ocurran para disfrutar del verano, mucho mejor.


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