miércoles, 4 de marzo de 2020

Cuando una nube lenticular me hizo recordar Sonrisas y lágrimas


Regresábamos a Coín desde Málaga capital tras la cobertura de la gala Reconocidas 2020, con un silencio sepulcral dentro del coche de la tele. La radio está rota. Menudas ovaciones se han llevado las premiadas con sus discursos sobre la importancia de que “la mujer trabajadora” deje de ser noticia por serlo, y que los hombres también tengan un “reconocidos”. 


Mi compi tan relajado que parecía dormido en el asiento del copiloto y yo con millones de pensamientos rondando mi cabeza. Lo que me quedaba por hacer en la redacción al llegar, si funcionaria la nueva lavadora o el vecino de abajo volvería a sufrir goteras por nuestra culpa, qué iba a comer después y qué prepararía de táper para mañana. Qué ganas tenía de retomar el libro sobre el karma que dejé en la mesilla. Pensé que la salida de la autovía era otra y menos mal que mi compi me avisó, estaba pendiente después de todo. 


“Qué guapas las nubes”, me dijo. Miré un segundo y parecían platillos volantes. “Son nubes lenticulares. Lenticular, de lente”. Agradecí una conversación interesante. Dos horas antes habíamos estado haciendo una encuesta por la calle para preguntar a los vecinos si estaban preocupados por el coronavirus. 


Ponía la tele y no se hablaba de otra cosa. En el trabajo. En clase de pilates porque el monitor había venido de Italia y María, la dueña, estaba preocupada por la clientela. Que, si fui al supermercado y el alcohol desinfectante, que siempre llevo en el bolso y se había gastado, está agotado.  Las mascarillas agotadas. La histeria agotada también.

Nuevo caso en Málaga. Mi marido tose y mis suegros al teléfono “Andaaaa que lo vas a pillar”. Hasta el gorro del coronavirus, como la inmensa mayoría. Pues yo la semana que viene me piro a Suiza, que mi Mary me está esperando. Y mi madre dudosa “Piensa lo del avión”. Pues eso, hasta el gorro. Me quiero perder por aquel pueblo, Argovia, que tan buena pinta tiene en las fotos de Google. Mi amigo Pedro contándome las ciudades que visitó con unos amigos, los dos recorriendo el Google Maps con los dedos. Cuando el sábado le comenté lo de Argovia me aclara “pero si no es un pueblo, es un Cantón”. Pero que a él tampoco le sonaba de nada, lo había visto en el mapa. ¿Cuánto tardaría en recorrer el Cantón entero?. 


Y allí estaba yo en aquella cafetería de Motril, yo que no entiendo ni papa de alemán y el inglés casi se me ha olvidado, imaginándome por los Alpes dando brincos, aunque estén a miles de kilómetros de distancia. Qué comunicación más rápida y bella es la imaginación. Eso, o que he visto demasiadas veces Sonrisas y Lágrimas. Mi escena favorita es cuando canta Edelweiss toda la familia unida en el salón, tocando la guitarra del capitán. La mayor de sus hijas acaba acompañándolo a los coros y la cámara recoge un primer plano de la mirada enamorada de Christopher Plummer hacia Julie Andrews. Es la escena que lo cambia todo. 



“Yo antes me sabía todos los tipos de nubes. Éstas avisan de la llegada de frío, otras de la lluvia…”. Las nubes lenticulares me devolvieron a la realidad. Maravilla para mis oídos, con la sequía de conversaciones decentes y que merezcan la pena. 


Me encantó mirar un segundo esos dibujos abstractos del cielo y no pensar en nada más. Me duró eso, un segundo, porque los pensamientos erre que erre. Ya saldría adelante el trabajo, llegaría a casa y miraría en la nevera a ver qué encontraba, los técnicos vendrían (si, durante la siesta, pero vendrían) con la nueva lavadora y ya me disculparía con los vecinos por el “hilillo” de agua constante que les ha ido cayendo estos días. 


Me acuerdo del icono del WhatsApp de la chica con la mano en la cabeza. Me encanta que lleve el jersey morado.  Muy yo si además le pongo el pelo castaño. La voy a borrar más a menudo antes de darle a "enviar". Las grandes conversaciones escasean demasiado como para perder el tiempo llevándose las manos a la cabeza, los mejores planes están por llegar porque si no cojo un avión me pierdo por España en coche o me subo a un ferry. 


Que me fliparon las nubes, recordar a Julie Andrews y las canciones que salen de corazón. Dejar atrás por un segundo los pensamientos que no conducen a nada. Nubes en la cabeza o en el cielo, el caso es que tenemos que hacer un esfuerzo por tener mejores conversaciones, y dar de vez en cuando una vuelta por el cielo para mirar en la distancia lo realmente importante, como cuando Von Trapp se pone a cantar, se olvida de las estrictas reglas a las que somete a sus hijos y cae en la cuenta de que está enamorado de María, pero sobre todo, de que nunca tendría que haber desterrado la música de su vida.

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