miércoles, 9 de octubre de 2019

Una despedida a la mejor novia del mundo


Vivimos días completamente ajenas al otoño, a pesar de que éste planeaba sobre nuestras cabezas. Llamó a la puerta unas cuantas veces o dejó alguna que otra hoja sobre el suelo del porche. Olvidamos que llegaba porque ya estábamos fuera, en el exterior, bailando bajo la lluvia. 

La nueva estación vivía en las nubes grises, en el frescor de la mañana, en nuestras miradas de verano. La despedida, aunque llegó en serio, no significó tristeza. Hay sucesos en la vida para los que no existen los adioses que hacen peligrar los recuerdos. Allí, no existió nunca el domingo. 



Divisábamos la playa asomadas a la barandilla de nuestra terraza, aunque no estábamos en un pueblo con mar. Parecía una línea azul difusa que nos echaba de menos. Tomábamos fotografías, obsesionadas por capturar los instantes vividos por miedo a que se volatilizaran y jamás regresaran.

Al otro lado, en el fondo limpio de la piscina azul de suaves azulejos, había un delfín mirándonos. Me pareció verlo saltar mientras la música sonaba y la primera botella de vino blanco se convirtió en un jarrón, para contener el ramo de plástico que creí no iba a servir de mucho en un jardín lleno de flores. Y el agua de todas las fuentes nos abrazó. No sentimos el frío al mojarnos, no estaba. Sólo existía el calor de la felicidad que, sin poder contenerse, estalla en lágrimas.



Al borde de la piscina nos colocamos en fila, con nuestras pamelas tatuadas, tatuada también la piel de mentira, hambrienta de aventuras. Y no necesitamos más complemento ni adorno para aquellas tardes y noches. Aquellas letras ´Bride Team´ brillaban más en nuestros brazos desnudos que lo que lo haría cualquier vestido sobre la alfombra roja la noche de los Oscar


Hubo momentos en que ellas me parecieron sirenas que emergían del borde de granito que protegía el borde de la piscina. Como si dentro de ella hubiera nadado con ellas una emoción que creían ahogada o sumergida en alguna profundidad ilocalizable, y, de repente, la hubieran encontrado flotando y volviera a pertenecerles. Supe por sus sonrisas mojadas que algo habían encontrado en aquel viaje a nado, en aquellos bailes, en sus charlas antes de acostarse, entre miradas a través del cristal de aquella botella. Supe que algo las había unido aún más, a algunas incluso sin apenas conocerse hasta aquellos días.

Cuando tuvimos que irnos también nos llevamos tatuado el corazón. Y entre dibujo y dibujo, trazamos un hilo que nos une, no sé si será rojo como el de la leyenda, solo sé que nos amarra fuerte como el barco queda unido al muelle, preparado para el próximo viaje. Mientras, confío en que ellas mismas sean capaces de ver la misma luz que yo veo irradiar de ellas

Al día siguiente, quisimos volver a pesar de que nunca nos marchamos. Hay viajes que no se olvidan, ya pase toda una vida.





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