domingo, 22 de marzo de 2020

Todo lo que echo de menos


Todo lo que echo de menos lo asemejo al mar. Disfruté tanto cada envestida de las olas en mis pies desnudos que, ahora, que no lo veo puedo volver a revivir la sensación. Y así con todo. Echamos de menos lo que hemos sido capaces de sentir intensamente. Echar de menos no es un término doloroso, es la prueba de que estamos vivos. 



La semana transcurrió entre libros, aplausos, películas y videollamadas, y otro largo etcétera de pequeñas cosas. Nunca tuve la casa tan limpia. El olor a los productos de limpieza ya no pasa desapercibido como antes, cuando el estrés de la rutinan nos comía. 


Ese instante de aplausos cada noche en los balcones, es cada vez más corto, pero sigue estando lleno de sonrisas y esperanza.  El vecino de abajo saca siempre a su perro a la ventana, los de arriba ponen música y la calle parece un auditorio improvisado con la mejor de las acústicas, la de abajo hace conciertos con su ukelele y el niño del arcoíris siempre sale en pijama. 


Son días de recreación en los pequeños placeres. El sabor de los aguacates que me traje de casa de mis padres, el dibujo que hace la miel al caer desde la cucharilla hasta la tostada del desayuno, el olor a papel del libro nuevo que estoy leyendo, la luz de la farola que nos anuncia la salida al balcón. Ése que nunca pisábamos y que ahora nos ofrece respiro y aire fresco.




Es necesario echar de menos para que estos días sirvan de eslabón con las emociones. ¿Echaremos de menos los aplausos cuando la normalidad vuelva? 



Cierro los ojos y abrazo a mi madre. Todo es el mar. Todo lo que echo de menos. Ella es el mar y su cariño la espuma que refresca mi piel. No podría compararlo con ninguna otra cosa ni de ninguna otra manera. Es el horizonte del mar, la vida misma.

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