En
una conversación común, el teléfono móvil probablemente sería uno
de los primeros objetos de la lista si nos desafiaran a enumerar las cosas que llevamos en el bolso. “Desafío”
porque, al contarlas, corremos el riesgo de dejar al descubierto nuestra verdad.
Los “amuletos” para nuestro día a día de supervivencia.
Si
os pidieran esa misma lista en una clase de escritura creativa, como pequeño ejercicio
de creación literaria, ésta podría comenzar, tal vez, así:
Las llaves que siempre quieren volver a casaEsa barra de labios que tatúa sonrisasUna cartera que guarda más fotos que dinero
Hacer
versos con cosas tan cotidianas nos descubre el significado y valor que tienen
para nosotros. Una de mis compañeras del
taller de escritura creativa dijo que llevaba en el bolso “migas de pan”. Otra,
“una pluma que me regaló mi hijo”. Otro, “tres bolígrafos, solo pinta uno”. ¿Cómo
creéis que los alumnos describimos el móvil en aquella clase? Nadie
lo hizo. Fue algo que sorprendió a nuestra profe aquel día, la escritora
Carmen Camacho.
Eso
le dio una pista para el siguiente ejercicio al que nos invitó: “¿Qué nombre le
pondríais al móvil? Pensadlo y mañana me traéis la respuesta”. No tuvieron mucho éxito. Hasta
que todo dio un giro inesperado y una compañera dijo “el móvil es un espejo”. Ahí teníamos el símil.
Las
instrucciones de un robot de cocina, un letrero colgado en una estación de tren
o una lista de la compra. Mirar con el ojo del bárbaro, decía Unamuno. Como
bárbaros, sin condicionamientos culturales, sin prejuicios, sin preconceptos. Y
lo oímos decir mucho en aquella aula: “El mundo es una plantación de versos”.
Un ejemploes éste poema de Carmen Camacho
El seguro combinado del hogar
[…]Hay daños que no cubre el
seguro
combinado del hogar, lo sé.
Las llamadas perdidas, por ejemplo,
las cartas rotas, la soga de
seda,
la noche que hay detrás de los espejos,
esta plaga de cristales en el
pecho.
La ablación de mi sed. […]
Al
decir que el móvil es un espejo, me inmiscuí en la parte más íntima de mi
relación con él. Recordé la funda que me había comprado recientemente, que
simulaba una losa de mármol. A veces
el móvil se convierte en una carga pesada. Otras, simplemente, es una
liberación al perder la cobertura, como ya os conté en el post El viaje querecarga tu batería interior.
Cuántas
veces al día sonreímos o lloramos frente a nuestro móvil. Qué diría el teléfono
si hablara. Si, cual Maléfica, le hiciéramos preguntas y pudiera contarnos qué
hemos sentido al ver algo o a alguien. Las cámaras frontal y trasera
convertidas en testigos de nuestras vidas. Y la batería que dure, por favor. O
si no, no pasa nada, pregunto al camarero del bar (deseando que no sea como el
de la peli de Alex de la Iglesia) si puede enchufarlo un ratito.
El
otro día se me ocurrió una gran idea para un viaje. Y, cogí el teléfono para
espiar aerolíneas, fechas… Di con una
página que te diseña un paquete completo, un pack con hotel más vuelos.
Apareció una ruedecita cargando mientras abajo se podía leer: Creando tu viaje. Los ojos se me salían
de las órbitas. Pensé, madre mía, el móvil está creando un viaje para mí.
¡¿Cuándo me voy?! Vaya subidón me dio la frasecita.
Una aplicación que utilizo mucho es Google Maps. Lo más poético son esos corazones, “favoritos”. Deseos en forma de destinos. Últimamente me he aficionado a guardarlos a través de
Instagram. A veces, a un par de clicks, viajo a esos lugares como si me
convirtiera en Alicia y pudiera traspasar el espejo. Y voy moviendo la flecha. A veces floto en océanos con viajeros desconocidos.
“Concentrada con el móvil, me preocupa lo que
dependo de un cacharro que antes solo se usaba para llamar. Ahora es lo último
para lo que lo utilizo”, escribe la presentadora Tania Llasera en Instagram. Cuánta
razón. Y, porque me pasa lo mismo, solo hay pequeñas razones que me impiden tirarlo por la ventana.
Y
es que, al consultar la predicción del tiempo, de pronto, llueve en la
pantalla. Y en ese momento alguien me llama y dejo sonar algo más la melodía.
Me gusta esa canción y, lo que es mejor, te has acordado de mí. Descuelgo, es
una voz familiar en la distancia. Quizá vayas en el metro y se entrecorte, pero
juego a descubrir qué me quieres decir.
Al colgar, busco la portada de un
libro y capturo la pantalla. Me la guardo en el bolsillo, por si se escapa.
Me encanta que la galería de
fotos de mi móvil se llame carrete, porque
cuando era pequeña tenía una cámara con una ruleta que tenía que mover para
hacer una nueva foto. Confieso que abro la galería solo por el puro placer de sentirme acompañada. Y se me antoja
que estoy en un museo, de mi propia vida. Y reconozco sentimientos que se estamparon en el cristal, jugándose la vida.
Lo
que me impide que tire el móvil por la ventana, a la desesperada, es ese
ojo bárbaro que quiero entrenar. No se puede evitar que el espejo nos manipule. Sólo sé que cuando caen gotitas dentro de la pantalla, que cuando descuelgo y bajo de las ramas, siempre hay más poesía que tecnología.
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