Mi marcador de páginas ahora
es la tarjeta de visita de Lola. Así se llama el bar gaditano que descubrimos
Ricardo y yo el pasado verano. Los recuerdos de aquella sabrosa ensaladilla de
cangrejo y de sus croquetas caseras ahora se mezclan con los personajes del
libro y con mi yo lector. Viajar a
veces es tan fácil como leerse a uno mismo en otras páginas, en otras
historias.
Pensar en la comida
que disfruto en los viajes despierta mi apetito. Ahora me ocurre con las patatas
revolconas y las judías, con el chuletón de ternera y las yemas, manjares del último viaje destino
Ávila. Los paseos por la muralla y el Rastro ayudaron a hacer la digestión.
Hubo un momento en que nos sorprendió el canto de las monjas de clausura de un convento cercano. Y paramos un segundo. El cielo estaba azul y no había nadie más avanzando entre aquellas piedras. El caso antiguo sirvió de altavoz para aquella música. ¿Quién más la oiría en aquel preciso momento?
Hubo un momento en que nos sorprendió el canto de las monjas de clausura de un convento cercano. Y paramos un segundo. El cielo estaba azul y no había nadie más avanzando entre aquellas piedras. El caso antiguo sirvió de altavoz para aquella música. ¿Quién más la oiría en aquel preciso momento?
La ida de cinco horas en coche a Ávila desde Granada se hizo corta con los paisajes espectaculares de llanuras y campos amarillos. La provincia de Toledo y la comunidad de Madrid te invitan a anotar, para otra ocasión, más destinos, los he incluido en la que he bautizado como La ruta de los castillos olvidados. Los de Almonacid de Toledo, Maqueda, Escalona y San Martín de Valdeiglesias, entre otros.
El tiempo estaba
tuberculoso, como diría Filomena, la abuela de Ricardo. Al llegar, Ávila nos recibió
bajo la lluvia. Tras dejar las maletas, el primer destino fue la sede del
Congreso de Nacional de Enfermería de Salud Mental, en Lienzo Norte. El edificio
acristalado saludaba a la muralla y se iba llenando poco a poco de
profesionales de esta especialidad, de la que ya os hablé hace poco en el post
El refugio que encontramos en los demás.
Hubo también tiempo para
hacer una pequeña escapada a la bella Salamanca. Reencontrarme con
los salmantinos después de 20 años significó volver a
emocionarme, esta vez in situ, con las fotografías mentales de mi viaje de estudios. Los dos
fuimos por unas horas forasteros en una ciudad llena de historia, perderse era
casi que una obligación a la que nos vimos arrastrados.
Aproveché para fijarme
mejor en los detalles que, en aquella otra ocasión, se me habían pasado por
alto. Los azulejos formando los nombres de las calles, los tejados de ambas
catedrales a donde no había subido, las estatuas que adornan distintas plazas,
como la de la novelista Ana María Matute. Ya de paso probé el hornazo y nos
deleitamos con los montaditos de la taberna Los Dionisios, especialmente con
los que estaban hechos con varios quesos y el que mezclaba el espárrago verde
con la carne típica de la tierra.
Si hablas de cualquier
viaje, la gastronomía se cuela siempre en la conversación. Me hace gracia no
recordar el haber cogido la tarjeta de visita de Lola y que, de repente, meses
después apareciera a la vista justo para utilizarla de marcapáginas. Mientras
dure esta lectura vendrá conmigo. El viaje literario entero.
Quiero pensar que cada
libro puede formar pareja con algún viaje, servir de unión con la imaginación y
los recuerdos. Leyendo viajas, y algunos viajes reales pueden ir
ahora de la mano con los que se imaginan gracias a las menos del creador.
Dejo a Lola descansando cuando abro el libro y la vuelvo a poner después en el pliegue antes de
cerrar, dejándola hacerse amiga de las palabras impresas. Unas horas, hasta que volvamos a
encontrarnos para otro rato de teletransportarnos juntas. La tarjeta, los
personajes del libro, sus aventuras y yo. Todos revueltos en un viaje, ésta vez solo de
ida.