Lo
fácil hubiera sido enfadarse porque, durante nuestro único viaje del verano, el
fuerte viento iba a hacer mella en Tarifa, nuestro destino de “desconexión”.
Más aún en septiembre, sin ese “agobio” de agosto con las playas llenas. Cúan de importante es dejarse llevar, sin más, y no anteponer grandes expectativas.
Ya
conocíamos la predicción del tiempo y sabíamos que allí son habituales las
rachas de viento, pero siempre guardas un hilo de
esperanza de disfrutar, al menos, de algunas horas de tranquilidad. Parecía misión imposible fuera
de la seguridad y resguardo del coqueto hotel Chill
Out Tres Mares donde nos alojamos. Pero intentamos todo el tiempo no optar por lo fácil y saborear el destino a pesar de los caprichos climatológicos tan inoportunos. Y, aunque me costó una picadura de avispa y un billete
de cinco euros que salió volando, para después desaparecer de la faz de la tierra,
logramos al menos llevarnos buenos recuerdos.
La
sombra del viento, como el título de ese bello libro, siempre estaba en
aquellos amaneceres y atardeceres que nos perdimos en las que son, según dicen,
las playas ideales para contemplar estos espectaculares fenómenos. Porque,
debido al daño que la fina arena de las dunas provocaba en la piel con el cruel
viento, no pudimos verlos, al menos, no al completo o con plena tranquilidad.
Atravesamos, cual exploradores en medio del
desierto, la duna de Valdevaqueros. Era el primer día y veníamos con tantas ganas de playa que nos tomamos de buen humor el
azote de la arena. Pero, al día siguiente, para
evitar la espantosa estampida una vez más, y no poner a prueba nuestra paciencia, decidimos bordear la famosa duna de Bolonia por el bosque que la limita y así disfrutar del paseo y evitar el viento arraigado en la zona central, donde un día normal sería sin duda una gozada pasear y retozar.
Y, aunque me costó una
picadura de avispa, pudimos ver la hermosa vegetación del otro lado y
conseguimos hacernos la famosa foto con la playa de fondo.
Lo
del billete de cinco euros volando cual cometa es una larga historia de
fatídicas coincidencias. Que si no sabía que lo tenía en el bolsillo, que si lo
metes en la mochila para mayor seguridad. Que si sacas algo de la mochila para meter otras cosas y que en ese vaivén el
billete decida ser libre para caer quizá en otras manos (al menos le alegrarás
el día a quien lo encuentre más tarde, te consuelas). En fin. Anécdotas.
Lo
que más nos gustó fue el faro de
Camarinal donde encontramos, a un lado, la playa del Cañuelo y, al otro, la conocida como la de los alemanes donde pudimos darnos un baño.
Colocamos las
toallas junto a las rocas para evitar el azote del viento, mucho más moderado
que en otras playas de la zona. Todo aquel recorrido lo hicimos andando para
visitar la zona y descubrir todos sus rincones. El paseo de madera bajo el faro
nos ofreció impresionantes vistas de ambas playas para luego volver tras
nuestros pasos y bajar hasta la playa de los alemanes a través de unas
escaleras de piedra que daba entrada al paraíso.
La
fina arena, donde se mezclaban pequeñas conchas y piedrecitas que brillaban con
el sol, nos dio tregua y nos dejó, por fin, tiempo para contemplar aquel paisaje
turquesa con rocas que emergían del agua y brotaban como dientes salvajes entre
distintos azules y oscuros momentos de nubes que iban y venían sobre nosotros.
La vuelta andando se hizo más larga y pesada
por culpa del viento pero sin duda mereció la pena, dándonos también oportunidad
de hacer un sendero único y especial. Volvimos al coche, aparcado en un mirador
improvisado donde se divisaba, impresionante, la gran duna de Bolonia. Y más aún sabiendo que, tan sólo un día antes, habíamos estado perdiéndonos entre aquellos árboles que la bordean.
Ese
día, por la noche, decidimos volver a Tarifa para cenar. El día anterior
habíamos comido en uno de los que, aseguran, es uno de los bares más típicos y
famosos del pueblo, El Lola, donde se come muy bien a buen precio. Nos gustaron
mucho los montaditos de atún y la ensalada de langostinos que preparan con un toque de
cebollino, un placer para el paladar.
La noche siguiente quisimos cenar en otro
lugar que nos habían recomendado llamado Los Mellis. Allí nos encantó la tosta de atún ahumado.
Acabamos a una hora perfecta para disfrutar del Happy
hour de Tako Way, otro de los locales ineludibles de Tarifa. Allí nos pedimos
dos cócteles deliciosos (uno de mango y otro de fresa) acompañados por la
música de Orishas y el tintineo de la lámpara que el camarero hacía voltear
cada vez que recibían propina al grito de “bote”.
Antes
de todo eso, como aperitivo entramos en un bar precioso y decorado con bastante
gusto (pero algo más caro) que se llamaba La
Caracola. Las mini hamburguesas de atún caseras estaban realmente exquisitas.
Un paseo por
las callejuelas pintorescas y llenas de coquetas tiendas, en las que era imposible
no fijarse, puso el broche de oro a una noche perfecta. Eso sí, con la chaqueta puesta a prueba de "ráfagas peleonas" en lugares más descubiertos de Tarifa.
Otro
de los sitios que no puedes perderte si visitas este enclave es el punto marítimo que linda con Playa
Chica, donde el Mediterráneo y el Atlántico se besan, en la Isla de Las
Palomas. El viento, más violento en aquella zona tan desprotegida, nos impidió
avanzar demasiado por la pasarela donde las olas golpeaban y mojaban el camino,
pero la foto de rigor no quedó del todo mal a pesar de lo que costaba sostener el móvil para el selfie.
En
aquellos paseos por Tarifa, tanto en la hora de nuestro
exquisito café del miércoles como durante la noche de jueves entre aquellos
bares tan pintorescos, encontrabas siempre las sonrisas de desconocidos. Igual que
en nuestra parada, ya de vuelta a Málaga, en el Mirador del Estrecho, donde una pareja se ofreció a inmortalizar el
momento en el que Gibraltar nos saludaba, imponente, al otro lado.
Seguro
que si estos tres días no hubiéramos sufrido el azote del fuerte viento hubiéramos
disfrutado mucho más de Tarifa y Zahara, pero, como os decía, lo fácil hubiese
sido estar cabreados todo el tiempo por algo que no podíamos remediar. El
tiempo es el que es y hay que aprender a disfrutar de los momentos e instantes
que te regalan los lugares que visitas. Contra viento y marea. Con mucha paciencia.
Al final persisten los mejores recuerdos, hay que inclinar la balanza a nuestro
favor. Y con picadura de avispa y todo me traje a casa bonitos
recuerdos de un lugar al que quiero volver (eso sí, ya sin viento, por
favor).
Porque si eres paciente, al final, llega el instante importante. Y el posible daño que pudo hacerte la arena, en otro momento entre extensas dunas, se hunde en el corazón y se borra de la memoria. Se desintegra frente a la vista de un paisaje de ensueño. Todo llega. La tranquilidad llega. Contra viento y marea.