domingo, 18 de enero de 2015

Pendientes de las cosas que importan



A finales de este pasado verano, en un momento de esos en los que estaba ordenando el armario, desarmando cajones y deshaciendo maletas, me di cuenta que, en el trasiego y traslado de cosas, había perdido la pareja de mi par de pendientes favoritos. No era la típica sensación de cuando no encuentras las llaves de casa o ese jersey que tanto te apetece ponerte un día concreto. Cuando pierdes algo especial, se te queda esa cara de haba que fácilmente reconocemos sin necesidad de comprobarlo en el espejo. Inconscientemente se forma ese estado de incompensión en el rostro, al tiempo que recaes en la cuenta de lo patético que pareces torciendo el gesto, frunciendo el ceño y formando, con la comisura de tus labios, el comienzo de un paréntesis. 

Y mientras esa expresión va tornandose en algo triste, piensas en cómo has podido dejar que pasara, cuando se supone que hay que cuidar las cosas y, mucho más si cabe, a las que le tienes aprecio. Y no se trata de un cariño cualquiera, sino, de aquel que hace que cuando miras el objeto en cuestión, recuerdes donde y cuando lo compraste o quién te lo regaló y todos los detalles del momento en que fue tuyo para siempre, esos que son incapaces de olvidar.  Una especie de radiografía de sentimientos encontrados.

Si hay algo a lo que le tienes muchísimo cariño o al que le has dado durante mucho tiempo un valor sentimental a prueba de bombas y no lo encuentras, ese hecho ataca a tu propio sentido de la responsabilidad. Te preguntas a ti mismo, ¿en qué estaría pensando?. Cuando pierdes algo importante, solo piensas en lo idiota que has sido por haberlo abandonado a su suerte y no haberlo cuidado como era debido. Vivimos en un mundo consumista que siempre necesita el último modelo de móvil o el vestido negro que encaja a la perfección en tu fondo de armario, pero, sin embargo, somos incapaces en muchas ocasiones, de prestar la atención que se merece a lo que tiene un valor incalculable en nuestros recuerdos.

Pasaron los días, las semanas, seguramente un mes o más, pero el recuerdo de los pendientes y el mal sentimiento de haber perdido uno de ellos por descuido, me perseguía como un remordimiento horrible y feroz. Por supuesto, conservaba el otro. Cada día, al abrir el pequeño joyero, donde guardo el resto de pendientes, ahí estaba, solo y habiendo perdido todo el sentido de su existencia. A veces me planteaba, ¿y por qué no lo guardo en otro lugar donde no lo vea todos los días?. No podía. Era como terminar de empeorar el descuido que tanto ensombrecía a mi yo irresponsable. Hubo un día en el que pensé para mí misma, - Lo has perdido y te sientes fatal, así que, como castigo ahí lo vas a tener, siempre a la vista para que no te ocurra con más cosas.

Después de ese tiempo de pequeña tortura psicológica, un día cualquiera decidí ordenar el baúl que tengo en mi cuarto. Sin más, apareció. Y, os prometo, que había mirado ahí dentro (de hecho, levanté la habitación entera en la búsqueda). En fin, el caso es que, fue tanta la sorpresa, que antes de celebrar el regreso de ese pendiente extraviado a mi vida, tuve que comprobar en el joyero que no se trataba del que ya tenía (con lo desastre que soy a veces, podría ser). Pero no, en vez de eso ya tenía en mi mano a la parejita nuevamente unida y feliz. Y así es como ocurre todo en la vida, aprendes de los descuidos. Veréis como ya tendré mucho más cuidado la próxima vez.



Por cierto que, con tanto hablar de pérdidas recuperadas, no os he contado que los pendientes me los compró mi padre en un mercado que ponen todos los años en Órgiva, en la Alpujarra. Fue en un puesto situado en un rincón de la nave donde se celebraba. Había una tela en un lado, llena de pendientes de plata. Fue amor a primera vista y mi padre quiso que los tuviera. Yo era muy jovencilla, creo que estaba estudiando la ESO. Nunca más volví a ese mercado, solo fui esa vez y esos pendientes me han acompañado muchos años y aún siguen haciéndolo.

Como esa hermana con la que compartes cosas que sólo le puedes decir a ella o como las amistades destinadas a reencontrarse, “no me importa la distancia si detrás de los kilómetros tu me esperas”. Hay parejas a las que les une una conexión invisible, fuerte e inquebrantable.

Como ya sabéis, este blog siempre tiene post con finales felices, y hoy no iba a ser menos.  

Disfrutad de esta noche de lluvia y encuentros. Feliz semana.