jueves, 7 de julio de 2022

Fan de las buenas noticias

Cada vez soy más fan de las buenas noticias. Cuando era adolescente ni se me hubiera ocurrido pensar en que las buenas noticias fueran escasas. Pareces vivir en otro planeta. Otra cosa diferente es cuando ya vas tomando responsabilidades en la vida adulta. No nos damos cuenta, porque vamos como pollo sin cabeza por la rutina pasando de largo tantos detalles, pero en el fondo deseamos buen rollo, buenas noticias. 


 

Apagar el ordenador, escuchar el sshh al levantar la anilla de la lata de cerveza, contagiarte con la risa sonora de un amigo, recibir memes que te alegren la mañana, escapar de la ciudad, pasear para ordenar pensamientos, oler la lavanda que descubres por casualidad en una retirada por el campo. Que te sorprenda un bello atardecer. La sensación de no mirar el móvil durante una hora. Despertar recuerdos felices dormidos durante el tiempo que tu mente ha andado acelerada. Parar y ver que la vida es otra cosa.

Hoy en la pescadería del supermercado una clienta hablaba animadamente con la que la atendía y, durante la conversación se ha unido hasta el último señor que ha aparecido. Aquello estaba muy animado de gente, para que os situéis. Al coger número le han llamado de seguida y el hombre se ha sorprendido. “Pero si hay más personas que estaban aquí ya”, ha dicho, “¡Cómo me llaman tan pronto!”, ha espetado en tono simpático. “Pero a nosotras ya nos están atendiendo”, le ha respondido otra señora, a la que llamaré señora dos. Mientras, la que no paraba de hablar y hacer bromas, la señora uno, continuaba con su perorata incluso después de coger su bolsa con el pescado que había adquirido. “Bueno, me voy ya, que además no paro de hablar”, ha dicho como despedida. “Pero si eso es lo que necesitamos, hablar más allá de lo que hablamos fuera de aquí, y reírnos, que ya bastante tenemos, ¡Y lo que nos viene encima”, le ha contestado la señora dos! Nos hemos mirado y hemos levantado las cejas y cerrado los párpados sin necesidad de decirnos más. Ambas pensando en el peso de nuestra mochila particular, en circunstancias abiertas o tareas pendientes. Que no se nos olvide que cada persona lleva la suya, aunque no manifieste su dolor. Y el dolor se cura con risas, aunque sea por unos segundos en una pescadería entre desconocidos.


 

Mientras cocino el pescado que he comprado y Diego duerme, bailo con Lady Gaga y Roxette sonando en mis auriculares y recuerdo esa conversación de horas antes. Y pienso en la de tiempo que llevaba sin bailar, y en las conversaciones con mis amigos. “Aquí liada con la rutina a tope”, me decían un par de amigas ayer. “Pues quemado, me estoy hartando de este trabajo”, me decían un compañero y otro amigo hace días. Otra amiga tenía el mismo problema que yo, “Es que como tengo vida profesional y personal en el mismo móvil, no consigo desconectar”. Consecuencia, se pasa el tiempo y el bucle de las preocupaciones de la vida misma nos come.

Hace tiempo compartí la frase en el muro de Instagram “Cada vez soy más fan de las buenas noticias” y me contestaban “totalmente” o “cuánta razón”. Como periodista que le gusta compartir ciertas cosas por redes sociales, me encuentro muchísimas veces en el debate interno de si compartir malas noticias con el objetivo de concienciar o de si las descarto para solo aportar contenido positivo. Porque sí, cada vez más a menudo me doy cuenta de que soy fan de las historias con luz, mucho más que las que solo nos aportan oscuridad. 

La otra tarde saqué a mi bebé de su pequeña piscina con las manos y pies algo arrugados. Le dije que cada arruga es síntoma de haber vivido. Es verdad que las suyas eran momentáneas, pero eran fruto de su rato de disfrute chapoteando sin parar y mojándome entera con cada manotazo contra la superficie del agua. Creo que alguien que diga que le gusta hacerse mayor es alguien que ama la vida. 

“La cura para todo es siempre el agua salada: el sudor, las lágrimas o el mar.” Karen Blixen