Si son las seis de la mañana, todo es silencio.
Aún es de noche, aún no se han puesto en marcha las máquinas, y los cherrys y
los aguacates descansan todavía en la alhóndiga. Si agarramos a media mañana o
por la tarde, al entrar por la puerta ya oímos el ruido de las llenadoras en
marcha. Sea como sea, la sirena te indica que ya debes empezar a moverte.
Siempre recordaré el primer día. -¡Que no te vean parada!, anda ayúdame a
llevar esta caja- Me dijo una compañera. No recuerdo su nombre. Es una de
tantas mujeres que trabajan allí dejándose la piel, literalmente hablando, para
llevar el pan a su casa y nunca la olvidaré por ese consejo que se me quedó
grabado a fuego y que, quizás me salvó de alguna reprimenda de los jefes.
Las mujeres de ese almacén son fuertes, con
carácter, sacrificadas, luchadoras y trabajadoras hasta decir basta. Son ellas
las protagonistas de esta entrada en mi blog, porque cada día veo su cansancio
y su esfuerzo. Sería injusto no hablaros de ellas, porque no hay día en que no
piense lo valientes que son por aguantar tantas horas de pie, tanto esfuerzo
físico y tanta presión. Como ocurre en muchos lugares, son trabajadoras que
reciben poco reconocimiento al final del día.
Yo subiría a un altar a todas esas mujeres, la
mayoría con hijos, que cada día soportan las condiciones de un trabajo en el
que nunca sabes a qué hora vas a salir y cuya hora de entrada al día siguiente
está escrita en un ordenador situado a la salida. Hasta un máximo de 9 horas de
jornada laboral ponen el broche de oro a un trabajo en que solo importa que el
pedido esté listo a tiempo y que el camión lleve la carga al sitio indicado, a
la hora prevista. Casi todos los días me pregunto cómo pueden soportar
semejante horario. Yo no tengo hipoteca que pagar, ni hijos que mantener o
llevar al colegio, ni siquiera marido que me espere en casa...ellas sí que
tienen todo eso y deben organizarse para llevar todo para adelante. Lo más
sorprendente es que lo consiguen, y hasta, a muchas de ellas, aún les quedan
fuerzas para dar lo mejor de sí mismas en un trabajo con el que no soñaban,
pero al que han sabido o no les ha quedado más remedio, que adaptarse durante
años.
Como podéis imaginar, allí dentro hay historias
para todos los gustos. Hay chicas jóvenes, incluso algunas en su día
universitarias, que aceptaron el trabajo de manera temporal, pero que no han
encontrado otro mejor y ya llevan años allí trabajando. Una de ellas me
comentaba hace poco que, en sus ratos libres, está estudiando económicas en la
UNED. También están las veteranas, que ya cuentan batallitas de los nietos y
que te miran con dulzura porque eres nueva y parecen reflejarse en ti cuando
empezaron en esto.
Cuando llego a casa cansada, con dolor de
espalda, con las manos que parecen de papel, cuando siento las muñecas o los
pies doloridos o las piernas cansadas, no me queda otra que rendirme ante todas
esas mujeres que después de todo eso cogen a sus hijos de la mano para
llevarlos de paseo y además cuidan de una casa y de una familia. Ellas son las
heroínas de un cuento tan real como la vida misma.