miércoles, 27 de junio de 2018

Hago “chas” y aparece un espeto

Si busco entre mis recuerdos estivales, en los más felices siempre hay comida de por medio. La expresión "comemos más por los ojos" cobra fuerza en verano. Porque aunque el calor del asfalto pueda quitar el hambre, a mí me pasa, la playa aumenta la sensación. Es dar un paseo por las cercanías de un chiringuito, con su barquita en la puerta, con los pulpos y los espetos dispuestos y con las artes del cocinero ya calientes, y nuestra mirada se come toda la carta.

 


Ser comensal en verano, en buena compañía y bajo la sombra que devuelva las ganas al cuerpo, es uno de los caprichos más placenteros, no me extraña que la Costa del Sol haya propuesto esta semana al espeto como candidato para ser Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad de la UNESCO. Sí. Habría que hacerle la ola, un tsunami, al espeto de sardinas cuál grupo de chicas, brazos arriba y abajo, rodeando a la novia en su despedida de soltera. Porque la sardina es la reina del verano, sin bandas ni coronas, salvo que te estés bebiendo una de esas cervezas mexicanas con su limoncito arriba. En algunas localidades hacen su ruta, como Almuñécar o Torre del Mar, y hoy celebran I Día del Chiringuito. 


Más que la sensación de saborear un espeto, me quedaría con el instante en que lo veo aparecer. Ese preludio de sabor, cuando el camarero llega con el plato sobre el que colocan el cañaveral de sardinas ensartadas y me pilla bebiendo ese primer trago de cervecita fresquita. Al dejar el vaso sobre el mantel el manjar está ya allí, frente a mis ojos, reclamándome. 

Pero es que he seguido todo su recorrido, desde el fondo del pasillo y a través del cristal de mi vaso, y parece que el camarero ha esperado el momento clave. Se convierte ya en un ritual, como en esas bodas donde esperan que suene la música para servir los platos. Al final todo es una dulce melodía. Una nota, un instante, todo en un trago. 
Una felicidad que puede durar años, como estos encuentros con mi loca amiga.


La playa parece el escenario perfecto para soñar, tiene un gran poder de atracción, y no me refiero a la arena fina sobre la piel mojada. Hablo de Burt Lancaster y Deborah Keer en De aquí a la eternidad sin importarles embadurnarse de arena o ser tragados por las olas, o de Danny Zuko y Sandy Olsson en Grease, porque, aunque solo sea pequeñas escenas en la playa, esos ojos azules de Olivia Newton John junto al azul del cielo y del agua no se olvida. El mar se queda en la retina, igual que la sardina en el paladar.



Hablo también de Indiana Jones en la playa almeriense de Monsul en La Última Cruzada, porque nos gusta que salga Andalucía en la gran pantalla. Las costas andaluzas apenas aparecen en los informativos de televisión, me da la sensación muchas veces que sólo somos noticia cuando llega una plaga de medusas. Pero como al turista, igual que al invitado, se le gana por el estómago, nuestro primo Ibrahim ha hecho, desde Salobreña, protagonista a este animal marino, utilizándolo de inspiración para crear el plato con el que ha ganado el IVCertamen Astronáutico La Sirenita.




El mar es parte de la ficción pero es siempre inspiración, como le pasó a Gerald Brenan en la costa granadina, con la playa de la Rijana. “Vine a Andalucía como se va a una universidad, pero sin clases ni profesores ni más compañeros que mis propios libros”, dijo en una entrevista. Y así tendríamos que ir siempre a los sitios, abiertos a aprender, con el entusiasmo bajo el brazo, los ojos llenos de preguntas y las manos abiertas para llenarlas de experiencias


Cada día tendría que ser como esa escena de Dirty Dancing en la que Baby accede a llevar una sandía como excusa para entrar en la fiesta de los empleados. Habría que tener todos los días la valentía suficiente para crear oportunidades. Aunque luego metas la pata con frases poco inteligentes delante del chico que te gusta, pero, quién sabe, lo mismo acabas aprendiendo a bailar. 

Por lo pronto voy a aprovechar que no sé si tendré vacaciones para cogerle cariño a la pantalla del ordenador, no vaya a ser que tenga que verlo más de la cuenta. 



Las expectativas cuando hacemos mentalmente la lista de propósitos para año nuevo se queda muy corta al lado de los planes que nos vienen a la cabeza al pensar en estos meses de buen tiempo. Pero en algo se parecen estos planes a los propósitos: casi nunca podemos cumplirlos todos pero siempre siempre hay un hueco para un rato de playa y un espeto. 

Yo por lo pronto sigo dentro de mis fantasías cuando cojo la sandía en el supermercado, leo las últimas noticias sobre el verano desde la oficina y continúo mirando las webs de tiendas de trajes de baño aunque nunca acabe comprándome ninguno, es divertido llenar la cesta virtual. 
Y da igual si lo tienes cerca un día o un mes entero, si sientes que eres de mar, éste te acompañará allá donde estés.