jueves, 8 de noviembre de 2018

En busca de nuestro Maclaren`s o Central Perk


¿Cuántas veces podré reírme con las mismas secuencias? Desde que veo en bucle las series Friends y Cómo conocí a vuestra madre quiero tener tazas gigantescas, beber cerveza, pintar las paredes violetas o ver por fin el Empire State Bilding levantarse ante mí. Hasta qué punto un lugar de encuentro puede llegar a ser importante para la vida de un grupo de amigos. Dónde nos reunimos, qué bebemos, de qué hablamos. Y lo que más cuenta: Cuánto llevamos sin vernos. ¿Para cuándo una nueva “quedada”?



Queremos reírnos, lo necesitamos. Reír es un verbo de primera necesidad. He salido a la terraza a tender la ropa y en el balcón de enfrente he visto a una chica en pijama con una mascarilla en la cara que sostenía una fregona boca arriba. Era un cuadro cotidiano que bien podría servir de escena para alguna serie de humor. Hablaba por el móvil y al poco se ha marchado, dejando el mocho a la vista asomando por el borde del balcón. De repente, he pensado en esas series, en lo mucho que me gustan (Friends sobre todas las cosas) y en que de vez en cuando necesito los monólogos sobre los americanos de Goyo Jiménez. Reír es como comer o dormir: indispensable para mantenernos cuerdos.


Oda al personaje de Robin Scherbatsky. Ya. Con sus reportajes televisivos esperpénticos, ridículos, sobrepasando límites absurdos y descabellados. Y la chica ahí, al pie del cañón, aguantando el chaparrón (que me imagino sobre un paraguas amarillo) y llenándose de paciencia hasta conseguir sus sueños de ser una gran periodista y tener esa oportunidad con la que sueña. Cuánto te necesito ahora Robin para no perder la cordura. Qué heroína del reporterismo. Aunque seas ficción, te quiero.


Hasta qué punto el café o la cerveza son socializadores. Por cuántos Central Perk o Maclaren`s pasamos al cabo del día. Mis amigos y yo teníamos un lugar que se llamaba Diderot, un pub del centro de Motril donde el café y la copa se daban el relevo en aquellas tardes extremadamente largas y cortas a la vez. Cuando viajamos en la hoja de ruta siempre está pendiente encontrar “ese lugar” donde tomarse algo para reírse. Lo sabéis.



Hablando de viajar… Qué ganas de ir a Nueva York ¿No? Aunque el piso de Mónica sea ficticio y no podamos visitarlo. Necesito comerme un perrito caliente del Gray's Papaya, visitar la casa de Carrie, contemplar la fuente de Bethesda o ver el agua pasar mientras recorro el Bow Bridge de Central Park. Encontrar un pub de estilo irlandés en NY que se parezca a Maclaren´s tiene que molar, y mucho. 

Qué puedo decir más de estas sit com sobre amigos. Pues que echo demasiado de menos estar con los míos y, ya que estamos de confesiones, también aquel pub motrileño que ya cerró. Y en el fondo puede que ésa sea la razón de que vea estas series en bucle. De repente el salón se llena a pesar de que estoy sola. Y me gusta reírme por anécdotas locas imaginándome que son ellos o yo  misma los que las han vivido.


Qué necesario es reírse. Con la boca grande, los ojos cerrándose, la mandíbula que se va de fiesta, el cuerpo desinhibiéndose con la rapidez de una pastilla efervescente en un vaso medio lleno que va salpicando el resto medio vacío con puntitos brillantes. Solo que con un buen sabor de esos memorables.




No podemos aspirar a tener un Maclaren`s o Central Perk, no debemos quedarnos ahí. Podemos convertir un parque, un simple banco (a lo Forrest Gump) o un lugar en medio de la nada en ese perfecto escenario de encuentro. Porque Forrest regala su historia de superación a cuantos se sientan con él, los conozca o no, por eso nos gusta tanto la peli, maldita sea. Nos hace llorar a la vez que nos reímos por la forma que tiene de ver los problemas. Vivamos hasta que nos duela todo de tanto reír. A lo bestia. Y brindar. Por la amistad y por esos viajes que están por llegar.

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