¿Cuántas veces podré reírme con las mismas secuencias? Desde que veo en bucle las
series Friends y Cómo conocí a vuestra madre quiero tener tazas
gigantescas, beber cerveza, pintar las paredes violetas o ver por fin el
Empire State Bilding levantarse ante mí. Hasta qué punto un lugar de encuentro puede llegar a ser
importante para la vida de un grupo de amigos. Dónde nos reunimos, qué bebemos,
de qué hablamos. Y lo que más cuenta: Cuánto llevamos sin vernos. ¿Para cuándo
una nueva “quedada”?
Queremos reírnos, lo necesitamos. Reír
es un verbo de primera necesidad. He salido a la terraza a tender la ropa y en el
balcón de enfrente he visto a una chica en pijama con una mascarilla en la cara
que sostenía una fregona boca arriba. Era un cuadro cotidiano que bien podría servir de escena para alguna serie de humor. Hablaba por el móvil y al poco se ha marchado, dejando el mocho a
la vista asomando por el borde del balcón. De repente, he pensado en esas
series, en lo mucho que me gustan (Friends sobre todas las cosas) y en que de vez en
cuando necesito los monólogos sobre los americanos de Goyo Jiménez. Reír
es como comer o dormir: indispensable para mantenernos cuerdos.
Oda al personaje de Robin Scherbatsky. Ya. Con sus reportajes televisivos esperpénticos, ridículos, sobrepasando límites absurdos y descabellados. Y la chica ahí, al pie del cañón, aguantando el chaparrón (que me imagino sobre un paraguas amarillo) y llenándose de paciencia hasta conseguir sus sueños de ser una gran periodista y tener esa oportunidad con la que sueña. Cuánto te necesito ahora Robin para no perder la cordura. Qué heroína del reporterismo. Aunque seas ficción, te quiero.
Hasta qué punto el café o la cerveza son
socializadores. Por cuántos Central Perk o Maclaren`s pasamos al cabo del día.
Mis amigos y yo teníamos un lugar que se llamaba Diderot, un pub del centro de Motril
donde el café y la copa se daban el relevo en aquellas tardes extremadamente largas y cortas a la vez. Cuando viajamos en la hoja de ruta siempre está pendiente
encontrar “ese lugar” donde tomarse algo para reírse. Lo sabéis.
Hablando de viajar… Qué ganas de
ir a Nueva York ¿No? Aunque el piso de Mónica sea ficticio y no podamos visitarlo. Necesito comerme un perrito caliente del Gray's Papaya, visitar la
casa de Carrie, contemplar la fuente de Bethesda o ver el agua pasar mientras
recorro el Bow Bridge de Central Park. Encontrar un pub de estilo irlandés en
NY que se parezca a Maclaren´s tiene que molar, y mucho.
Qué puedo decir más de estas sit
com sobre amigos. Pues que echo demasiado de menos estar con los míos y, ya que estamos de confesiones, también aquel pub motrileño que ya cerró. Y en el fondo puede que ésa sea
la razón de que vea estas series en bucle. De repente el salón se llena a pesar de que
estoy sola. Y me gusta reírme por anécdotas locas imaginándome que son ellos o
yo misma los que las han vivido.
Qué necesario es reírse. Con la boca grande, los ojos
cerrándose, la mandíbula que se va de fiesta, el cuerpo desinhibiéndose con la
rapidez de una pastilla efervescente en un vaso medio lleno que va salpicando
el resto medio vacío con puntitos brillantes. Solo que con un buen sabor de
esos memorables.
No podemos aspirar a tener un Maclaren`s o Central
Perk, no debemos quedarnos ahí. Podemos convertir un parque,
un simple banco (a lo Forrest Gump) o un lugar en medio de la nada en ese perfecto escenario de encuentro. Porque Forrest regala su historia de superación a cuantos se sientan con él, los conozca o no, por eso nos gusta tanto la peli, maldita sea. Nos hace llorar a la vez que nos reímos por la forma que tiene de ver los problemas. Vivamos hasta que nos duela
todo de tanto reír. A lo bestia. Y brindar. Por la amistad y por esos viajes que están por
llegar.
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