Una y otra vez. Ya perdí la
cuenta de las veces que he borrado la primera frase. Éstas que lees son las que
están sobreviviendo en el tiempo, por ¿suerte? todo tiene fecha de caducidad,
ni tan siquiera este post permanecerá por siempre en el recuerdo aunque esté subido a este "mounstruo" llamado Internet. Reescribo mil
veces lo que voy a decir porque no sé continuar. Lo que podrían haber sido
historias increíbles o bazofia incapaz de entretener a alguien, ya no lo serán.
No pasa nada, borro las palabras y comienzo otra vez, así de simple.
Del mismo modo que reciclo lo
escrito, las ruinas que un día yacían en aquel descampado, algún día se
convertirán en un edificio de pisos o en un centro comercial. Todo se
reinventa, florece, vuelve a ser útil y a ofrecer refugio, son los lugares que
la vida va intercambiando para avanzar, en un ciclo aparentemente lógico y
social. Luchar en contra de todas esas cosas parece de idiotas, porque todo
debe seguir un curso. Y es que, por mucho que me empeñe en seguir escribiendo,
y en no borrar la frase, ahí siguen las ideas estancadas. No sirve de nada
luchar contra lo inevitable. A veces basta solo con ser capaz de reiniciar.
No es que me haya vuelto
trascendental, ni haya decidido que, a partir de ahora, voy a analizar la vida
como si todo fuera pura mecánica y rutina aburrida. No es que me haya quedado
atrapada en el bucle de los momentos pesimistas ni haya dejado que me coman los
recuerdos tristes. Es que me doy cuenta que olvidamos que todo pasa. Dejamos a
un lado los instantes reales para centrarnos en los virtuales. No vemos el sol
que tenemos delante, porque continuamos buceando en otra nube, que no es
precisamente la que tienes ante ti con forma de platillo volante o de algodón
de azúcar, y que está deseando que levantes la cabeza y la observes para sonreírte.
Confieso que me odio a mí misma
cuando miro la hora y sé que he estado largo rato enganchada al móvil o distraída en alguna tontería, sin
reparar que estoy junto a la familia o amigos en un momento que pasará de largo
y no volverá jamás. Es la misma certeza que sientes en el momento en el que te tranquilizas y te das cuenta que si
gritas más, no significa que vayas a llevar más razón. De la misma manera, si me siento mal,
no quiere decir que el resto del mundo deba pagar por ello. O, si me peleo con mi
hermana, luego me sentiré terriblemente mal por no saber qué estoy haciendo
mal. La cruda realidad hace daño pero también hace recapacitar.
Me odio cuando me enfado por
tonterías y cuando desprecio cosas que me hacen sufrir, hasta que entiendo que
de ellas puedo aprender. Me odio cuando siento que, por un rato, me quedé
atrapada en un momento del pasado injusto e incoherente. No me gustan los momentos
en que me odio, porque son los únicos en los que corro el peligro de no quererme ni querer al mundo que me rodea.
Una pareja está al lado nuestra.
Los dos están largo rato centrados en sus respectivos móviles. Menos mal que
cuando llegan sus hijos y se sientan a la mesa empiezan a socializar con ellos
y, al menos, ya no "hablarán" solo de aplicaciones móviles o de grupos donde todo
el mundo cuenta lo que está haciendo en vez de hacerlo de verdad. El otro día
vi algo parecido. Una mujer comía, en la mesa de al lado, junto a su
hija. Ésta no soltaba el móvil, sólo a ratos para comer. La mujer no podía
evitar dejar entrever en su rostro la incomprensión de la soledad, sabiendo que
estaba ¿acompañada?. No es que seamos idiotas por no ver la realidad, es que
nos empeñamos en bajar la cabeza para huir de ella, dando la espalda a la vida
para vivir otra ¿creíble?. Es como si entraramos en un coma momentáneo donde sólo existe la tecnología y no las personas. Creo que siempre hay tiempo para todo, pero es una
pena que no vivamos los instantes que importan (que nunca vuelven a repetirse, o al menos, no de la misma forma) y el móvil, por poner un ejemplo, puede esperar.
Por suerte, todo tiene fecha de
caducidad. Si un instante no caducara, no valoraríamos tanto al que le
continúa. “Hay que vivir los momentos como si fueran los últimos” no es una tontería
que dijo alguien demasiado extasiado con su ritmo de vida o dispuesto a
reconciliarse con el mundo después de que sus actos le remordieran la
conciencia. Es alguien que se odió por muchas cosas y que creció aprendiendo de
ellas.
Los momentos en los que te odias son los más reveladores, lo más complicado es lograr sacarles provecho. Creo que puede ser gratificante intentarlo.
Feliz semana