Qué poco nos gustan los
lunes. Pero es que tampoco los domingos, por ser el día en que somos
conscientes de la llegada del nuevo arranque de la semana o en que nos tenemos
que despedir de alguien querido. “Ese día en el que te das cuenta de lo rápido
que avanza el tiempo, que se acabó una semana más”, como dice el gran Defreds. Eso
nos deja cinco días “felices” en la semana. Cinco “no rechazados” por la
sociedad y por nuestro “sabio” corazón. Qué hay de las cosas buenas que nos ocurren esos dos días
que “nadie” quiere. Si te pasa algo bonito un domingo, ¿se convierte en un
sabor agridulce al tenerte que despedir de la persona con la que has disfrutado
ese gran recuerdo?. Somos seres débiles, arrastrados por los sentimientos. Somos
vulnerables ante lo que sentimos.
Hoy es lunes. Despierto y cojo el móvil que tengo sobre la mesilla de noche. Aún
no tengo lámpara y necesito luz ante posibles imprevistos de la noche y mi cierto miedo a la oscuridad. Abro Instagram,
Twitter…no mucho tiempo, solo un rápido vistazo antes de salir del calor de las
sábanas. Y a los pocos segundos me llega un sms.
Mi compañía de telefonía me avisa que se acabaron por este mes los datos en mi
móvil. Aún quedan ocho días para que me los renueven. Vodafone aún no se ha
pronunciado sobre nuestro ADSL asi que seguimos sin Internet en el nuevo piso
(llevamos aquí un mes) y Ricardo no puede darme wiffi con sus datos porque no
está en casa. Hasta las seis de la tarde no llega de trabajar. Tengo todas las
papeletas para un lunes infernal y, lo que es mejor aún, tengo excusas de sobra
para ello. Nos encanta tener excusas para quejarnos. Para justificarnos por no
ser capaces de dejar a un lado lo malo que nos acecha. Pero no lo hago. Mi
mente ya busca inspiración sin que me dé ni cuenta. Mecánicamente voy a la
cocina.
Anoche retomé Confieso que he vivido, las memorias de
Pablo Neruda. Así que pongo la cafetera a funcionar (de las de toda la vida) y
mientras espero a que “suba” mi gran aliado de cada mañana, me sumerjo de nuevo
en sus aventuras de poeta.
“…Ya iba dejando atrás mi primer libro, Crepusculario. Tremendas inquietudes movían mi poesía. En fugaces viajes al sur renovaba mis fuerzas. En 1923 tuve una curiosa experiencia. Había vuelto a mi casa en Temuco. Era más de media noche. Antes de acostarme abrí las ventanas de mi cuarto. El cielo me deslumbró. Todo el cielo vivía poblado por una multitud pululante de estrellas. La noche estaba recién lavada y las estrellas antárticas se desplegaban sobre mi cabeza. Me embargó una embriaguez de estrellas, celeste, cósmica. Corrí a la mesa y escribí de manera delirante”.
...
“La timidez es una dimensión que se abre hacia la soledad…también es un sufrimiento inseparable, como si se tienen dos epidermis y la segunda piel interior se irrita y se contrae ante la vida”
Confieso que he vivido.
“¿Alguna vez has escuchado el susurro de una caracola?”, pregunta Maxim Huerta a sus lectores.
¿Has soplado un diente de león sonriendo mientras ves volar sus semillas?. Os pregunto.
“¿Alguna vez has escuchado el susurro de una caracola?”, pregunta Maxim Huerta a sus lectores.
¿Has soplado un diente de león sonriendo mientras ves volar sus semillas?. Os pregunto.
Estaba paseando por
Madrid con mi amigo Pedro cuando un puesto de libros me frenó en seco. En plena calle vi a aquel hombre
alto con cara bondadosa que permanecía junto a su puesto de libros usados
imperturbable, observando a lo largo de la mesa que todo estuviera bien
expuesto. Con dos grandes ventanales abiertos de par en par a la calle,
presentando aquellas obras como si fueran las mejores de todo Madrid. Así
deberíamos hacer todo. Ponerle tanto cariño a algo que se reflejara al
instante. Que se respirara algo especial. Que te invite a quedarte
preguntándote y ¿qué me puedo llevar de este sitio tan extraordinario?.
“Cuéntalo todo como si
fuese lo más interesante del mundo”, “hay
que contar la historia que emocione, juega con las emociones”. Me dieron muy
buenos consejos cuando trabajaba de periodista y con el tiempo te das cuenta
que el trasfondo de todas esas cuestiones se debería traducir, para nuestro
bienestar, a la vida en general. Mi escena favorita de la película Todos los días de mi vida es en
la que Leo le cuenta a su compañera de trabajo cómo fue la primera vez que
Paige le dijo “Te quiero”. Él ya ha perdido toda esperanza de volver a enamorar
a su mujer, quien ha perdido la memoria por un accidente de coche. Triste, está
sentado con su guitarra en las manos. “Estábamos en un restaurante griego y en una
pizarra se podía leer: Ya servimos sopa. Yo le empecé a soltar alguna historia
sobre lo que le había costado a aquel hombre conseguir su sueño de servir sopa
por fin en su restaurante. Y cuando terminé, ella mi miró, se quedó en silencio
un momento y como exhalando un suspiro lo dijo, “te quiero”. Ver aquella escena
te rompe por dentro.
Y allí estaba Confieso
que he vivido. El título ya estremece. Ha vivido. Cuántos podemos decir eso.
Intensamente. Sorbiendo poco a poco la vida, saboreando cada minúsculo detalle.
Viendo cumplir un sueño, aunque sea una vez o pueda parecer una tontería. Como servir sopa en tu restaurante.
Viviendo muchas experiencias sin rechazar sentimientos aventureros. Parándonos
a contemplar una noche estrellada o unos, como el poeta refiere en su obra
“ojos ultramarinos”. Se aprende tanto de las personas que viven tan
apasionadamente.
El título, entre
aquellos libros del puesto callejero, me atrapa y los recuerdos teniendo en mis
manos “veinte poemas de amor y una canción desesperada” de Neruda con los
poemas señalados por mis hermanos, con ese “puedo escribir los versos más
tristes esta noche”, llegan directos a mi mente y a mi corazón, clavándose como
las estrellas fugaces en la oscuridad de la noche. Asombrada, disfruto el hecho
de haber encontrado aquella joya tan inesperadamente. Le pregunto al amable
dueño del puesto de libros sobre el precio. Un euro, me dice. Un euro. Me quedo
helada cuando, al abrir la cartera descubro que no tengo ni una moneda suelta.
Genial. Encima de que solo le voy a pagar un euro este hombre tiene que ir a
pedir cambio al negocio de al lado. La verdad, sentí cierta vergüenza.
Y lo único que se me
ocurre es continuar revisando los libros que tiene y encuentro El alquimista de Paulo Coelho. Hacía
tiempo que me lo había leído y me había enamorado. Pero es que hacía tiempo que
quería regalárselo a Pedro. Incluso lo había tenido en alguna ocasión en las
manos en diferentes librerías pero nunca había terminado de comprárselo. [El
destino nos ha hecho chocar con ambas obras, en ese día que hemos quedado para
buscar libros y compartir vivencias]. “Toma, para ti”, se lo alargué a mi
amigo. Y, viendo su asombro y su ceño fruncido, le cuento que llevaba mucho
tiempo queriendo regalárselo. Y él sorprendido no entiende por qué precisamente
este libro. Pero ni yo sé por qué así que no sé darle más explicaciones. Un día
sentí que debía regalárselo sin más hasta que llegó ese día en el que encontré
la ocasión ideal sin buscarla.
Me encanta la vida por estas cosas que ocurren
distraídamente. Como cuando lees el capítulo “Mi primer poema” y Neruda
comienza diciendo “Ahora voy a contarles alguna historia de pájaros”. O como
cuando te compras el periódico para hacer más amena la espera de dos horas de
retraso en tu médico de familia y ves un artículo que se titula “La estrella
que nunca muere” sobre la supernova iPTF14Hhls que ha hallado un equipo del
Observatorio Las Cumbres de California, en EEUU, a 500 millones de años luz y
que sigue brillando tres años después de su explosión. “¿Es un astro
inmortal?”, subtitulan.
La vida es así de
centelleante y lo mejor de todo es que no sé qué día ocurrieron todas esas
cosas. Si era domingo, lunes o cualquier día de la semana. Este lunes comenzó
sin conexión con el mundo y ahora he conectado con todo lo que me deambulaba en
la cabeza sin saber encontrarle hilo conductor ni relación alguna. Estar sin
Internet, toda una tragedia en pleno siglo XXI. Una sensación que podría ser
tan angustiosa que lograra que miraras a tu precioso y adorado Iphone rosa como
un juguete inservible. Víctima de la desconexión. Pero, espera. Ha sonado un “clinnnn”.
Es mi hermana por whatsAPP (la aplicación “insumergible”). Abro el chat. Me
dice “ahora te llevo conmigo más que nunca” y me manda una foto donde lleva un
jersey y un cuello que tejí hace tiempo. Hoy lleva ambas prendas sobre su
cuerpo.
Ella no sabe que estoy escribiendo. No sabe todo lo que ha producido en mí el
gesto de leerla ahora. Y de que sea ahora, en este momento. Que sea lunes. La imagino delante del espejo, esta mañana pensando qué ponerse. Aún con sueño. Es lunes, y no les gustan nada los lunes. Pero ve mi jersey y me la imagino sonriendo por dentro.
Aunque le contestara
por chat o en directo no sabría explicárselo del todo. Explicarle, confesarle que he sucumbido. A
ella. Un lunes. Ella también está en mi mesillla de noche y a su lado el iphone sí que es un juguete .
Os dejo por ahora. Voy
a publicar a la biblioteca o a cualquier cafetería que de servicio wiffi
gratis. Necesito Internet irremediablemente para contaros todo eso. Voy a
vestirme y a pintar mis labios de rojo o rosa. Cualquier símbolo vale para
encender la vida. Esa luz que necesitas en la mesilla de noche para recordarte
lo maravilloso de cuanto te ocurre. Pero la luz tiene múltiples
maneras de ser, a veces es una foto cargada de recuerdos y de amor.
De manifestarse y decir ¡aquí estoy!. Estoy viva. Y quiero que
me embistas, vida. Que me arrolles y me hagas sonreír. A pesar de ser lunes.
Porque ser lunes es otra nueva oportunidad para vivirte, vida. Y buscaré en mi armario, en mi mesilla de noche o donde haga falta para que sea un gran día. Todos los días.
Al final desde un parque, al abrigo del sol. Con el pañuelo rosa de mi hermana en vez de los labios rosas.
Nada estaba planeado, ni siquiera este post. Y eso es lo mágico de este lunes.