Nos empeñamos muchas
veces en “llenar” el tiempo y solo conseguimos sentirnos más vacíos.
Pero te das cuenta y decides parar. Parar. Qué locura. Si todos a tu alrededor se pasean con bolsas, parece que tienen muchas cosas que hacer, a muchos sitios a dónde ir. O han quedado con alguien. O han visto las luces de Navidad instaladas y se han lanzado ya a comprar algún regalo. Cómo vas a parar. Si hace ya mucho tiempo que no vas al centro, y te encanta. Lo que se suele (o sueles) hacer es comprarte alguna cosa, ir a esa tienda que hace tiempo que no pisas o pasear por esa gran avenida preciosa y animada. Además, alrededor tuya lo hacen todos, por qué serías tú diferente. "No parar" es lo que se espera de ti en esa vorágine de calles inquietas.
Pero te das cuenta y decides parar. Parar. Qué locura. Si todos a tu alrededor se pasean con bolsas, parece que tienen muchas cosas que hacer, a muchos sitios a dónde ir. O han quedado con alguien. O han visto las luces de Navidad instaladas y se han lanzado ya a comprar algún regalo. Cómo vas a parar. Si hace ya mucho tiempo que no vas al centro, y te encanta. Lo que se suele (o sueles) hacer es comprarte alguna cosa, ir a esa tienda que hace tiempo que no pisas o pasear por esa gran avenida preciosa y animada. Además, alrededor tuya lo hacen todos, por qué serías tú diferente. "No parar" es lo que se espera de ti en esa vorágine de calles inquietas.
Pero decides parar.
Parar. Vaya locura vas a hacer. Pues sí. Pasas de largo las opciones vacías. Sabes
en el fondo que no tienes ninguna cita, que es andar por andar, actuando
mecánicamente. Sin aliciente. No es que no tengas un buen día, es que no te
atrae la idea de “llenar” el tiempo cuando podrías “llenar” la vida. Así que
paras cuando ves un sitio que parece un hogar.
Hay caras amables. Hay ventanas
que dan a la calle. De ellas salen barras de madera y hay varios asientos para tomarse un
café o té mientras ves el mundo pasar. Bueno, correr más bien.
Y te sientas y recuerdas tantas películas donde parece que es tan natural. Y disfrutas una vez más del guión romántico que representa el estar así, en un reencuentro, pero contigo.
Pero antes te detienes un
instante en el mostrador de la cafetería para elegir qué tomar, aunque lo único que te apetece es sentarte a mirar a
través del cristal y "beberte la vida". Escoges un té de mora, porque nunca lo has probado. Quieres que sea inesperado, como él estar allí, en ese lugar. Y cuando te lo sirven te sorprendes porque no sabías que venía con hielo pero te
sabe bien a pesar de ser Noviembre. Porque el sitio te ha reconfortado tanto que
no necesitas más calor.
Ese instante de
“parar”, de “desacelerar”, de saborear la vida. Placeres pequeños. Solo mirar.
Ordenar pensamientos, tal vez. Centrarte. Encapsular todo lo aprendido en unos
días que, quizá, han sido (o estan siendo) algo extraños. Pero sin impacientarse. Que sentarte a leer frente
a la ventana o a observar sea lo único que te importe por un instante. Y
reconocer que ahora sí, en ese momento sí que estas a gusto dentro de algún
sitio. Tanto que no quieres salir.
No
exprimes el lugar, sino lo que vives cuando estás en él
Has optado por
abandonar el “hacer algo sin propósito” porque el propósito cambió de
dirección. Como quedarte en el coche hasta que termina la canción que han
puesto en la radio y que signifique llegar un minuto más tarde a casa, qué
importa si tarareas la melodía.
Ese instante en el que
saltas para escapar de todo. Para expulsar aquello que no deseas.
Ese “detener el
tiempo”.
No esperas a nadie.
Nadie te espera a ti.
Da igual donde estás. Buscas un posible oasis donde respirar.
Y lo consigues. Y el rayo de sol que golpea el
cristal extrae de ti los miedos.
El “estar sola” se hace poderoso y te reconcilias contigo. Y lo haces rodeada de gente que te es ajena.
El “estar sola” se hace poderoso y te reconcilias contigo. Y lo haces rodeada de gente que te es ajena.
Un instante se hace importante inesperadamente