Todo empezó un caluroso dos de agosto
en Casarabonela, al pie de la espectacular Sierra de las Nieves, en Málaga. Mi
compañera y yo subimos por las empinadas y pedregosas calles del bello municipio,
un lugar que yo veía por primera vez. Cargadas con el trípode, la cámara y el
micrófono, nuestra misión era ir buscando la noticia en aquel escenario en
fiestas.
Hasta la Iglesia de Santiago nos
dirigimos, en todo lo alto del pueblo, con el objetivo preparado para grabar la
salida de la procesión. Vecinos fueron llegando intermitentemente hasta aquella
pequeña explanada. A un lado, veíamos el gran portón de madera que daba entrada
al templo, al otro, la sierra expectante desde aquel mirador natural que guardaba,
entre otras maravillas, el Jardín Botánico del Cactus “Morai Bravard”. A la derecha de aquella vista, una preciosa casa cuya fachada
estaba cubierta de plantas y ocupaba toda la esquina hasta los escalones
que bajaban, y a la izquierda, una plaza donde ya preparaban el escenario para
los conciertos que vendrían en los próximos días.
Después de tanto tiempo esperando
esta oportunidad, al acabar Julio dije ¡Sí! a formar parte del pequeño equipo que
una empresa de comunicación iba a formar para cubrir las fiestas, así como
otros eventos, de varios municipios de la comarca del Guadalhorce. En ese
momento estaba a punto de expirar otro contrato que tenía así que no pudo darse mejor ocasión para no parar de trabajar y disfrutar, esta vez sí, con lo
que más me gusta en el mundo, la profesión periodística.
Y otra de las cosas que adoro, como ya sabéis de otros post, son
los atardeceres. Y, desde aquella iglesia vivimos un instante perfecto, un
atardecer maravilloso que, junto a las historias de aquellos vecinos sobre el
lugar, fraguó lo que fue una gran experiencia en aquel pueblo de casas blancas.
“Esto es lo mejor que tiene el pueblo”, me aseguró una de las vecinas más
longevas de Casarabonela frente a la panorámica desde aquella Iglesia. Mientras me hablaba, las dos contemplábamos aquel
paisaje verde y tierra, que comenzaba a tornarse de mil colores gracias a la
puesta de sol.
“Cuando hay un entierro y sacan
el ataúd por la puerta de la iglesia, parece que se va directo al cielo”, me
llegó a decir casi entre lágrimas. Aquella mujer se emocionó hablando de su
pueblo conmigo, una auténtica desconocida. Y, con cierta tristeza me explicó: “Este
pueblo, con lo bonito que es, y siempre está vacío”. Yo quise animarla, “Pero
ahora, con las fiestas estará lleno de gente ¿No?”. Mi argumento no le convenció demasiado y
torció el gesto, entre sentimientos de duda y desazón. Comprendí que la
tranquilidad de un pueblo, para muchos puede significar su gran atractivo y
para otros tantos una tristeza arraigada en las calles solitarias.
La generosidad de mi compañera,
ofreciéndome el micrófono y animándome a grabar la entradilla que daría inicio
a aquel reportaje, supuso para mí una alegría que llevaba cocinando en mi
interior muchos años, tiempo de espera en el que los currículums no surtían
efecto y soñaba despierta cada día en que surgiera una nueva oportunidad como
aquella.
Estaba preparada para lo que pudiera surgir, me había vestido bien y
maquillado, pero supuse que, como era mi primer día y ella llevaba un año como
reportera presentaría ella, y a mí me tocaría operar con la cámara para
familiarizarme con la máquina ya que tendría que ir sola a cubrir más eventos durante el resto del verano. Y,
otra vez respondí: ¡Sí!, por supuesto que SI. Y así viví uno de los momentos más felices
de los últimos años. (En la foto de arriba veis una captura del vídeo de aquella presentación, donde me fusioné con el entorno gracias al verde de mi camiseta ;) Os dejo en este enlace el vídeo completo).
La veteranía de empezar de cero es
una responsabilidad de la que tengo que aprender a estar orgullosa. Porque tan
importantes es estar feliz por lo conseguido que por lo perdido. No me gusta el verbo
"perder", digamos mejor "por las ocasiones que se marchan". A veces la clave
está en dejarlas ir sin más y abrir bien los brazos para lo que venga. Y nunca sabes
cuándo puede volver a encenderse la chispa que hace que vuelvas a creer en ti misma.
Comienza el curso y mi mochila
está vacía, deseosa de llenarla otra vez de grandes sensaciones como aquellas
que experimenté durante todo un mes frente a la cámara. La vuelta al cole me pilla un
poco a trasmano, como ese primer día de clase cuando aún no sabes qué libros te
tienes que comprar o qué clase de cuaderno te pedirá el profesor de turno.
Así que me quedo con las palabras
de Michelle Pfeiffer en aquella gran película, Mentes peligrosas: “Aprender es el premio, saber cómo leer algo y
entenderlo es el premio, aprender a pensar, es el premio. La mente es como un
músculo, si queréis que sea poderosa, ejercitadla. Cada idea nueva fortalece
otro musculo y en la vida esos músculos son los que os van a hacer realmente
fuertes. Serán vuestras armas y en este mundo inseguro quiero que os arméis” (Aquí el vídeo).
Agosto y éste trabajo me permitió coger fuerzas para seguir soñando. La mejor y mayor prueba de que todo se
consigue si no dejas de perseguir lo que quieres fue aquella llamada de teléfono
que cambió mi vida. Así, ahora (y siempre que estoy sin trabajo) me quedo pegada al móvil mientras lucho por otro
escenario de estreno.
Agosto terminó donde empezó, en Casarabonela. Porque, aunque lo último que grabamos fue en otra localidad, para mí la despedida oficial fue con aquel reportaje sobre autos locos que me dio la oportunidad de volver a visitar aquel maravilloso pueblo, de casas blancas, iglesia en alto, paisajes desbordantes llenos de historia y paz absoluta para zozobra de aquella vecina. Y fue ahí, en el lugar donde comenzó esa bonita aventura, donde quise inmortalizar el instante.
Ésta foto simboliza ahora la esencia de La importancia de un instante. Con él comenzamos curso, a ver qué tal se me da eso de volver a empezar.